Crítica: Daniel Oren, El Grande
CAVALLERIA RUSTICANA’ Y ‘PAGLIACCI
Daniel Oren, El Grande
Fecha: 20-XI.2021. Lugar: Auditorio Euskalduna, Bilbao. Programa: ‘Cavalleria rusticana’, melodrama en un acto, de Pietro Mascagni, y ‘Pagliacci’, drama en un prólogo y dos actos, de Ruggiero Leoncavallo. Intérpretes: Jorge de León, tenor (Turiddu y Canio); Ekaterina Semenchuk, mezzosoprano (Santuzza); Ambrogio Maestri, barítono (Alfio y Tonio); Rocío Ignacio, soprano (Nedda); Carlos Daza, barítono (Silvio); Belén Elvira, mezzosoprano (Lola); Elena Zilio, mezzosoprano (Mamma Lucia); Mikeldi Atxalandabaso, tenor (Beppe); Gexan Etxabe, barítono (Un granjero). Coros: Ópera de Bilbao e Infantil de la Sociedad Coral de Bilbao. Orquesta: Euskadiko Orkestra. Director de escena en la reposición: Albert Estany. Director musical y maestro concertador: Daniel Oren.
La esperanza que existía, después de una compleja red de relaciones, para contar con la presencia en el foso del director israelí Daniel Oren, precedido de una fama -confirmada- de exigente para obtener el más alto grado de la perfección musical, como así se constató tras el deleite de escuchar estas dos obras musicales que, desde su estreno, supusieron (y siguen suponiendo hoy en día), la cima del verismo en el mundo de lírica. Quien escribe nunca ha escuchado a la Euskadiko Orquesta (antes Orquesta Sinfónica de Euskadi), desde su fundación -allá por el año 1982- llevar a cabo, desde el foso, un trabajo de semejante contundencia, lirismo expresivo y efectividad de modulaciones tímbricas en sus distintas secciones. Ello no ha sido una cuestión de pura casualidad o un mero efecto del arte de birlibirloque. La razón de todo ello radicó en que, frente al conjunto musical, estuvo un maestro concertador en estado puro, discípulo de gran Leonard Bernstein, que jamás de conforma con un 9,9. Siempre busca el 10. En los ensayos previos -cuentan que le parecieron pocos el número de estos- casi deja noqueados a los músicos a causa de tantas repeticiones para el alcance de las sutilezas sonoras que él mantiene respecto a su peculiar lectura del pentagrama, y otro tanto pasó con el coro haciéndole repetir una y otra vez alguna expresión hasta que sonara a su pleno gusto. Fue toda una lección de concertación donde todos, los de abajo y los de arriba (esos especialmente satisfechos) ofrecieron la plenitud de belleza musical que encierra Cavalleria rusticana y Pagliacci. Incluso fueron audibles las dos llamadas de atención que dirigió a los violines en la obra de Mascagni. Nada que ver, musicalmente hablando, con la misma producción de hace seis años, por cierto ya alquilada por la Ópera de Tel-Aviv. Se la ha denominado como de ’low cost’, olvidando que el Metropolitan Opera neoyorquino ha repuesto ‘La Bohéme’ de Franco Zeffirelli más de un centenar de veces. ¿Qué para ambas obras se utilizan los mismos decorados?, pues cierto es, al igual que el estrecho de Mesina separa la isla de Sicilia de la región de Calabria en tan sólo 3 kilómetros, como también resultó evidente que la dirección de escena, en manos de un sustituto, dejó bastantes huecos de movimientos que pudieron evitarse, así como la contradicción del juego de las luces, ya que para determinadas mismas escenas se pasaba -en un pispás- desde el lubricán de la tarde al dulce amanecer mediterráneo. Ni Estany ni Rodríguez tuvieron su jornada de acierto. Estos han sido los dos aspectos que merecen una más cuidada depuradora próxima.
El elenco canoro de ambos títulos tuvo momentos realmente destellantes, como fue el caso de ofrecer, íntegro, el dúo amoroso de Nedda y Silvio, que se masacra en la mayoría de las representaciones de Pagliacci, privando al respetable de un excelso momento musical, dotado de enorme calidad armónica y exigencia fonal tanto para la soprano como para el barítono, donde, en este caso Ignacio y Daza, dieron una limpia y expresiva lección de canto. Escuchar a la mezzo soprano Elena Zilio, hacer, a sus 80 años, el cometido de Mamma Lucia, con semejante calidad de voz y fuerza actoral, es algo difícil de olvidar. Negar la calidad del barítono Ambrogio Maestri sería toda una necedad, pero su trabajo en escena como Alfio, vestido de señorito, en vez de rudo arriero y de Tonio en unas posiciones estáticas cual cariátide del Erecteion, es culpa achacable a la regia de escena que a su gran corporeidad física. Belén Elvira hizo una Lola de escaso contenido dramático y lo fue en perjuicio de su apreciable voz. Mikeldi Atxalandabaso nos regaló una preciosa cavatina de “! Oh, Colombina” siendo apreciable su técnica vocal y el brillo en la dicción.
Quedan para el final tres triunfadores plenos de esta velada. El lagunero Jorge de León, que tantas malévolas críticas sibilantes recibe por el origen de su escuela lírica, su Canio resultó impecable en fuerza, seguridad en el registro agudo, totalmente contundente al igual que la afinación. Así como en Rigoletto es espera al tenor para valorar su trabajo en “Parmi veder le lacrime”, por encima de “La donna e mobile” o en “Questa e quella”, en Cavalleria rusticana se espera al breve recitativo y dura aria que es “Mamma, il vino e generoso” y a que De León nos dejó con el alma encogida para la profundidad de emisión, por su limpieza y por el gusto en la modulación del texto. La sevillana Rocío Ignacio hizo una Nedda de muchos kilates, que se ha venido apreciando en los tres últimos años en grado de pureza de los mismos, quedado extrañada una conocida agente lírica alemana, presente en el evento, de cómo esta mujer no estaba más presente en los circuitos internacionales. Ekaterina Semenchuk está en el lujo de ser una mezzo que tanto puede andar ligera en las coloraturas de arriba, como en las profundidades seguras de la misma. Su Santuzza resultó intensa en luminosidad, potencia en proyección y dulzura en expresividad. ¡Un gran trabajo! El coro cumplió y bien, después de los repasos, para bien, que recibió de Oren. Manuel Cabrera
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