Crítica: el Cuarteto Quiroga en el 69º Festival Internacional de Música y Danza de Granada
69º Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Los enigmas de la noche
Beethoven: “Cuartetos nº 15, op. 132” y “nº 16, op. 135”. Cuarteto Quiroga (Aitor Hevia y Cibrán Sierra, violines; Josep Puchades, viola, Helena Poggio, chelo). Patio de los Arrayanes, 19 de julio de 2020. Festival de Granada.
Después de una desapacible y ventosa tarde, que amenazó tormenta, lo que hubiera puesto en peligro la celebración de este concierto al aire libre, todo se calmó como por ensalmo, quizá gracias a un hechizo gitano, y la actuación del Quiroga se desarrolló con toda normalidad en una noche serena y olorosa. Lo que compaginó a las mil maravillas con los pentagramas interpretados. Los que pueblan los dos últimos “Cuartetos” beethovenianos. Los postreros si nos atenemos a su número de “opus”, bien que el 15 sea en realidad el primero de la serie de cinco obras.
El Quiroga ha trabajado a conciencia las dos composiciones, que se ofrecieron bien construidas, moldeadas al detalle, claras de texturas, labradas con rara perfección de orfebre y animadas desde dentro por esa refinada y misteriosa espiritualidad que las hace grandes. El ensimismado comienzo del op. 132 nos puso en el camino, con esa sigilosa exposición de una célula de cuatro blancas, que serán las que la postre otorguen nervadura al complejo desarrollo. Luego, el “cantabile” segundo motivo entreabrió la puerta para la resolución de la enigmática frase inicial. Toda la carga dramática fue paulatinamente aliviada para dar paso al aire danzable del segundo movimiento, en el que los claroscuros nos mantuvieron en vilo, aunque el titilante trío con bordón nos abrió una puerta hacia el optimismo.
Los abismos del gigantesco “Molto adagio”, ese sentido “Cántico de acción de gracias de un convaleciente a la divinidad en modo lidio”, fueron captados en toda su esencia y aliviados pasajeramente por los intermedios del “Andante”. Toda la espiritualidad, la elevada expresión quedó plasmada en los concentrados arcos. No cedió el dramatismo en los acentos “alla marcia” del cuarto movimiento y el suave deslizamiento rítmico del “Allegro appassionato” de cierre mantuvo la tensión, finalmente no del todo liberada.
Otro mundo es el que nos muestra el Cuarteto nº 16·, cuyo “Allegretto” inicial fue expuesto con austera elegancia y con ligereza un tanto engañosa, siempre con el máximo ajuste entre las voces. Las casi etéreas sonoridades del “Vivace”, las episódicas disonancias, fueron bien observadas en busca de una perseguida introversión, rápidamente diluida para dar paso al episódico dramatismo del “Lento assai” y colocarnos en la posición ideal para enfrentarnos al misterioso último movimiento, en el que Beethoven planteó la famosa pregunta: “Muss es sein? Es muss sein!” (“¿Es necesario? ¡Es necesario!”), como nos recordó en su plática de presentación Cibrán Sierra, segundo violín del Cuarteto.
Ese lema, cargado de gravedad, ha quedado ahí para la historia. Y aunque la composición concluye en un aparentemente optimista fa mayor, el enigma persiste. Incluso se ha llegado a pensar que Beethoven pudo haber formulado esas palabras en broma a propósito de una cuestión de dinero. Sea como sea, los pentagramas permitieron a los miembros del Quiroga desplegar sus mejores armas y establecer un animado juego, en el que sobresalieron los dramáticos contrapuntos de viola y chelo. Aéreos “pizzicati” nos condujeron al despejado (?) cierre, rematando un magnífico concierto en el que la buena letra, la coordinación, el espectro sonoro, la expresión, el equilibro de voces brillaron en consonancia con el marco arquitectónico y la magia del aire granadino.
Arturo Reverter
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