Crítica: Derroche de imaginación. Tannhäuser en Bayreuth
TANNHÄUSER (R. WAGNER)
Derroche de imaginación
Festival de Bayreuth
Wagner: Tannhäuser. Stephen Gould (Tannhäuser), Lise Davidsen (Elisabeth), Markus Eiche (Wolfram), Ekaterina Gubanova (Venus), Günther Groissböck (Landgrave de Turingia), Magnus Vigilius (Walther), Ólafur Sigurdarson (Biterolf), Jorge Rodríguez-Norton (Heinrich der Schreiber), etcétera. Dirección de escena: Tobias Kratzer. Escenografía y vestuario: Rainer Sellmaier. Vídeo: Manuel Braun. Iluminación: Reinhard Traub. Coro y Orquesta titulares del Festival de Bayreuth. Dirección de coro: Eberhard Friedrich. Dirección musical: Axel Kober. Lugar: Festspielhaus de Bayreuth. Entrada: 987 espectadores (lleno; aforo 50 %). Fecha: 13 agosto 2021.
Estrenada en 2019, la producción de Tannhäuser de Tobias Kratzer se configura como el paradigma de aquello que tanto reivindicaba Wolfgang Wagner de “reinterpretar permanentemente la inagotable obra de arte”. El director de escena alemán, nacido en 1980, se ha adentrado de modo valiente, atrevido y hasta casi irreverente en el eterno conflicto entre el bien y el mal, entre la “santita” Elisabeth y la “diabla” Venus. El resultado es un prodigio. De lo más rotundamente genial e innovador que se ha visto en el Festival de Bayreuth en bastantes años. Un derroche inagotable de imaginación, sensibilidad y dominio escénico.
Tras una parafernalia que hace presagiar lo peor –el inicio, con la destartalada furgoneta sugeridora de un carromato, el payaso, el enano, el travesti y qué sé yo más, parece el de I Pagliacci-, pero pronto el espectador avezado -y en Bayreuth lo son casi todos- percibe la calidad sobresaliente de la propuesta, que combina, funde y confronta los mundos del Venusberg con el cotidiano, con el formalmente establecido. Dos escenas, dos formas de vida, que se abrazan en un final a lo “Road movie” en el que la pura Elisabeth, resucitada tras haber muerto después de la licencia de tener sexo con Wolfram (instantes antes de la Cancion de la estrella, ¡se dice pronto!), se marcha en la vieja furgoneta hacía un final presumiblemente feliz. Con Tannhäuser, claro.
La realización videográfica, que posibilita dos acciones en paralelo –la real del escenario, y la no menos real que transcurre entre bambalinas y en el exterior de la sala-, contribuye a redondear la fascinadora narración escénica. Áspera, luminosa, triste, tierna, nostálgica, feliz, ¡Variada e imprevisible, como la vida misma! La incorporación de dos personajes tan entrañables y teatralmente efectivos como el enano Oskar (idealmente encarnado por el actor Manni Laudenbach) y el/la tierno/a Le Gateau Chocolat (interpretado en esta ocasión por Kyle Patrick) completan la troupe de bohemios, errante y un punto friqui, que lidera el maravillosamente recreado personaje de Venus.
Musicalmente, la dirección de Axel Kober (nacido en 1970 en la vecina Kronach) se mostró efectiva, escrupulosa, brillante, efusiva y ardorosamente involucrada en el particular universo wagneriano. Tuvo el mérito añadido de lograr que la calidad de la orquesta no bajara de su acostumbrado nivel, pese a que más de la mitad de los músicos hubieron de ser reemplazados casi sobre la marcha a causa de un brote de coronavirus detectado entre los atriles. También calibró magistralmente el balance con el coro, ubicado, por la misma razón, en otras dependencias del Festspielhaus, a cuya sala principal llegaban las voces a través de un sofisticado dispositivo tecnológico. Nadie, ni el más experto wagneriano, detectó la ausencia física del coro sobre el escenario.
El tenor estadounidense Stephen Gould (1962), que debutó en Bayreuth ya en 2004, precisamente con el rol de Tannhäuser, dirigido entonces por Christian Thielemann, ha revalidado diecisiete años la entidad de su interpretación. Vocal y dramática. A sus 59 años, se ha consolidado como el tenor dramático wagneriano por excelencia. Su voz es hoy más ancha, densa y homogénea, aunque es palmaria una leve pérdida de frescura y redondez, que compensa con su entrega, generosidad vocal y saber decir.
Convertida en la nueva estrella del canto wagneriano, la noruega Lise Davidsen (1987) ha revalidado y hasta agrandado su éxito como Elisabeth, papel que debutó hace dos años en este mismo escenario, donde en la actual edición canta, además, el papel de Sieglinde en las tres versiones de concierto programadas. Su Elisabeth es un derroche de musicalidad y poderío vocal, cualidades por las que recuerda y evoca a su eterna paisana Kirsten Flagstad. La proyección, solidez y precisa afinación de sus impactantes y seguros agudos se pusieron de relieve ya en la célebre aria de entrada, “Dich, teure Halle”. Fue una Elisabeth formidable, que aunó la morbidez de la Flagstad, la fortaleza vocal de Astrid Varnay la sublime dulzura de Victoria de los Ángeles, que debuto en Bayreuth, en 1961, precisamente con el papel de Elisabeth.
Como ya ocurrió hace dos años, el bien cantado Wolfram del barítono Markus Eiche conmovió, pero no emocionó, en la famosa canción de la estrella. El bajo Günther Groissböck, que sustituye en la producción al danés Stephen Milling, supuso un noble y consistente Landgraf Hermann. La Venus de Ekaterina Gubanova resultó menos deslumbrante y convincente que la de Elena Zhidkova, mientras que el tenor español Jorge Rodríguez-Norton volvió a defender con solvente profesionalidad y eficacia el papel de Heinrich der Schreiber. El público, con su ovación unánime y entusiasta, refrendó el inagotable derroche de imaginación de este Tannhäuser reinterpretado. Posiblemente, como lo hubiera hecho el nietísimo Wolfgang Wagner. Justo Romero
Publicada el 18 de agosto en el Diario Levante.
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