Crítica: Don Manolito en el Teatro Victoria Eugenia
¡Ay, si Don Pablo viviera!
Fecha: 11-IX-2022. Lugar: Teatro Victoria Eugenia. Programa: ‘Don Manolito’, sainete lírico, en dos actos. Intérpretes: Antonio Torres, María Martín, Juan Laborería, Iker Casares, Klara Mendizabal, Ion Imanol Etxabe, Marí Jesús Gurrutxaga, Koldo Torres. Orquesta y coro: Sasibill. Director: Arkaitz Mendoza. Producción: Asociación Lírica Sasibill.
Este año, concretamente el día 18 del presente septiembre, se cumplen los 125 años del nacimiento, en la donostiarra calle Bergara (entonces Vergara), de uno de los mayores genios musicales en la composición de nuestra lírica (por muchos -dicen- amada; por pocos -en verdad- apenas cuidada), don Pablo Sorozábal Mariezcurrena (1897 – 1988). Lo que se ha hecho para celebrar este evento, pasando desde el ámbito privado como hasta el institucional, no pudiera obtener una calificación media de un aprobado medio alto, desde una abaratada “La tabernera del Puerto” (sin escenificar) en la Quincena Donostiarra, como ahora a través de una versión, de muy limitado gusto, a cargo de la Asociación Lirica Sasibill. De la segunda, tengo la seguridad de que don Pablo, si hubiese estado presente habría salido del teatro con un alto estado de indignación -tan propio de los suyos- cuando observaba el maltrato que se deba a su trabajo.
Para abrir boca, repetir en dos días seguidos un mismo titulo lírico demuestra el poco aprecio que se tiene por las voces canoras, que no gozan ni de 24 horas para recomponer sus cuerdas vocales. Los cantantes tuvieron problemas de emisión, las modulaciones fueron inexactas. Tan solo una cantante cumplió, como siempre bien, con su papel, cual fue María Jesús Gurrutxaga (doña Cándida), que sigue gozando de una importante vis cómica. El único momento en que se estuvo en las cotas del notable fue en la famosa ‘Ensalada Madrileña’ no tanto por el ensamblaje coral, sino por el hecho de ser una página realmente pegadiza, conocida y acertada, en la que don Pablo saca toda la chispa que encerraba aquel Madrid retrechero y de las cavas. Ha de dejarse dentro del aprobado justito la escenografía y la dirección escénica, sobre todo en el aspecto del atrezo y del vestuario, así como darle un bien merecido suspendo a quien agarró la batuta quien, amén de carecer de titulación en dirección musical, parecía un mecano marcando compases idénticos se tocara lo que se tocara según mandaba la partitura, en una orquesta sin entidad alguna y que más bien era de cámara, con primeros violines a 3. Pero el milagro, y eso es lo sorprendente, es que el respetable disfrutó, aunque los frutos digeridos estuvieran pasados de temporada. El público es el que manda, aunque el crítico tenga un parecer distinto. Manuel Cabrera
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