Crítica: Carmen por la Compañía Nacional de Danza en Les Arts
Carmen, entre Dyango y Corín Tellado
CARMEN. Ballet de Rodión Shchedrín sobre la ópera Carmen de Georges Bizet. Postizos musicales de Marc Álvarez. Reparto: Sara Fernández (Carmen), Shlomi Shlomo Miara (Don José), Álvaro Madrigal (Escamillo), etcétera. Coreografía: Johan Inger. Escenografía: Curt Allen Wilmer. Vestuario: David Delfín. Iluminación: Tom Visser. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Oliver Díaz. Lugar: Palau de les Arts. Entrada: En torno a 1.350 espectadores (prácticamente lleno). Fecha: viernes, 30 junio 2023.
Casi se abarrotó la sala principal del Palau de les Arts para escuchar y ver el ballet Carmen de Rodión Shchedrín (Moscú, 1932) en la más que cuestionable versión musical preparada específicamente para la singular coreografía diseñada por Johan Inger para la Compañía Nacional de Danza, que dirige actualmente Joaquín de Luz. Hay que decir ya que esta no es la “Carmen” de Mérimée ni de Bizet. Ni siquiera la de Shchedrín. Es “Mi Carmen, que parte de la historia original de Mérimée”, aclara el célebre coreógrafo y bailarín sueco. En cuánto a la música, y este es el más grave problema de este cuestionable montaje, se han agregado postizos intercalados de ramplón calado musical que violentan la genial música de Bizet/Shchedrín. Es como si entre los compases de Las bodas de Fígaro se entrometieran músicas de Dyango o El Puma. O en medio de Rayuela se infiltraran párrafos de Corín Tellado.
Mal, fatal, sienta la hojarasca compuesta por el barcelonés Marc Álvarez para duplicar la duración del ballet original, creado por Shchedrín en 1967 para su esposa, la ya inmortal Maya Plisétskaya. El abismo entre genio y vulgaridad descuadra y descompone la redondez de la música original, diseñada para una orquesta de cuerdas con el añadido de timbal y percusión, sección que cumple particular protagonismo. Por fortuna, la Orquesta de la Comunitat Valenciana, sus formidables cuerdas y su no menos sobresaliente sección de percusión aportaron esplendor, colores, registros y luz, dejando aún más en evidencia el precipicio entre genialidad y mediocridad.
La versión se enriqueció con la dirección, fiel y libre a un tiempo, de intenso calado dramático, del asturiano Óliver Díaz (1972), maestro en plenitud que cuidó fraseo, matices y dinámicas. Distinguió el grano de la paja; atendió con escrúpulo la bien desarrollada escena y puso cada música en su sitio sin romper por ello el decurso coreográfico. Escuchó la orquesta y modeló la formidable respuesta sonora para forjar una versión sinfónica de brillantes quilates, por mucho que todo declinara, inevitablemente, en obvia ramplonería en los banales episodios intercalados. La gente se fue encantada después de mucho aplaudir. Seguro que más de uno convencido de haber disfrutado de Carmen, la única verdadera, la cigarrera que todavía y desde siempre anda por las calles de Sevilla y por las de cualquier ciudad o lugar del mundo. Eterna y universal como Maya Plisétskaya. Justo Romero
Publicada en el Diario Levante el 1 de julio
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