Crítica: Dorothea Röschmann, tarde de sorpresas
Dorothea Röschmann, tarde de sorpresas
Obras de Schubert, Mahler, Schumann y Wagner. Dorothea Röschmann, soprano. Malcolm Martineau, piano. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 25 de febrero de 2019.
El inicio de 2019 nos está deparando musicalmente más de una sorpresa. Las salas se ven mucho más llenas. Parece como si a los aficionados les hubiese tocado la lotería o se hubiesen incorporado nuevos deleitantes. Ha sucedido en los ciclos de Ibermúsica, Scherzo… y ahora también en el de lied. Dorothea Röschmann no es una cantante conocida, aunque sea la tercera vez que acude a este ciclo, la última hace casi diez años. Más recientemente, en 2014, estuvo cantando los “Cuatro últimos lieder” de Strauss en el Palau de les Arts con Zubin Mehta. ¡Qué recuerdos! Mehta quería a Anja Harteros, pero Helga Schmidt se negó por su elevado caché y las muchas posibilidades de cancelación. Mehta, al que ya se le habían negado otras cosas por falta de presupuesto e incluso cambiado de habitación en el hotel de Las Arenas, decidió que Valencia no le daba más de sí. Pero vayamos a lo nuestro.
El nombre de Dorothea Röschmann no aportaba público, pero sí el atractivo programa, con parte de las mejores páginas vocales de Schubert, Mahler, Schumann y Wagner, y el experto y siempre sutil acompañamiento de Malcolm Martineau. Eran dos razones suficientes para ir y ver qué pasaría. El público, que llenaba la Zarzuela, la recibió con la lógica tibieza. Empezó a cantar cuatro de los lieder “Mignon” Schubert y el ambiente se caldeó tras “Sólo quien conoce el anhelo”. Luego Mahler y sus “Ruckert lieder”, con una gran exposición de “A media noche” y no menos buena coronación con “Me he retirado del mundo”. La frialdad se transformó en calor. El público había descubierto lo que es cantar con gusto, con sentido y sensibilidad, con inteligencia y musicalidad, aunque la voz no fuese la de antaño y nunca fuera una voz excepcional. Justo lo opuesto en todo al recital de Bryn Terfel en el Teatro Real. La tarde fue aún a más en las cinco piezas que Schumann dedicara a Maria Stuarda -no dejen de ver la película en cartel “María, reina de Escocia”– en las que supo traducir las desventuras de la reina desde su despedida de Francia hasta la plegaria final. Deben de ser unas de sus predilectas, cuando ya las interpretó en su última visita. Röschmann daba sentido a cada frase, si bien se pudiesen poner peros en alguna fonética. Terminó traduciendo bien el ambiente de los “Wesendonck lieder”, aunque su dramaticidad y centralidad se acusasen en el vibrato al querer poner toda la carne en el asador. El público quedó entusiasmado y lo manifestó con vítores elegantes y conclusivos. Tanto que ni ella misma podía creérselo, porque su cara de sorpresa así lo demostraba. Había saltado la chispa en un recital que, sobre el papel, no pasaba de ser de relleno en el ciclo. Gonzalo Alonso
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