Crítica: I Capuleti e I Montecchi. Una historia siempre viva y presente
I CAPULETI E I MONTECCHI (V. BELLINI)
Una historia siempre viva y presente
Ahora que Steven Spielberg revisita West Side Story queda de manifiesto, una vez más, la eficacia narrativa y pasional de la triste historia de los amantes de Verona. Una historia que va más allá de la ambientación del relato original de Bandello (y no sobre el drama de Shakespeare) sobre el que se cimenta el libreto de Felice Romani para esta ópera de Bellini y que soporta bien las traslaciones temporales, geográficas y culturales.
En esta producción Silvia Paoli opta por trasplantar la trama a los ambientes mafiosos del Sur de Italia, a Nápoles, Calabria o Sicilia, haciendo de Capuletos y Montescos bandas rivales y del padre de Julieta un capo en toda regla. La idea, el concepto, es bueno en sí, pero luego hay que saberlo llevar a escena y adaptarlo a la ópera, con sus específicas necesidades en materia de movimiento escénico. Y aquí es donde falla en parte el espectáculo en su dimensión teatral, porque los cantantes se ven constreñidos a cantar casi todo el tiempo al fondo de ese escenario único, de ese Bar Verona que es el cuartel general de los sicarios de Capelio. Allí, en la distancia y cantando a veces hacia los laterales cuando no de espaldas al público, es difícil que puedan correr bien las voces, que lleguen a los oyentes con nitidez. Hubo momentos en que apenas se distinguía el sonido de los personajes, sobre todo en los pasajes en que la orquesta apretaba un poco más de la cuenta. Una pena, porque la mitad de la escena más cercana al foso estuvo casi todo el tiempo sin usar y cuando Romeo y Tebaldo se acercaron a esa zona (la corbata) en su dúo, las voces corrieron como un cristalino manantial. Por último, no le acabo de ver el significado a la panda de arrapiezos que deambulan una otra vez entre los personajes, produciendo más “ruido escénico” que otra cosa. Andrés Moreno Mengíbar
Totalmente de acuerdo. Y es muy bueno que los críticos, en lugar de extasiarse con los contenidos freudianos (de haberlos) o los significados de tercera o cuarta capa psicológica de la visión de la trama, vayan de vez en cuando a lo práctico. Se están cargando la ópera los regidores/productores con tanto hacer cantar a los sufridos artistas (esta vez, también el coro) desde el fondo (o, ¡eso!, de espaldas). Y la pandilla de niños, un auténtico e inútil rollazo (con “ñ”) que distraía de la acción y no añadía más que confusionismo a la escena. Muy bien, sr. Moreno Menjíbar. Que cunda la costumbre.
También sería interesante que los críticos se informaran mejor acerca de los motivos que provocan el objeto de sus críticas. En este caso, el elenco no se encuentra a la distancia observada por indicación del director de escena ni mucho menos, sino por una normativa de la orquesta relacionada con el Covid que obliga a aumentar el ancho de la corbata al doble de lo que normalmente mide. Pues eso. A quien tocaría “culpar” es a las normativas derivadas de Covid, no a la dirección de escena.
En todo caso me parece muy limitado reducir toda una crítica a este aspecto, sin hablar ni de la música ni de las voces.