Crítica: Cornelius Meister dirige la Orquesta Nacional
Más de un descubrimiento
Obras de Vidar, Strauss y Zemlinsky. Roberto Silla, oboe. Orquesta Nacional. Director: Cornelius Meister. Madrid, Auditorio Nacional, 3 de junio de 2022.
Hemos disfrutado sobremanera volviendo a escuchar después de muchos años el gran poema sinfónico de Zemlinsky “La Sirenita” (“Die Seejungfrau”), estrenado en 1905 y rápidamente retirado de los atriles por su autor. Hasta 1984 no se recuperó y no se editó por el especialista Antony Beaumont. Obra procelosa, muy característica de un músico que siempre supo asociar estilos heterogéneos en una línea de sutil eclecticismo que no deja de tener, sin embargo, aportaciones personales. La composición no puede negar, evidentemente, por ejemplo, influencia mahleriana y, en particular, straussiana.
La capacidad de Zemlinsky para alternar un lenguaje heredero de la armonía tradicional con eficaces prospecciones que nos llevan a los límites de la tonalidad favorece un espectro sonoro de variados reflejos y de colorido realmente excitante. El bien administrado y exquisito cromatismo se sublima y alcanza a veces un maravilloso preciosismo por encima del cual triunfa en ocasiones la melodía. Un magnifico redescubrimiento que en esta ocasión vino de la mano de un maestro nada conocido por estos pagos como Cornelius Meister (Hannover, 1980).
El enteco y longilíneo director alemán –que guarda un curioso parecido con el actor inglés Ralph Fiennes- se nos ha mostrado como un estupendo conocedor de la materia musical y ha sabido desentrañar con rara habilidad una partitura tan compleja como la de la de Zemlinsky a partir de un gesto franco y elegante, variado y convincente, activo en todos los planos, capaz de subdividir y de abarcar con amplitud, de perseguir y lograr gradaciones dinámicas insólitas. Su atuendo algo anticuado, sus movimientos ágiles, a veces un poco amanerados, componen una curiosa pero atractiva figura, elástica y movediza. A partir de ahí demostró que sabe sacar partido de una música tan espesa de texturas a veces, tan monumental y en ocasiones delicada.
La interpretación, con una Nacional vistosa y entregada a la causa, fue por todo ello de altura, diríamos que incluso virtuosa dada las dificultades de todo tipo que presenta la obra. Desde el mismo comienzo, un magnífico “crescendo” desde las profundidades, hasta el explosivo final del primer movimiento (“Movido muy mesuradamente”) pudimos apreciar esas excelencias. Fue imponente la agitación conseguida al inicio del segundo tramo (“Muy movido, tempestuoso”), clarificadores los juegos rítmicos y tímbricos subsiguientes, con momentos de notable sutileza, así el solo de saxo apoyado en la cuerda o el canto lírico de los vientos sobre un fondo irisado de arcos.
Emotivo el sesgo aplicado al tercer episodio (“Muy estirado, con expresión dolorosa”), en el que todo funcionó a pedir de boca. Cierre de una sesión que había comenzado con la agradable escucha de “Eldur” (“Fuego”) (1950), bonancible y tonal página balletística de aire nacionalista de la islandesa Jórunn Vidar y que había continuado con el “Concierto para oboe” de Strauss (1945) interpretado en este caso por uno de los mejores instrumentistas de la Nacional, Roberto Silla, que se lució a base de bien, exhibiendo su increíble legato, su técnica, su meloso sonido, recreando a la perfección los dificilísimos jugueteos mozartianos del viejo autor de “Salomé”. Meister acompañó con destreza y de memoria. Otra de sus virtudes. Arturo Reverter
Saxo no, señor Reverter: Clarinete Bajo.