Crítica: Currentzis, confortable dibujo mahleriano
Confortable dibujo mahleriano
Obras de Mahler. Anna Lucia Richter, soprano, Florian Boesch, barítono. Músicaeterna Orquesta de la Ópera de Pern. Director: Teodor Currentzis. Auditorio Nacional, 28 de noviembre de 2018. Ibermúsica, serie Barbieri.
El ateniense Teodor Currentzis ha saltado a la fama en los últimos diez años en virtud de su labor al frente de la Orquesta Musicaeterna, que fundó en 2004 en la localidad siberiana de Novosibirsk y que ocupa desde 2011 el foso de la Ópera de Perm, perteneciente al mismo espacio geográfico. Ha logrado un conjunto muy equilibrado, entusiasta, poderoso, flexible y preciso antes que dotado de una presencia tímbrica de reconocible belleza, que sigue sus mandatos ciegamente y que se amolda perfectamente a sus anchurosos, revoloteantes y ligeramente amanerados gestos, siempre atentos a servir unas dinámicas amplias, muy contrastadas.
Hemos tenido ocasión de comprobar todo ello en este interesante concierto en el que, como es su costumbre, el talentoso director griego ha mostrado detalles de indudable originalidad, aunque no siempre convincentes. Su visión de la “Cuarta Sinfonía” de Mahler es en general amable, bien cantada, soñadora, pasajeramente edulcorada, de “tempi” prudentes, a veces en exceso, cuajada de elongaciones no del todo justificadas, de arabescos elegantes, bien planificada, pero en la que está ausente ese sustrato expresionista conectado con lo que Robin Holloway llamaba la “onomatopeya de la pasión”. Porque en esta obra del músico bohemio, y continuando lo ya experimentado en sus tres sinfonías precedentes, nos sumergimos en la marea de los cantos populares del Wunderhorn. Lo sobrecogedor del otro mundo, de los negros presentimientos, del más cerrado nihilismo –que alcanzaría el máximo nivel en la “Sexta”, no desaparece, pese a las apariencias, en esa estructura limpia y transparente, tan vienesa.
En todo caso, hemos de aplaudir algunos momentos muy bellos, como el mismo inicio de la composición, tan bien dibujado y aquilatado, en una singular voluta. La danza (“La muerte toca una canción”), evocación del personaje de la guadaña que emparenta con la Danza macabra de Saint-Saëns, con ese macabro efecto de la scordatura del primer violín, careció de crudeza y sarcasmo. Muy bellamente ligado el tercer movimiento, quizá tocado de un excesivo sentimentalismo, pero expuesto con las justas gradaciones de intensidad hasta llegar al pavoroso acorde de mi mayor. Estupenda la transición hacia los engañosos lieder del último tiempo.
Los cantó con sentido y gracia Anna Lucia Richter, soprano lírico-ligera de indudable encanto y timbre algo falto de armónicos, que en la primera parte de la sesión había dado muestras de magnífica expresividad en sus canciones de “Des Knaben Wunderhorn”, partitura programada con gran inteligencia en un concierto como el que comentamos. Su compañero fue el barítono lírico Florian Boesch, bien conocido de la afición madrileña. Cantó con mucha intención y pasó de lo efusivo y amable a lo dramático e irónico con facilidad. No es la suya una voz llena, especialmente timbrada y abusa en exceso a veces de un falsete opaco, pero es artista. Como en este caso lo fue, casi sin fisuras, Currentzis, en un acompañamiento cuajado de detalles de buen gusto y con prestación orquestal de primera. Al final se nos ofreció una danzable y machacona propina: la “GHB/Tanzagregat” del compositor serrvio Marko Nikodijevic. Arturo Reverter
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