Crítica: Las ataduras del tiempo. ‘Domitila’ en la Fundación Juan March
LAS ATADURAS DEL TIEMPO
Ripper: “Domitila”. Ana Quintans, soprano. Irene Martínez Navarro, clarinete. Esteban Jiménez, violonchelo. Borja Mariño, piano y dirección musical. Nicola Beller Carbone, dirección de escena. Carmen Castañón, escenografía. Pier Paolo Álvaro y Roger Portal, vestuario. Pedro Chamizo, Iluminación. Madrid, Fundación March, 22 de septiembre de 2024.
Fiel a su costumbre, la Fundación Juan March, con el habitual apoyo incondicional del Teatro de la Zarzuela y en este caso también con el del Teatro Mayor Santo Domingo de Bogotá, ha programado, dentro de su habitual parcela de ópera de cámara, este conciso y sugerente título del brasileño Joao Guilherme Ripper (1959), un probado músico discípulo de Henrique Morelenbaum, Ronaldo Miranda y el alemán Helmut Braunlich. Es dueño de un lenguaje de carácter ecléctico y sabio que le ha permitido componer una gran variedad de obras en todos los géneros.
En el operístico, que es el que nos interesa aquí, tiene en su haber hasta ocho títulos. Uno de los más notables y exitosos es justamente Domitila, estrenada en Río de Janeiro en 2000. Está inspirada en una historia real acaecida en la década de 1820 y trata de la imposible relación entre el rey Pedro I de Brasil y la marquesa Domitila de Castro. Bajo la apariencia de un monólogo la mujer revive su romance frustrado mientras lee las cartas que le ha dirigido su amante, con lo que se establece un curioso desfile de personajes.
Hay una sola protagonista real, Domitila, interpretada por una soprano que ha de seguir un canto cambiante, colorista, que atraviesa todos los posibles estados anímicos y que permite a Ripper realizar un auténtico ejercicio de ambientación musical con una soltura y una inventiva magníficas.
Sugerente pero sin duda limitada propuesta que tiene pocas agarraderas dramáticas alimentadoras de una anécdota variada y contrastada en lo escénico, Nicola Beller Carbone ha decidido plantear una narración muy rica de ideas, contrastada y colorista, que va mucho más allá de lo que en realidad es un monólogo, bien ilustrado por Ripper, pero plano y rígido. La regista nos abre caminos a través de una realización que requiere de nuestra participación intelectual, necesaria para captar los múltiples significados. Una narración metafórica en la que cobran sentido muchas de las descripciones y de las epístolas. Y toman relieve y entidad personajes y sucedidos.
Muy inteligente inmersión en conductas, hechos, recuerdos a través de un montaje de enorme riqueza conceptual que proyecta ese limitado mundo epistolar hacia trascendentes y universales definiciones, más o menos inconcretas, que dejan abierta la mente y buscan el desasosiego. Y hay una idea básica en la que profundiza Beller Carbone: no pretende contar una historia, sino “sentimientos a lo largo de un relato en el que nada sucede y, al mismo tiempo, todo es posible”. Porque a la regista lo que le interesa realmente no es contar una historia, sino establecer “la desconexión entre el texto y el aspecto visual, porque extiende el discurso hacia el inconsciente expresando lo indecible”.
Se plantea por tanto “una disrupción que invita a explorar el mundo emocional subyacente trascendiendo las palabras” y que da paso a infinitas posibilidades en donde lo metamórfico se hace protagonista. El permanente bosque de cuerdas en esa curiosa atmósfera de piano-bar hace alusión a las múltiples ataduras y adquiere diversos significados: “la cuerda umbilical, el púlpito sacerdotal, las rejas de una celda o las tablas de un cabaret, pero también el escaparate del narcisismo o la plaza del empoderamiento”.
No es fácil, al menos en un primer acercamiento, captar tanta riqueza visual y conceptual, pero vale la pena intentarlo. Hay otras cuatro representaciones. Toda esa estructura metafórica fue impulsada y reforzada por la excelente música de Ripper, que se inicia con la exposición de un tema sombrío y largo que enseguida va contorneándose y adquiriendo diversas formas e inflexiones y que sirve de lecho a la entrada de la voz. Aparecen jugosos interludios instrumentales, ariosos, recitativos, parlati de diverso cuño. Y aires danzables al hilo de lo que se cuenta. Ritmos indígenas directos e incluso desenfadados. E instantes de rara exultancia. El cierre es lento, lírico, dolorido, pausado, reflexivo, manso.
Un acorde prolongado en pianísimo cierra una narración que requiere una sólida voz de soprano lírica que posea un buen legato y adecuada extensión para subir y bajar. Se encontró en la soprano portuguesa Ana Quintans, quizá en exceso liviana y escasa de peso en la zona grave, pero ágil, musical, afinada y esbelta, aérea y fácil en la zona alta que sorteó los problemas que la plantea el constante transformismo.
El soporte instrumental, en este caso también actoral, estuvo a cargo del siempre eficiente, afirmativo, elástico y musical Borja Mariño, que desde el piano gobernó una nave iniciada y rematada con sendas y estratégicas obras pianísticas del propio Ripper, y conectó con dos magníficos y jóvenes instrumentistas, también eficientes actores: la clarinetista Irene Martínez Navarro, primer atril de la Filarmónica de Ulm en Alemania, y el chelista Esteban Jiménez, ganador de diversos premios. Gran éxito al final
La óperaDomitila será emitida en directo a través de la página web de la Fundación Juan March el próximo 25 de septiembre a las 18:30. Accede a la emisión a través de este enlace.
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