Crítica: Despedida de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Madrid
Grandes finales
Obras de Prokofiev, Haydn y Shostakovich. Francesc Castelló (trompeta). Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección musical: Nicola Luisotti. 13 de junio
Hay obras cuyo final tiene la peculiaridad de borrar todo lo ocurrido antes. Son fragmentos tan intensos que el deslumbramiento momentáneo monopoliza el recuerdo del todo. Séptima de Beethoven; Cuarta de Brahms; Segunda de Mahler; y, por supuesto, Quinta de Shostakovich. Es un aquelarre que tiene mucho de alarde constructivo, con prácticamente toda la orquesta repitiendo obsesivamente un la por más de treinta compases mientras el metal construye una melodía de contornos muy sencillos. Imposible sustraerse al intento de accesibilidad de la obra, con un Shostakovich que necesitaba el perdón del régimen (ya saben, la subtituló como «la respuesta de un compositor soviético a unas críticas justas») y que ofrece la mayor sencillez armónica que se recuerda en una sinfonía grande. No se puede ser más inmediato. Ni más irónico, claro.
Los tres movimientos anteriores tuvieron grandes momentos tímbricos algo lastrados por algunas entradas no del todo precisas, sobre todo en ese cristalino “Largo”, uno de los mejores fragmentos orquestales de la primera mitad del siglo XX, y que pide una ejecución milimetrada para que funcione el juego de balances y de colores. El patrón sonoro que propuso Luisotti fue convincente desde el primer movimiento, con más misterio que oscuridad (como en la mitad del tercer movimiento) y haciendo disfrutar a la sección de viento metal con un sonido orgánico. Grandes intervenciones de los trombones, del oboe y del viento madera en general. El arranque subrayó el contraste de lirismo entre violines y trompas, sin dejar de aportar una visión extrovertida (que no superficial) de la partitura.
Eso ocurrió en la segunda parte. Durante la primera, se escuchó una limpia ejecución de la Sinfonía “Clásica” de Prokofiev, muy bien relacionada estéticamente con el Concierto para trompeta y orquesta en Mi bemol mayor de Haydn. El mérito aquí es incuestionable, porque programar este concierto es un laberinto de difícil solución: si se usa trompeta moderna, el número de instrumentistas en la cuerda debe crecer para no traicionar el balance original que planteó Haydn. Pero si crece la cuerda es difícil conseguir la limpieza de sonido y pureza de líneas que caracteriza al compositor. Por suerte, la OSM brindó un acompañamiento perfectamente contenido a la par que brillante, y Francesc Castelló mostró una técnica impecable enfocada a alimentar un fraseo rico, sensible y sin alardes. El “Andante” fue uno de los momentos más hermosos de la velada. Lástima no haber podido escuchar alguna propina por su parte. Mario Muñoz Carrasco
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