Crítica: Dios y los albañiles. Orquestra de Valencia
Dios y los albañiles
Orquestra de València. Director: František Macek. Solista: Ludwig Mittelhammer (barítono). Programa: Obras de Dvořák (Obertura Otelo. Sexta sinfonía) y Mahler (Canciones del camarada errante). Lugar: Teatro Principal. Entrada: Alrededor de 700 personas. Fecha: 9 septiembre 2022.
Fue un concierto desajustado y aburrido. La Orquestra de València estuvo lejos de su nivel de confort y se mostró destemplada y sin engrasar, como si todavía pesara la inactividad de las vacaciones. Francamente mal, ¡casi una patata de concierto! Tampoco contribuyó a remediar nada el trabajo inexperto del joven maestro checo František Macek, al que le venía grande por los cuatro costados orquesta y programa. Ni siquiera el paisanaje con Dvořák pudo dar sentido a unas versiones de la Sexta sinfonía y la obertura Otelo más cercanas al conservatorio que a la sala de conciertos. Para redondear la discreta tarde, el barítono alemán Ludwig Mittelhammer cantó con ingenuo énfasis y voz monocorde de baritenor unas Canciones del cámara errante de Mahler que más que dejar un nudo en la garganta invitaban al bostezo.
Por una vez, lo mejor del concierto estuvo en el patio de butacas del Teatre Principal, abarrotado de un público joven, familiar y popular, inhabitual de los programas de abono, que, salvo algún que otro desubicado bebé empeñado en escupir el chupete, siguió con silenciosa atención cuanto ocurría en el mejorado escenario, cuya antimusical acústica ha sido felizmente corregida. La generosa y receptiva platea aplaudió con ganas la música que tan monótona y desajustada llegaba desde el escenario.
Nada hubo de la efusión lírica y folclórica tan característica del mejor Dvořák. František Macek despachó las dos obras de su compatriota con académicas maneras. Ningún vuelo a una versión pegadita al inerte programa. Ni siquiera el expresivo Adagio logró subir algo la temperatura emocional de una lectura que no fue más que eso: lectura. A pesar de no existir el “spirito” que reclama Dvorak en el Allegro final, sus cuidados últimos compases, junto con el pulso ineludible del obstinado Scherzo, supusieron quizá los únicos momentos de interés de tan descuadrada y expedita interpretación, donde no faltaron pasajes “arreu” en los que la cuerda y sus protagonistas parecían ir a su aire. “Chacun a son gout”. Tampoco los vientos -sobraron desafinaciones y protagonismos que desbordan lo admisible en una orquesta profesional- tuvieron precisamente su mejor día.
El público, generoso y positivo, aplaudió con sincera cortesía el trabajo de todos. Maravilloso potencial que habrá que cuidar y captar para cuando el Palau de la Música reabra sus puertas. ¡Dios y los albañiles quieran que sea pronto! Savia nueva para un futuro que ya debería ser presente. Justo Romero.
Publicado en el diario Levante el 11 de septiembre de 2022.
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