Crítica: el Cuarteto Diotima, Benjamin Alard y Carlos Álvarez y María José Moreno en el Festival de Granada
Botica bien provista
Obras de Osuna, Ligeti, Marco y Bartók. Cuarteto Diotima. 26 de junio, Patio de los Arrayanes / Bach: Variaciones Goldberg. Benjamin Alard, clave. 27 de junio, Auditorio Manuel de Falla, sala de cámara / Obras de Mozart, Donizetti, Luna, Sorozábal, Moreno Torroba, Chapí, Pérez Soriano, Vives y Giménez. María José Moreno, soprano; Carlos Álvarez, barítono. Filarmónica de Málaga. Director: José María Moreno. 27 de junio, Palacio de Carlos V. Festival de Granada
Agrupamos en esta crítica tres conciertos absolutamente distintos entre sí, un ejemplo de la variedad de ofertas del Festival granadino. En el primero el sólido, compacto, virtuoso, afinado y certero Cuarteto francés Diotima volvió a dar muestras de su preparación, solvencia y acertada asunción de los tan distintos y exigentes pentagramas que poblaban su recital, con obras muy diferentes de cuatro compositores bien distintos.
Sorprendieron gratamente las “Cuatro Danzas” de Pedro Osuna, residente en Los Ángeles, que manejan con soltura estilemas de su tierra andaluza, con algún que otro préstamo, tratadas con una agilidad, una transparencia y un sentido del ritmo llenos de fantasía y delicadeza. Fueron expuestas limpiamente y de forma transparente por los Diotima.
Enseguida nos fuimos a las palabras muy mayores del “Cuarteto nº 2” de Ligeti, una composición que, en 1968, abrió muchas puertas a la música contemporánea. “En esta música ya no hay escritura motívica, ni contornos, solo texturas sonoras”, decía el autor, nos recuerda en sus notas Juan Manuel Viana. La interpretación de los cinco movimientos fue sensacional por la exquisitez de la sonoridad, la filigrana de las figuraciones, la exactitud de los ataques. Breves relámpagos, pizzicati de otro mundo, contratiempos unidos en una leve tela de araña que anima el espíritu. La acústica difusa de los Arrayanes, al aire libre, impidió que nos percatáramos de todas las bellezas y sutilezas.
La buena construcción del “Cuarteto nº 6” de Marco, que reúne de forma alusiva elementos expresivos de cantos de distinta procedencia, sometidos a la gramática del autor, siempre afortunado en la búsqueda de efectos tímbricos y rítmicos, quedó en evidencia de manera diáfana en los arcos del Diotima, que cerró su gran actuación con el imponente “Cuarteto nº 4” de Bartók, en el que se combinan ágilmente elementos ligeros, con ecos del folklore magyar, y dramáticos. El segundo movimiento, “Prestissimo”, nos levantó del asiento y el cuarto, “Allegretto pizzicato”, nos transportó a esferas extraterrestres; aunque lo inefable vino en la exposición del “Non troppo lento” central. Gran concierto.
Como lo fue a su modo, en otras esferas, el que nos hizo escuchar las célebres y magistrales, ejemplares y didácticas “Variaciones Goldberg” de Bach desarrolladas por el siempre sorprendente Benjamin Alard en el clave Pleyel de dos teclados y siete pedales igual al que utilizaron en su tiempo Wanda Landowska para sus interpretaciones y Manuel de Falla para su “Retablo” y su “Concerto”. Alard, fantasioso y creativo, concentrado y minucioso, fue desarrollando las 30 variaciones con dedos ligeros y espíritu danzable, poniendo mucho de su cosecha, como debe ser, y buscando siempre las sonoridades más convenientes. La famosa Variación 25, “Adagio”, nos atrapó.
El tercer concierto del que queremos hablar hoy tiene como protagonistas a la ópera y a la zarzuela y estuvo a cargo de la soprano lírico-ligera, más lo primero que lo segundo, María José Moreno, y el barítono de carácter Carlos Álvarez. Bien unidos, expresivos, actores consumados fueron desgranando un rosario de páginas amenas, reconocibles y variadas. En el dúo entre el Conde y Susanna de “Las bodas de Fígaro” de Mozart quedó plasmada la equívoca relación de los dos personajes. Moreno cantó con elocuente expresión y finura el aria “Crudele” de “Don Giovanni” y Álvarez entonó con furor y justeza la del Conde de “Bodas”.
Fuimos observando poco a poco las hechuras baritonales de este último, su reciedumbre, su “savoir faire”, su temple y su buen apoyo. La voz, algo rígida, no se plegó demasiado a las exigencias dinámicas y en algunas franjas de la zona aguda presentó ciertos problemas de emisión, siempre de carácter “cupo”. Moreno estuvo garbosa y muy en actriz y su timbre, de hermoso espectro lírico en la zona ancha, nos envolvió gratamente en la romanza de Marola de “La tabernera del puerto” de Sorozábal; con agilidades muy precisas. No tanto las de la “Canción del ruiseñor” de Doña Francisquita, en la que los “staccati” anduvieron algo forzadillos.
Estupendo el remate del concierto con el dúo de “La del manojo de rosas”, con las dos voces, bien avenidas, en todo lo alto. Y divertido y perfectamente representado el de Sulpice y Marie de “La Fille du régiment” de Donizetti, que cerraba la primera parte. Una interpretación ejemplar y graciosa. En todo momento estuvieron atendidos a veces con apasionamiento, por la Filarmónica de Málaga, que no sonó siempre refinada y limpia, y su director José María Moreno, movedizo, nervioso, hiperactivo, más atento al todo que al detalle. Se habría querido un poco más de claridad y refinamiento. Aún así, mostraron su entusiasmo, denotado, por ejemplo, en la bien y animosamente expuesto Intermedio de “La bodas de Luis Alonso” de Giménez.
Al final la orquesta nos obsequió con el “Preludio” de “La Revoltosa” de Chapi. Cuando todos esperábamos que los dos cantantes dieran también el esperado bis, el dúo de Mari Pepa y Felipe, aquí acabó todo. Un chasco. Arturo Reverter
Últimos comentarios