Crítica: Cuestión de estilo en la OCNE
CUESTIÓN DE ESTILO EN LA OCNE
Obras de Mozart y Beethoven. Giuliano Carmignola, violín. Giovanni Antonini, director. Orquesta Nacional. Auditorio Nacional, 25 de septiembre de 2020.
Antonini es un músico muy suelto y animado, de vitalidad contagiosa, de nerviosa actitud. Flautista, con especialidad en el barroco, se ha ido haciendo poco a poco como director, primero al frente del grupo Giardino Armonico, que cofundó, después navegando sin temores en el podio, en el que se maneja ya con gran autoridad, la derivada de una larga experiencia adquirida a lo largo de muchos años de aprendizaje, en los que ha ido perfilando gestos y acreciendo saberes.
Es hombre menudo y movedizo, ágil y demostrativo, de movimientos a veces poco elegantes, pero efectivos a la hora de sugerir –más que marcar-, de encauzar y de matizar. No emplea batuta –un adminículo cada vez menos de moda- y es de compás muy abierto, con brazos caracoleantes y expresivos, los habituales en sus actuaciones, algunas de ellas en años anteriores con nuestra Orquesta, que le sigue y lo entiende aparentemente confiada y que le dedicó un aplauso en su última salida, con el joven y nuevo concertino, Miguel Colom, al frente.
Con todo ello pudimos disfrutar de una sesión clásico-prerromántica muy agradable. Antonini enfoca la Sinfonía nº 2 de Beethoven desde una perspectiva estética, pongamos por caso, más próxima a Haydn –de quien, por cierto, está grabando todas las sinfonías en el curso de un proyecto que culminará en 2032, año del 300 aniversario del nacimiento del compositor- que a un romanticismo aún por venir. En general, la versión –con 41 instrumentistas en el estrado- tuvo adecuadas proporciones y una sonoridad muy equilibrada, con excelente apertura del “Adagio molto” inicial. afinación y empaste, aunque la sección de desarrollo del “Allegro con brio” fuera mejorable. Veíamos sin tocarlo un romanticismo aún en puertas.
Dicción adecuada en el “Larghetto”, donde el 3/8 fue servido con estupendo pulso; un tanto moroso el “Scherzo” y de vitalidad contagiosa el “Allegro molto” postrero donde las maderas cantaron a satisfacción, y bien perfilado espectro tímbrico, con unas magníficas trompetas naturales que dotaron de brillo iridiscente al conjunto. Las bondades no se extendieron a la coda, que salió algo confusa y escasamente progresiva, con un dibujo menos claro de lo que se esperaba. Sí hubo la pedida transparencia en la previa colaboración a Carmignola en el “Concierto para violín nº 3” de Mozart, que se expuso con tacto y cierto refinamiento, quizá a falta de una animación, de un vigor más reconocibles.
El violinista italiano, al que tanto hemos podido admirar en el pasado tocando Vivaldi y también Mozart, mostró su indudable clase, su conocimiento del estilo y su atractivo sonido, delgado y vibrátil, su fraseo casi siempre natural –no tanto en el tercer movimiento- y su general afinación. Aunque esperábamos algo más en el terreno expresivo y en la densidad tímbrica. Interpretación un tanto falta de tensión, grácil y hasta cierto punto refinada, pero relativamente graciosa. Falta de poso y de dimensión. Arturo Reverter
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