Crítica: Cosí fan tutte en el Conservatorio Superior de Música de Valencia
¡Solo faltaba Mae West y quizá La Veneno!
Così fan tutte. “Dramma giocoso” en dos actos. Libreto de Lorenzo Da Ponte. Música de Wolfgang Amadeus Mozart. Reparto: Miriam Chapí (Fiordiligi), Florise Sbrancia (Dorabella), Marina Cuesta (Despina), José Abellán (Ferrando), Carlos Pascual (Guglielmo), Pavel Morgunov (Don Alfonso). Dirección de escena: Jaume Martorell. Escenografía y vestuario: Miguel Ángel Jiménez. Iluminación: Ximo Rojo. Coro y Orquesta “Proyecto Operístico Conservatorio Superior de Música de València”. Dirección musical: Juan Pablo Hellín. Lugar: València, Auditori Conservatorio Superior de Música. Entrada: Alrededor de 450 personas (prácticamente lleno). Fecha: 2 mayo 2023 (se repite los días 4 y 5 de mayo).
Une morenace despampanante que le saca la cabeza recibe al crítique en un ambiente festivo de travestis, transformistes, pititas, pitites, profesores y alumnes. ¡En tanto bullicio de tacones drag queen, kilos de maquillaje, rubies espectaculares con voz de Borís Godunov, carnaza a la vista y pechos a lo Sabrina solo faltaba Mae West y quizá La Veneno! La tarde del martes el atiborrado vestíbulo del Conservatori Superior de Música más parecía un decadente club de ambiente que el acceso a un centro educativo. Tanta algarabía y exceso apuntaba mal.
El festivo happening forma parte del montaje que el director de escena Jaume Martorell ha ideado para su nueva producción de Così fan tutte, el genial y más machista que el pan “dramma giocoso” que los genios de Mozart y su libretista Lorenzo Da Ponte estrenaron en Viena a principios de 1790 mofándose de la fidelidad de las mujeres. El “Así hacen todas” (Così fan futte) habría que retocarlo con un “así hacen todes” para estar más al loro con los tiempos que corren.
Sin embargo, el espectáculo, que se enmarca en el proyecto operístico promovido por el Conservatori Superior de Música de València, funciona dentro de su enclave formativo y experimental y no se queda en gracieta ni parodia. Martorell ha templado ese impulso efectista de bienvenida y ha desarrollado con habilidad una acción colorista, divertida y siempre ágil. Minuciosa y muy trabajada. En el justo límite del exceso, pero sin llegar a él. No hay instante sin sorpresa y sin curiosidad por el qué pasará. La dramaturgia funciona.
El juego de travestir a Ferrando y Guglielmo -les protagonistes masculines de la ópera- en despampanantes y grotesques monumentos vampireses resulta divertido e ingenioso, y esquiva el esperpento por la efectiva dirección de actores y la chispa de la puesta en escena, que disimula y compensa su modestia original a base de ingenio y buen hacer. También de un vestuario atrevido y festivo, de fiesta, color y alegría, firmado Miguel Ángel Jiménez, responsable igualmente de la escueta escenografía, con fondo de cortinajes de tienda de chinos y efectiva realización.
Musicalmente, hubo de todo, como corresponde a un reparto conformado en su totalidad por alumnos de canto del propio conservatorio. Brillaron y destacaron con claridad la preciosa, pizpireta y bien cantada y movida Despina de la soprano Marina Cuesta, y el Ferrando del tenor José Abellán, dueño de una prometedora material vocal cargada de belleza y futuro. Los cuatro protagonistas restantes sortearon como pudieron las mil y una trampas y exigencias de una ópera difícil como pocas de cantar. Salieron indemnes. No es poco a estos niveles.
El coro, también de estudiantes, cantó bien y ajustado, y se pasó la función deambulando arriba a abajo por el patio de butacas, en un movimiento que, pese al vistoso vestuario, imprimía cierta solemnidad extraña, propia de una Flauta mágica o un Parsifal, pero inconveniente en un título tan dinámico y “giocoso” como Così. Muchos figurantes y entusiasmo colectivo. Todo muy positivo, pese a una orquesta capaz de bastante más: el potencial de su juventud y condición estudiantil reclama un sinfonismo más ambicioso y de resultados menos discretos y conformistas. Mozart es mucho Mozart.
El maestro Juan Pablo Hellín no acertó a sacar partido ni refinamiento al entusiasmo y medios que tenía en un foso tan invisible para el público como el wagneriano de Bayreuth. Curioso. A final, después de tres horas, uno se va a casa feliz y contento. Más por lo visto que por lo oído, pero sobre todo por ver tanta ilusión y tanta gente joven pasándoselo pipa con una ópera de Mozart. Entusiasmo y ganas que hacen presente el futuro. ¡Bravo a todos! Justo Romero
Publicado en el diario Levante el 4 de mayo
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