CRÍTICA: ‘Don Carlo’ (Viena)
La cancelación de la Harteros deja cojo al Don Carlo de Viena
DON CARLO (G.VERDI)
Staatsoper de Viena. 16 Octubre 2013.
Termina mi estancia en Viena con una de las representaciones de ópera más atractivas de las que componían el programa de mi viaje. Me refiero a la anunciada presencia de Anja Harteros en el personaje de Isabel de Valois. Lamentablemente, canceló ya la primera función y ha vuelto a cancelar la que ahora nos ocupa. Las cancelaciones de esta gran artista son demasiado frecuentes para pasar inadvertidas, independientemente de que tenga sus razones personales para hacerlo. Lo mismo ocurrió la pasada primavera en Londres y en el mismo personaje. Va a haber que pensárselo dos veces antes de emprender un viaje, con los gastos que estos suponen, para encontrarse con la cancelación correspondiente.
Nuevamente, se ha ofrecido la producción de Daniele Abbado, que se estrenara el año pasado y que no tiene apenas interés. La escenografía de Angelo Linzalata me recuerda mucho a la de la producción de Jürgen Rose de Munich, consistente en un espacio cerrado por paredes, que se abren para dejar paso a los artistas. Digamos que es una producción de bajo coste, que es lo que hoy se lleva, y que funciona mejor en las escenas intimistas que en las de masas, con una más bien pobre escena del Auto da Fe. El vestuario de Carla Teti resulta un tanto confuso, ya que parece hacer un guiño a Goya y su cuadro de la familia de Carlos IV, puesto que el vestuario de la corte responde a esa época de fines del XVIII y principios del XIX, mientras que el pueblo llano parece no haberse movido del XVI. No sé si trata de un homenaje de Abbado a Goya o simplemente de querer dar más colorido a la producción. En un ambiente oscuro, que predomina durante toda la producción, se podía esperar un trabajo de iluminación más brillante por parte de Alessandro Carletti.
El trabajo de Daniele Abbado es similar al suyo en otras producciones, con una escasa dirección de actores y unos movimientos ramplones de masas. La versión ofrecida es la italiana en cuatro actos y sin ningún tipo de aditamentos, ya que se corta incluso el lamento de Felipe II a la muerte de Posa en la prisión, con esa preciosa música que luego pasará al Lacrimosa del Réquiem, e incluso el dúo de la Reina y Eboli, en el que cambian sus velos, lo que explica la confusión de Don Carlo a continuación. También hay algún corte puntual del el Auto da Fe. Una versión bastante ramplona para los tiempos que corren.
Al frente de la dirección estaba el responsable musical del teatro, Franz Welser-Möst, cuya labor me ha resultado poco convincente. Su lectura ha tenido dos partes diferentes; una primera – hasta el final del segundo acto – caracterizada por exceso de sonido y poca pasión, y una segunda – los dos últimos actos – algo mejor, incluso controlando más el volumen que salía del foso y que perjudicaba claramente a los cantantes, sobre todo al protagonista. Siempre me ha parecido un notable maestro, pero poco adecuado para este tipo de óperas. En Verdi la distancia entre Welser-Möst y Pappano – no mencionemos a Muti – es muy grande A sus órdenes estuvo la estupenda Orchester der Wiener Staatsoper, con un sonido riquísimo y, a veces, hasta espectacular. Muy bien también el Chor der Wiener Staatsoper.
El reparto era muy notable sobre el papel, inicialmente, pero la cancelación de Anja Harteros ha traído consigo que el cast haya sido un tanto irregular.
En primer lugar Ramón Vargas no tiene ni nunca ha tenido la voz que requiere el personaje de Don Carlo. Está fuera de discusión la belleza de su timbre y la elegancia de su fraseo, pero los tintes heroicos del personaje quedan escasamente traducidos en su voz, que resulta de tamaño escaso, especialmente en la parte de arriba, que se estrecha de manera notable. No es un problema de tesitura, ya que ésta no le crea problemas, sino de adecuación vocal al personaje. En un teatro más reducido y con una orquesta al ralentí la cosa puede funcionar, pero en las condiciones de esta representación el mejicano es un intérprete de escaso interés. Va mucha mejor en Nemorino que en Don Carlo.
