Crítica: Concierto de Año Nuevo. ¡Qué tristeza de concierto!
Concierto de Año Nuevo 2021
¡Qué tristeza de concierto!
Probablemente haya sido el concierto de Año Nuevo más aburrido de los últimos años. Pero además de tedioso, ha sido el más triste y desangelado. El artista necesita de la interactuación con el público, que de alguna manera, con su presencia silenciosa pero estimulante, se convierte en copartícipe de la propia interpretación. De poco sirve pensar que te escuchan 50 millones de espectadores ante los televisores de noventa países. Ni siquiera el estímulo pegadizo de los valses, polcas y marchas de los Strauss y compañía pudo compensar la ausencia irremplazable del público.
Triste hasta la desolación fue terminar el novedoso Galope veneciano de Johann Strauss I y no encontrar más respuesta que el silencio vacío de una Sala Dorada del Musikverein de Viena habitada exclusivamente por sus hermosas pero gélidas cariátides de inspiración helénica. Tampoco Riccardo Muti, espléndido a sus casi ochenta años, es la alegría de la huerta ni la persona ideal para afrontar una situación tan imprevista como excepcional. Dirigió con su acostumbrado rigor, aunque alejado del peculiar acento rítmico y buen humor que entrañan estás pequeñas piezas, muchas de ellas maestras, pero nacidas con la sana voluntad de divertir.
Preciso y riguroso pero nada “divertido” resultó el trabajo concertador de un Riccardo Muti que recordaba más al rígido Sixtus Beckmesser que a tantos directores que con su gracejo y calidez han hecho saltar chispas. Ni siquiera en páginas inspiradas por su amado Verdi –como las Neue Melodien Quadrille, de Johann Strauss II, en la que asoman compases de Rigoletto, Ballo in maschera y otros títulos del genio de Busseto- esta edición logró levantar el vuelo más allá de la excepcional calidad que casi siempre –recuérdese el Bolero de Madrid- lucen los filarmónicos vieneses, que en estas lides –como en otras muchas- resultan imbatibles.
Pero el casi octogenario director napolitano (cumplirá los ochenta en junio), se queda muy lejos de la fluidez, desenvoltura y gracia de algunos predecesores. Sin que haya que remontarse a los tiempos de Josef Krips, Willi Boskovsky, se echó de menos la cercanía, implicación y brillo de batutas como Carlos Kleiber, Lorin Maazel, Seiji Ozawa, Zubin Mehta o, incluso Georges Prêtre, Daniel Barenboim y hasta Gustavo Dudamel. En su sexta intervención en el concierto más mediático, (ya lo dirigió en las ediciones de 1993, 1997, 2000, 2004, 2018), Muti volvió a ser el maestro adusto, serio y efectivo de siempre, pero no se pueden dirigir estas músicas como si fueran sinfonías de Bruckner o Mozart.
No hubo, claro, la consabida interrupción al principio de un Danubio azul tan aburrido como el gélido ambiente de la floreada sala. Tampoco las estereotipadas palmas chim-pún de la Marcha Radetzky. Ni siquiera los aplausos regalados por los propios músicos al maestro lograron levantar el vuelo ni los ánimos de una edición que quedará en los anales como la más triste desde que en 1939, en plena ocupación nazi, el gran director Clemens Krauss instauró la tradición de un concierto que en este “annus horribilis y horrendo” (palabras de Riccardo Muti) ha hecho aguas por los cuatro costados. Y no solo por la ausencia del público. Como las flores del escenario, las cariátides no sirvieron más que para adornar. Lo mejor del concierto, el reportaje sobre los cien años del estado austriaco de Burgenland que se emitió durante el intermedio. ¡Imagínense! Justo Romero
Publicada el 2 de enero en el Diario Levante.
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