Crítica: Concierto centenario del Teatro Wagner. El Wagner cumple cien años
CONCIERTO CENTENARIO DEL TEATRO WAGNER
ORQUESTA DE CÁMARA DE LA COMUNIDAD VALENCIANA (D. ABAD CASANOVA)
El Wagner cumple cien años
Daniel Abad Casanova (director). Joana Jiménez (voz). Programa: Obras de Falla (El amor brujo) y Beethoven (Quinta sinfonía). Lugar: Aspe, Teatro Wagner. Entrada: 550 espectadores (lleno). Fecha: sábado, 26 marzo 2022.
Aspe es un lugar único. Encrucijada fuera de caminos y turisteos, la acogedora localidad alicantina es la única ciudad del mundo que tiene un teatro llamado Wagner. Y por si no bastara, tiene, además, un auditorio denominado Alfredo Kraus, y hasta un barrio llamado “Los tenores”, repleto de calles con nombres de cantantes de ópera y zarzuela. Entre sus más ilustres hijos, figura el barítono Luis Almodóvar (1888-1961), una estrella de la lírica de principios del siglo XX, que cantó con los más grandes, incluidos Beniamino Gigli, Toti dal Monte y el mismísimo Pietro Mascagni, que lo eligió para cantar Cavalleria rusticana bajo su dirección. Pues esta ciudad acogedora celebró el sábado, con justificado orgullo, el centenario de su Teatro Wagner, con un concierto en el que, claro, no faltó la música del creador de Tristan e Isolda. Se inauguró en 1922, con un aforo de 1.020 localidades. Aspe contaba entonces 7.000 habitantes. Eran otros tiempos, pero la ciudad y sus 21.000 vecinos siguen con el Teatro Wagner arraigado en sus afectos.
Al wagneriano de culto, conmueve toparse con este teatro remozado, ubicado justo al lado del Auditorio Alfredo Kraus. Con una historia cargada de pasiones wagnerianas que atrajeron al mismísimo Alfredo Kraus, secreto admirador del creador de Tristan e Isolde. El sábado, nadie en Aspe, la ciudad del Wagner, quería perderse el concierto del centenario, a cargo de la Orquesta de Cámara de la Comunidad Valenciana, dirigida por su titular, el versátil y dinámico Daniel Abad Casanova, otro ilustre músico del lugar. En los atriles, además de la música irrenunciable de Wagner -como propina se escuchó una versión reducida de la Cabalgata de las valquirias-, las de Falla y Beethoven.
Fue un concierto de sentido éxito, en el que mucho tuvo que ver la participación excepcional de la cantaora Joana Jiménez, una estrella que cantó, bailó, declamó y escenificó como quizá nadie haga hoy El amor brujo, escuchado en su versión original, la “gitanería” que en 1915 escribió Falla para Pastora Imperio. La amplificación, acaso excesiva, en absoluto desdibujó su formidable interpretación de Candelas, la protagonista única de El amor brujo. Falla, como el fundador del Teatro, el empresario José Terol Romero, amaba con veneración cristiana el Parsifal de Wagner. Por eso, nada más natural que pentagramas del universal gaditano para abrir el programa.
Daniel Abad Casanova, maestro curtido y aspense de pro -caminar con él por Aspe es como andar con Curro Romero por Sevilla- planteó una versión poderosamente dramatizada de El amor brujo, atenta al protagonismo vocal y escénico de Joana Jiménez. Subrayó ritmos y dinámicas, y cuidó y fraseó con mimo el melodismo intenso de la partitura, dentro siempre del origen popular y resonancias andaluzas de lo que es y nació como “pantomima”. Momentos tan hermosos como el “Romance del Pescador” o las finales “Campanas del amanecer” se cargaron de sentido y sabor en su convivencia con las danzas más vivas y populares, como las del “Fuego” o del “Fin del día”. Joana Jiménez cantó con desgarro sin impostación; declamó con genuina convicción, y bailó con plástica belleza una obra que, sin salirse del marco, cargó de penetrantes acentos propios. Paya como Falla, la cantaora sevillana reivindicó, quizá sin saberlo, los aires más étnicos y genuinos de una obra que, según el propio compositor, es “eminentemente gitana”.
El éxito fue unánime. Se coronó fuera de programa con la cantante sevillana convertida en La bien pagá, la archifamosa canción de su paisano Juan Mostazo. Daba gusto ver el teatro abarrotado de un público variopinto y emocionado por el hecho musical, sí, pero también por el orgullo de saberse poseedor de un teatro público -desde 1985 es municipal- que habita en “cada uno de nosotros, los aspenses”, como dijo con palabra clara y franca el presentador de la efemérides, Manuel Benítez.
Después, tras el intermedio, llegó la Quinta de Beethoven, en una visión de escrupulosa fidelidad, cuyos puntuales deslices no restaron méritos ni valores a una lectura canónica y bien calibrada en sus dimensiones y dinámicas. Fue el preludio de una revisada y brillante “Cabalgata de las valquirias” que cargaba de sentido los variados “y accidentados” cien años de un teatro único en el mundo, y que el sábado se sintió, más que nunca, corazón de Aspe y sus “wagnerianos” moradores. Justo Romero
Publicada el 28 de marzo en el diario Levante
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