La sustituta de Anja Harteros fue la soprano georgiana Tamar Iveri, que en su día tenía una muy frecuente presencia en el Capitole de Toulouse, cuando lo dirigía Nicolas Joel. Entonces era una soprano lírica que funcionaba razonablemente bien. El paso del tiempo no le ha hecho mejorar y actualmente resulta una Elisabetta correcta, si se quiere, pero escasa para un teatro de la importancia del de Viena. La voz existe, pero en su canto hay un exceso de monotonía, que conduce en más de una ocasión al aburrimiento.
Ferruccio Furlanetto repetía una vez más su Felipe II y volvió a demostrar que es un intérprete más que notable. El caso de este veterano (64) cantante es curioso, ya que no es normal que una voz de tan escasa calidad pueda haberle permitido hacer una carrera tan importante. Evidentemente, no es su principal activo su belleza tímbrica, sino el hecho de que se trata de un auténtico artista. Sus interpretaciones vocales son siempre notables y uno acaba por olvidase de la escasa belleza de la voz. Tanto Ella giammai m’amo como el enfrentamiento con el Gran Inquisidor fueron dos momentos emocionantes de la representación. Fue una pena que se cortara el lamento a la muerte de Posa.
Ludovic Tezier fue un muy buen intérprete del Marqués de Posa. El francés se encuentra en un momento vocal muy dulce, ya que la voz ha ganado en consistencia y hoy es un muy adecuado intérprete del personaje y mantiene su habitual elegancia en el fraseo, con grandes dosis de expresividad. Hoy es un barítono a ser tenido muy en cuenta en cualquier teatro de importancia en el mundo.
Violeta Urmana fue la Princesa de Éboli y demostró nuevamente que es en los personajes para mezzo soprano donde mejor se encuentra. Ni un tenor se convierte en barítono al perder los agudos, ni una mezzo pasa a ser soprano por tener el DO. Sus últimas actuaciones como soprano (Leonora de la Forza, Lady Macbeth o Tosca) me habían dejado un amargo sabor de boca. En este terreno, que nunca debió abandonar, ella se mueve mucho mejor y su actuación ha sido uno de los punto fuertes de esta representación. Estuvo irreprochable en la Canción del Velo, incluyendo agilidades, y tuvo una notable actuación en O, don fatale.
Una vez más, el americano Eric Halfvarson encarnó al Gran Inquisidor y una vez más demostró que es una de las mejores alternativas hoy en el personaje. Tanto vocal como escénicamente rayó a buena altura.
En los personajes secundarios hay que señalar el sonoro Monje de Dan Paul Dumitrescu, así como la agradable voz de Ileana Tonca en el personaje de Tebaldo. Agradable también el timbre de Valentina Nafornita en la Voz del Cielo. El barítono Jinxu Xiahou fue un adecuado intérprete de Lerma y del Heraldo del Rey, con voz de calidad y tamaño notables.
Una vez más la Staatsoper colgó el cartel de No hay Billetes y una vez más la presencia de japoneses era notable en la sala. ¡Cómo sería que hasta el aviso inicial de no sacar fotografías se hizo en alemán, inglés y japonés! La cancelación de Anja Harteros hizo que hubiera numerosa oferta de entradas en los alrededores del teatro. El público se mostró cálido a lo largo de la representación, dedicando bravos sonoros en los saludos finales a Tezier, Urmana y Furlanetto.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 3 horas y 17 minutos, incluyendo un intermedio. La duración puramente musical fue de 2 horas y 45 minutos. Los aplausos finales se prolongaron durante 8 minutos.
El precio de la localidad más cara era 212 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 99 y 185 euros. La entrada más barata costaba 35 euros, habiendo, como siempre, entradas de pie por 13 euros. José M. Irurzun
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