Crítica: Joyce DiDonato en el Teatro Real. De andar por casa
JOYCE DIDONATO
De andar por casa
Obras de Haydn, Mahler, Hasse, Handel, Berlioz y otros. Joyce DiDonato (mezzosoprano) y Craig Terry (piano). 13 de enero
Lo bueno de no repetirse es que a los habituales se les gana desde antes de sentarse en la butaca. Y si además, a la claridad tímbrica de la voz de DiDonato se le añaden unas pinceladas de oscuridad (llámese Mahler o la Dido de Berlioz), el resultado es refrescante. Arrancó el recital con la cantata para piano Arianna a Naxos, de Haydn, una rara avis que encierra bajo el disfraz de apenas una octava de registro toda la expresividad y dramatismo que precisa la escena mítica, y a la que Haydn supo dar profundidad. DiDonato tiró de experiencia actoral y moderación en el canto para hacer justicia a la partitura. A eso le siguieron las Rückert-Lieder, el ciclo de canciones que vienen obsesionando a la artista en los últimos tiempos (ya cantó algunas este verano en El Escorial). Buen tono general, que irá admitiendo matices con los años, y un “Ich bin der Welt abhanden…” capaz de erizar. Tras la pausa, un par de grandes damas con grandes abismos, Cleopatra y Dido, resueltas con sutileza.
Fue llamativo hasta ese momento el hecho de que Craig Terry acompañaba de manera funcional, con alguna gradación dinámica pero lejos de la gramática del detalle de algunos pianistas acompañantes de primera línea. Pero todo comenzó a encajar cuando le llegó el turno a la escolástica “Caro mio ben”, de Giordano. La pieza, sobreexplotada durante años en la carrera de canto, fue cruzando la frontera de la mano de Terry, que introducía una novena aquí, un acorde disminuido allá, hasta llevarla por completo a la orilla del jazz con todos sus códigos, para delicia del público. Y de ahí hasta el final todo fue ponerse la ropa de estar por casa y disfrutar desde el sofá, con los coqueteos sin pretensiones con el soul y la canción melódica, y con un Terry, ahora sí, magnífico. El programa acababa con “La vie en rose”, cantada sin absurdos traslados estilísticos.
Los bises jugaron a lo mismo, desde un “Stardust” a cuatro manos, pasando por “Voi che sapete” hasta llegar a un “Over the Rainbow” conmovedor. Y es que la sencillez siempre ha sido una poderosa reivindicación: la hizo Giotto dibujando a pulso un círculo perfecto para Bonifacio VIII; la hizo Miles Davis a principios de los sesenta usando “Someday My Prince Will Come” (la cancioncita de Blancanieves) tras inventar el jazz modal; y la hizo Keith Jarrett al acabar el mítico recital del 95 en La Scala tras una hora de improvisación con este mismo tema de The Wizard of Oz. Y es que la sencillez es patrimonio de los (y las) más grandes… Mario Muñoz Carrasco
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