Crítica: Francisco Coll estrena Lilith con la Orquesta de València
El genio de Coll
Orquesta de València. Directores: Christian Karlsen y Francisco Coll. Solista: Jacob Kellermann (guitarra). Programa: Obras de Debussy, Coll y Janáček. Lugar: València, Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 600 personas. Fecha: 25 mayo 2022.
Hay veces, muy contadas, que el espectador siente la certeza de ser testigo de un acontecimiento, de algo realmente importante. Fue esta precisamente la impresión con la que el espectador abandonó el miércoles el Auditori del Palau de les Arts: con el impacto de Lilith, un impresionante monumento sinfónico de Francisco Coll, que se acababa de estrenar con carácter absoluto dirigido por el propio compositor. En el maremágnum de mil y un infumables estrenos, Lilith se percibe, desde su primera nota, con la fuerza siempre sorprendente, siempre eternamente nueva, del genio.
El valenciano Francisco Coll es un genio. Para quien escribe, el genio musical más personal y fascinante surgido en España desde Manuel de Falla. Lilith, la obra ahora estrenada, nacida como respuesta a un encargo del Palau de la Música, derrocha temperamento, talento, oficio y una imaginación sonora tan personal como libre y universal. Es, posiblemente, a pesar de ser recién nacida, una de las páginas capitales del sinfonismo español del siglo XXI. El personaje mitológico de la primera esposa de Adán, tan bella y perversa, rebelde y seductora, tan ángel y tan demonio, ha inspirado a Coll un escueto poema sinfónico de apenas doce constreñidos minutos, que, como firma Jesús Castañer en las notas al programa de mano, “es una de las composiciones más provocadoras, enigmáticas y cargadas de simbolismo que [Coll] ha escrito hasta la fecha”.
Coll, también pintor de fina brocha, tiñe los pentagramas de Lilith con una paleta orquestal que es tan rica y original como los pinceles de sus pinturas. El uso de los recursos instrumentales sugestiona en cada instante, por sus colores, timbres y sugerencias, como el pasaje en el que pianos (inmenso Carlos Apellániz), arpa (ídem) y percusión aluden difusamente a un episodio de Una vida de héroe, de Strauss. Pero el “héroe” de Coll es un héroe cansado, abatido, algo que la partitura subraya en el “desenfoque sonoro” y el ritmo desencajado generado por el contraste entre un piano perfectamente entonado y otro afinado medio tono alto.
Lilith es un valiente retrato sonoro. Fuerte, atrevido, de originalísimo uso instrumental y contrastes extremos. Áspero y dulce, pero nunca agridulce. Sinuoso e incisivo. Una obra sin límite ni reservas, pero cargada de extremos y aristas. Dual como el personaje inspirador y como tantas cosas en la vida. Es, además, página de extremas e infrecuentes exigencias. Expresivas y técnicas. Todas fueron resueltas de modo admirable por una Orquestra de València que se mostró consciente del momento histórico que protagonizaba. Como cuando se estrenó el Concerto de Falla en el Palau de la Música de Barcelona (1926) o La consagración de la primavera en París (1913). Fue una respuesta tan generosa como implicada y profesional. Cada atril, cada sección y todo el conjunto. En el podio Francisco Coll, que no es un simple “compositor que dirige”, transmitió la magia de su música y el modo de materializarla. El éxito, huelga decirlo, fue colosal. Para la orquesta, para el maestro Coll y para el compositor Francisco Coll.
No fue la única música suya que se escuchó. Antes, otra obra maestra, Turia, el endiablado concierto para guitarra y conjunto instrumental que Coll estrenó en 2017. No deja de resultar curioso que los de dos mejores conciertos para guitarra, el Aranjuez y Turia, hayan surgido de creadores valencianos. A diferencia de Joaquín Rodrigo, que mira a la España renacentista, Coll mira a una España reinterpretada desde sus esencias. La alusión, el aire, la evocación y el pulso, laten con tanta fuerza como la del inconfundible lenguaje colliano. Hay linaje, temperamento, universalismo y el orgullo de las raíces propias. El color y el paisaje deslumbran tanto como la sutileza y el detalle. Explosión de imaginación. El “folclore imaginario” de Falla es aquí “folclore reinventado”. Las dificultades, extremas, al límite de lo posible. Lo hicieron posible el guitarrista sueco Jacob Kellermann, que derrochó virtuosismo y empatía; una admirable Orquestra de València en día de gracia, y el maestro, también sueco, Christian Karlsen.
Menos vuelo tuvo la lectura del Preludio a la siesta de un fauno de Debussy que abrió el programa, cerrado con una brillante pero imperfecta versión de la enjundiosa Sinfonietta de Janáček, en la que brilló la legión de trompetas y tubas de todos los colores ubicada fuera de escenario, en un lateral del coro, y, sobre todo, un Javier Eguillor cuyos timbales rotundos y crecidos aún andarán retumbando en el mismísimo Ayuntamiento de Brno que pinta la partitura en el movido andante final. ¡Espectacular! Justo Romero
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