Crítica: Despedida inmejorable de Víctor Pablo con la ORCAM
ORQUESTA Y CORO DE LA COMUNIDAD DE MADRID
Despedida inmejorable
Obra de Franck y Fauré. Lucía Martín Cartón (soprano), Airam Hernández (tenor) y Gabriel Bermúdez (barítono). Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Maestro de Coro: Josep Vila. Dirección musical: Víctor Pablo Pérez. 29 de junio
Un famoso proverbio que circula informalmente entre los capitanes de velero dice que hay dos tipos de marineros: los que han recibido un golpe de la botavara y los que están a punto de recibirlo. En buena parte de las orquestas sucede algo similar: están las que se llevan mal con su director y las que están a punto de hacerlo. En parte por eso resultó tan emocionante la despedida de Víctor Pablo Pérez de la ORCAM, por ver a una orquesta y coro al completo levantada sobre el escenario aplaudiendo al director burgalés. Pero también lo fue por la calidad del programa elegido como cierre de temporada —marca de la casa— y la sensibilidad con la que fue expuesto.
La primera parte arrancó con las Siete palabras de Cristo en la cruz de César Franck, una obra de belleza patente, anclada entre el dialecto musical sacro de Mendelssohn y la reivindicación tímbrica de la escuela francesa. Con tres solistas y coro a cuatro partes, la sabiduría vocal de Franck sabe embaucar sin despliegues pirotécnicos. Ya desde el prólogo, el aria para soprano “O vos omnes”, quedaron claras las intenciones del director: fragilidad —en el mejor sentido del término—, intimidad y lirismo contemplativo. La voz de soprano, naciendo de la nada, la intervención de chelo en el “Hodie mecum” o el ataque de trompas y arpa al final de la partitura fueron ejemplos de la introversión y trascendencia de la que es capaz esta música. Fantástica intervención de Lucía Martín, de buscada evanescencia, y del coro, que lidió con las mascarillas de manera mucho más natural. Un punto por debajo se situaron Hernández y Bermúdez, en parte porque la escritura de sus papeles es menos agradecida y está más polarizada en su registro. Hay muchos tipos de dolor, y este olvidado que propone Franck fue trasladado con honestidad y sencillez por la ORCAM.
La segunda parte la conformaba el mucho más asiduo Requiem de Fauré, que se atuvo a los mismo patrones: introspección, equilibrio, y drama sin artificios. La lectura encaja muy bien con los parámetros estéticos del compositor (sin agitación que “perturbe su profunda meditación, […] su dulce confianza, su tierna y tranquila esperanza”, en palabras de Nadia Boulanger). La búsqueda de las sonoridades antiguas bajo el disfraz armónico impresionista fue llevada sin precipitaciones por Víctor Pablo Pérez, con cierto grado de fascinación sonora y gusto por el balance. De nuevo, grandes intervenciones de Lucía Martín y la sección de trompas, atenta, dulce cuando se lo propuso e imponente cuando se necesitó. Qué gran despedida. Mario Muñoz Carrasco
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