Crítica: Cuarteto Gerhard interpreta tres cuartetos de Shostakóvich en la Quincena
Emotivo y demoledor Shostakóvich en la Quincena
Shostakovich: “Cuartetos de cuerda” 10, 11 y 12. Cuarteto Gerhard. Quincena Musical Donostiarra. Chillida Leku, 25 de agosto de 2023
Este joven cuarteto catalán, nacido en 2010, es ya uno de los más representativos de nuestro país, con afortunada tendencia, dentro de un espectro interpretativo muy amplio, a centrar sus actuaciones en la música postromántica y en la nacida a partir de los comienzos del siglo XX. Son músicos avezados, investigadores y duchos en desentrañar partituras complejas, que tocan con rara intensidad en busca de caminos poco orillados. Sus componentes son los violinistas Lluis Castán y Judit Bardolet, el violista Miquel Jordà y el chelista Jesús Miralles.
Están interpretando en la Quincena la integral de los “Cuartetos” de Shostakovich, quince obras compuestas entre 1938 y 1974, que nos descubren oscuras y ocultas bellezas, zonas abisales, reconcentradas exposiciones en un continuo viaje exploratorio de la tonalidad. El ascetismo imperante, el mismo curso de los acontecimientos sonoros podría interpretarse como un ejercicio en variaciones de lamentos, pesares y pérdidas. Música de insufrible intensidad, abstracta, ayuna de cualquier tipo de programa, de un lacerante cromatismo.
Hay que fajarse, subsumirse, olvidarse de este mundo para sacar a flote las intestinas propuestas, tantas veces insalubres. En ese terreno se movieron como pez en el agua los Gerhard. Su sonoridad no es especialmente muelle, pero afinan, balancean, contrastan y planifican. Y sobre todo frasean y dicen, volcados y subsumidos en los pentagramas. En esos momentos no hay otra cosa en el mundo. Lo demostraron nada más empezar tocando de manera desnuda el “Cuarteto nº 10 en La bemol mayor op. 118”, que, tras el enunciado por el primer violín de la célula melódica, a manera de nervioso latido, que habrá de basar la obra, supieron ir enhebrando acontecimientos y sorprendernos ya en el “Allegreto furioso”, un ejemplar y característico movimiento envuelto en pura dinamita. Sutileza bien calibrada en el introspectivo “Adagio”, de espectro tan schubertiano, y tenue agilidad en el postrero “Allegretto-Andante”.
De nuevo el violín, el conspicuo Lluis Castán, de penetrante sonoridad, expuso el tema inicial del “Cuarteto nº 11 en Fa menor op. 122” con suavidad y toque meditativo. Los siete movimientos fueron desgranándose sin solución de continuidad en un ejercicio de agilidad, compenetración y buen hacer. Las imitaciones discurrieron levemente hasta la aparición del drama en el “Recitativo: Adagio”. Luego los dibujos obsesivos del “Allegro”, donde el primer violín vuela, caracolea y centellea. La “Humoresque” se traduce en chispas inaprehensibles en un obsesivo puntilleo. Los tonos graves perfuman la exposición de una música que se hace casi fúnebre en la “Elegía: Adagio”, con los dos violines como portadores del mensaje. Los sutiles “pizzicati” de la viola dan paso al “Moderato” final en donde las cuatro cuerdas mantuvieron encaje y afinación.
Quedaba aún el plato fuerte del “Cuarteto nº 12 en Re bemol mayor op. 133”, que, como es preceptivo, surgió de las profundidades de la ondulante frase expuesta por Castán de una forma extremadamente concentrada e intensa. Los cuatro instrumentistas supieron marcar el latido de la música, “Moderato”, hasta la aparición del “Allegretto”. Bien expuesta la insistente pregunta de cinco notas que se hacen los cuatro instrumentos al inicio del segundo movimiento, “Allegretto-Adagio-Moderato-Allegretto”. Imitaciones continuas formuladas con intensidad y diligente comunicatividad.
Las eventuales disonancias fueron dando forma a las repeticiones, bien imbricadas y expuestas en un tejido de notable claridad; hasta la aparición fantasmal del solo de chelo, aquí admirablemente tañido por Miralles. La desolación lo invade todo y el instrumento eleva su voz en el triste “Moderato”. Los límpidos e insistentes “pizzicati” del primer violín parecen animar la música por unos momentos; aunque es un espejismo. Aquí y en las frases subsiguientes Castán ofreció su mejor imagen. Un lento “fugato” nos aproxima a un final hasta cierto punto cauterizador, que se inicia con unos traviesos dibujos del primer violín y que el Gerhard culminó sin perder la compostura ni la afinación en una imprevista vorágine con diez vertiginosos acordes.
Una pieza de muy otro signo, de sombrío melodismo y atractivas hechuras, de Thomas Adès, cerrado con un enorme silencio, puso fin a un concierto en buena parte demoledor y demostrativo del buen hacer del Cuarteto Gerhard. El público, que llenaba el original reducto del Caserío-Museo Chillida, aplaudió con ganas. Arturo Reverter
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