Crítica de “El mundo de la luna” en Valencia
Crítica de “El mundo de la luna” en Valencia
Mareando la perdiz
EL MUNDO DE LA LUNA. Ópera cómica en tres actos de Joseph Haydn, con libreto en italiano de Carlo Goldoni. Solistas: Vicent Romero (Ecclitico), Olga Syniakova (Ernesto), César Méndez (Buonafede), Annya Pinto (Clarice), Giorgia Rotolo (Flaminia), Nozomi Kato (Lisetta), Andrés Sulbarán (Cecco). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director: Jonathan Brandani. Director de escena: Emilio Sagi. Escenografía: Daniel Bianco. Vestuario: Pepa Ojanguren. Iluminación: Albert Faura. Coreografía: Nuria Castejón. Lugar: Palau de les Arts (Teatre Martín i Soler). Entrada: Alrededor de 400 personas (lleno). Fecha: Jueves, 8 marzo 2018.
La música de Joseph Haydn, el gran contemporáneo de Mozart, ha estado siempre ensombrecida por la del creador de La flauta mágica. Si en el ámbito sinfónico, camerístico e instrumental poco o nada tiene que envidiarle, en el operístico Mozart gana definitivamente y por goleada. El jueves, el Palau de les Arts estrenó en València, en su Teatre Martín i Soler, El mundo de la luna, “dramma giocoso” en tres actos compuesto por Haydn en 1777 sobre un muy característico, excesivo y divertido libreto del gran Carlo Goldoni. Haydn crea una ópera divertida a veces, con momentos en los que asoma el genio, pero carente del pulso dramático y del talento teatral de Mozart. Si el primer acto transcurre en un santiamén, los dos últimos resultan interminables: 80 minutos de música mareando la perdiz durante los que no ocurre nada que no se haya ya intuido en el muy superior primer acto.
Emilio Sagi, que firma la puesta en escena de esta coproducción estrenada en 2013 en el Teatro Arriaga de Bilbao bajo la dirección musical del recientemente fallecido Jesús López Cobos, utiliza sus conocidos recursos y guiños escénicos para, a base de espectáculo, luces, color, hábil movimiento escénico y hasta carnaza, tratar de compensar una ópera que pide a gritos buenos tijeretazos: esencializar su decurso dramático para acercarlo a la perfecta concisión mozartiana.
Los seis personajes parecen extraídos de la Commedia dell’arte, y responden a todos los clichés del género. Las calenturientas hermanas Clarice y Flaminia podrían ser perfectamente la Tisbe y Clorinda de La cenerentola rossiniana; la astuta y casquivana criada Lisetta parece (dramáticamente, no vocalmente) gemela de la Despina mozartiana, mientras que el embaucador y falsísimo astrónomo Ecclitico es tan Dulcamara donizettiano como el ingenuo Buonafede sosainas Nemorino.
Con estos personajes Sagi desarrolla una acción ágil y actual, que subraya sin contemplaciones los rasgos de por sí fuertes de cada uno de ellos. Al coherente y calibrado resultado contribuyen la vistosa escenografía de Daniel Bianco (¡un milagro que se haya podido “meter” en el escenario del Martín i Soler! ¡Bravo al equipo técnico!); el desigual vestuario de Pepa Ojanguren, y la muy presente iluminación de Albert Faura (insoportables las cegadoras y hasta dañinas luces que proyectan al público de modo inmisericorde los aros/luna al principio de la ópera, que obligan hasta a esquivar la mirada). Como guinda a tan bien surtido pastel escénico, la arrevistada coreografía de Nuria Castejón. Al éxito de la función –la sala estaba abarrotada- también contribuyó la mordaz y aguda subtitulación de Anselmo Alonso.
En el capítulo musical, los seis protagonistas vocales rayaron buen nivel. Todos, salvo la mezzosoprano japonesa Nozomi Kato, son miembros del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo. Un acierto que estos jóvenes cantantes cargados de futuro aborden obras de este rango, en lugar de -como en anteriores ocasiones- meterse en camisa de once varas con actuaciones plagadas de célebres arias de ópera, donde la referencia de los grandes lastra siempre su novel trabajo. Nozomi Kato –antigua miembro del Centre de Perfeccionament- hinchó su papel de gracia, chispa y buen canto. Como también Annya Pinto y Giorgia Rotolo en los nada fáciles roles de Clarice y Flaminia, respectivamente. Vicent Romero y César Méndez atendieron con solvencia vocal y desigual gracia escénica un Ecclitico y un Buonafede minuciosamente complementados.
El Cor de la Generalitat y la Orquesta de la Comunitat Valenciana, ambas formaciones en plantillas muy reducidas, acordes con las exigencia musicales de la obra y del menguado espacio disponible en el Teatre Martín i Soler, volvieron a lucir sus sobresalientes calidades pese a la dirección insustancial y manida del discreto maestro Jonathan Brandani. Nada que ver con el Haydn pulido, preciso y cargado de criterio que dirigía López Cobos, “gran maestro”, dice el programa de mano, a cuya memoria el Palau de les Arts ha tenido el tino y detalle de dedicar estas funciones, que se prolongarán hasta el próximo 14 de marzo. ¡Ah!: estupendo el clave de Husan Park en los recitativos y en todas sus intervenciones. Justo Romero
Publicado en Levante el 11 de marzo de 2018
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