CRÍTICA: “Dido y Eneas”
PURCELL, H.: Dido y Eneas (programa doble con BARTÓK, B.: El castillo de Barba Azul )
Opernhaus de Frankfurt. 8 de junio de 2013.
En los últimos años se ha puesto de moda analizar en los programas dobles la coherencia de los títulos ofrecido entre sí. Reconozco que a mí nunca me ha resultado un tema preocupante, ya que lo verdaderamente importante es si los títulos ofrecidos tienen calidad suficiente por sí mismos y es su calidad lo que tiene primar más que la mayor o menor coherencia de ir juntos.
En el caso de Frankfurt estamos ante dos títulos que no tienen nada en común, ni por temática, ni por estilo, ni por época de composición, ni mucho menos por necesidades orquestales, que no pueden ser más dispares. Y, como diría Galileo, è pur si mueve. La cosa funciona por la indudable calidad de ambos títulos.
El programa doble comenzó con esta ópera de Henry Purcell, que se estrenara en 1689. Confieso que cuanto más la veo, más me sorprende. Purcell es un auténtico genio de la música y resulta increíble que pudiera hacer un música tan fresca, tan inspirada y – por qué, no – tan moderna sin acabar el siglo XVII. Es una pena que sea un título tan poco representado en nuestro país. Recuerdo haber asistido por última vez a una versión de concierto en Valladolid hace un par de años con William Christie en la dirección y Sonya Yoncheva como Dido.
La producción del australiano Barrie Kosky ofrece la acción en corbata, en un escenario, por tanto, muy estrecho, en el que la única escenografía (Katrin Lea Tag) consiste en un gran banco corrido y sin elementos de atrezzo. El vestuario (Katrin Lea Tag) responde a la época de composición y resulta atractivo, en tonos cálidos para el coro y negro para Eneas y las brujas. Correcta la iluminación de Joachim Klein.
En este reducido espacio Barrie Kosky hace un trabajo estupendo de dirección de escena, moviendo estupendamente a los personajes y al coro, utilizando los pasillos alrededor del foso e incluso éste mismo, donde se sitúa el coro para la escena final. El trabajo de actores es muy bueno, resultado muy divertido el trío de brujas, que aquí llevan barba y son brujos. El único punto que no me gustó es tener a la Reina Dido en escena, después de cantar el maravilloso “Remember Me”, con sollozos continuos, mientras el coro y la orquesta dan fin a la partitura. Sobran todos esos sollozos, cuando la música es sublime. Impactante el final, al ir abandonando el coro y los músicos poco a poco el foso para terminar saliendo también el maestro, quedando el violín como único hilo de música.
Me gustó la dirección de Steven Sloane al frente de la Frankfurter Opern und Museumsorchester, que tocaba con instrumentos de época y sonó muy bien. La dirección de Sloane fue cuidada y delicada, como tiene que ser. Muy bien el Chor der Oper Frankfurt, afinados y estupendos actores.
La mezzo soprano irlandesa Sharon Carty terminó el año pasado su estancia en la Opera Studio de Frankfurt y ha hecho ya frente a un personaje tan exigente como la Reina Dido. Se trata de una mezzo de voz atractiva, algo reducida, pero que canta con gusto. Me pareció muy prometedora, aunque quizá algo inmadura todavía para un personaje como éste. Sebastian Geyer fue un adecuado Eneas, con la voz bien timbrada y quizá algo basto. Muy atractiva la voz de la soprano ucraniana Kateryna Kasper en el rol de Belinda. A sus 26 años es una estupenda promesa, aunque de momento no pasa de ser una soprano ligera, que está formándose en la Opera Studio de Frankfurt. La soprano americana Elizabeth Reiter lo hizo bien como Second Woman. Muy divertidas las tres Brujas, especialmente el contratenor Martin Wölfel. Adecuado el tenor Peter Marh en el doble cometido de Espíritu y Marinero.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 55 minutos. Los artistas fueron recibidos con muestras de entusiasmo, especialmente Sharon Carty. Los aplausos se prolongaron durante 5 minutos. José M. Irurzun
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