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Por Publicado el: 28/04/2024Categorías: En vivo

Critica: Cuidada factura de Masaaki Suzuki con la Philharmonia

Obras de Beethoven, Schumann y Dvořák. Jean-Guihen Queyras, violonchelo. Philharmonia Orchestra. Dirección musical: Masaaki Suzuki. Ibermúsica 23/24. Sala Sinfónica. 23 de abril  

Masaaki Suzuki

Cuidada factura de Masaaki Suzuki con la Philharmonia

Critica de clásica / Auditorio Nacional

Obras de Beethoven, Schumann y Dvořák. Jean-Guihen Queyras, violonchelo. Philharmonia Orchestra. Dirección musical: Masaaki Suzuki. Ibermúsica 23/24. Sala Sinfónica. 23 de abril  

La Philharmonia Orchestra es una de las agrupaciones más queridas por el público madrileño, algo que se demuestra no por las más de cien veces que han tocado en Ibermúsica —eso tiene que ver también con cuestiones mercantiles— sino por el recibimiento en cada una de ellas. También es acogida con sonrisa la presencia de Masaaki Suzuki, maestro que deslumbró cuando se lanzó humildemente a grabar las cantatas de Bach compitiendo con Gardiner o Koopman. Visto en perspectiva, no quedó, ni mucho menos, atrás. Pero Suzuki hace ya muchos años que salió del jardín prohibido del Barroco para entrar en otros repertorios, y en Madrid han sonado antes oratorios de Mendelssohn como carta de presentación. El director japonés no era el programado originalmente, pero Gardiner lleva ya medio año largo retirado de los escenarios tras sus problemas de control de impulsos. 

El concierto arrancó con la obertura Egmont, tal vez la que aúna mayor dramatismo, sentido de lo heroico y potencia emocional de cuantas compusiera Beethoven. Suzuki propuso densidad, peso y rudeza pero con precisión en los ataques, lo que le permitió no adelgazar la plantilla orquestal. La entrada del oboe guiñaba un ojo a una delicadeza casi clasicista y mientras el resto del viento madera se iba sumando, la orquesta aterrizaba de un plumazo en la intensidad de un verso de Hölderlin o la tragedia silenciosa de un paisaje de Caspar David Friedrich. Romanticismo puro, en resumen. La primera parte se completaba con el Concierto para violonchelo de Schumann con Jean-Guihen Queyras como solista. El chelista canadiense se encuentra en un momento magnífico de madurez donde los fraseos se permiten las licencias justas, el sonido se engorda o adelgaza en función del pasaje y el juego de contrastes con la orquesta es lúcido. Suzuki se esforzó en las transiciones entre movimientos, que fluyen sin pausa, y Queyras mostró ligereza y belleza de emisión, un poco en la línea de lo que hacía con este mismo concierto hace casi una década con la Freiburger. Emocionante el diálogo entre las dobles cuerdas de Queyras y el chelo solista de la Philharmonie en el “Adagio”. La propina fue el preludio de la Primera suite de Bach, precedido de melodías tradicionales y otras fastidiosamente modernas (un móvil eterno), tocadas con una naturalidad y elegancia apabullantes.

La Sexta Sinfonía de Dvořák tiene un color orquestal y ritmo muy especiales en manos de la orquesta inglesa y Suzuki imprimió vitalidad contagiosa al primer movimiento, dejando destacar la brillantez de las trompetas y adecuando el espíritu brahmsiano de chelos y contrabajos hasta el optimismo. Como siempre en Dvořák el viento-madera hubo de sobresalir en el “Adagio”, seguido de un “Scherzo” sorprendentemente energético. El efusivo último movimiento destacó por la construcción dinámica de ese final arrebatado que hizo levantar las ovaciones. Sintetizando, fantástica música y muy bien hecha. Mario Muñoz Carrasco.         

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