Crítica: Buen inicio de la OCNE con Mena
Un buen nivel para empezar
Rachmaninov: “Concierto para piano nº 3”. Ravel: “Daphnis et Chloé”. Nikolai Lugansky, piano. Orquesta Nacional. Director: Juanjo Mena. Auditorio Nacional, Madrid, 14 de septiembre de 2018. Primer concierto de la temporada.
Luganski es pianista eficaz, preciso en el mecanismo, brillante en el sonido, un punto gélido en la expresión, como puso de manifiesto, de nuevo, en esta ocasión. Expuso con buena letra y mejor espíritu la hermosa y cálida primera frase del amplio y un tanto anárquico movimiento inicial, que trabaja fundamentalmente las derivadas de esa idea. El entendimiento con el “tutti” tardó en llegar y se produjeron en el camino apreciables desigualdades. El instrumentista solventó con limpieza y elegancia los ágiles adornos del “Intermezzo: Adagio”. Una mayor cohesión y transparencia se produjo en el rapsódico “Finale alla breve”, en cuyo intermedio Luganski anduvo juguetón y gracioso. El piano sobresalió claramente por encima de la orquesta en el marchoso cierre.
Más a gusto se vio el victoriano Juanio Mena (1965), premio nacional de música en 2016, director asociado de la Nacional, en su enfrentamiento con la partitura del ballet de Ravel “Daphnis y Chloé”, ofrecido en su versión íntegra, con sus tres “Tableaux”; no sólo la habitual suite del tercero. Aquí nos hizo recordar las maneras de quien fuera su maestro, el gran Sergiu Celibidache, que reconocemos en el gesto amplio, armonioso, en el pulso atento, en la comprensiva expresividad, en la facilidad para el fraseo caluroso y la lógica expositiva. La atmósfera, las ondulaciones de la línea, el trabajo de las texturas, los “sforzandi”, los vaivenes rítmicos, el “rubato” adecuado estuvieron presentes, casi siempre de manera acertada.
Mena danzó, recogió el sonido, lo catapultó al infinito y dibujó, por ejemplo, el famoso “Amanecer” con solvencia, captando el clima sonoro, a falta únicamente de un mayor refinamiento y de una planificación más justa. La batuta se movió a gusto en el mapa de los continuos “glisandi”. Escuchamos la “Danza guerrera” en toda su dimensión telúrica y nos dejamos mecer en la inmediata dulzura de la “Danza suplicante de Chloé”. Impecable la postrera “Danza general”, llevada a machamartillo. Muy buena prestación orquestal, con magníficas intervenciones solistas de la madera. Aplauso para el primer flauta, Álvaro Octavio Díaz.
Arturo Reverter
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