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Por Publicado el: 17/12/2024Categorías: En vivo

Critica: Hosokawa, Eberle y su hijito Maxim…en el Palau de la Música de València

Hosokawa, Eberle y su hijito Maxim…

TEMPORADA 2024-2025 del Palau de la Música. Programa: Obras de Hosokawa (Concierto para violín y orquesta, “Génesis) y Schubert (Sinfonía número 9, “La Grande”). Orquesta de Valencia. Solis­ta: Veronika Eberle (violín). Director: Alexander Liebreich. ­Lu­gar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1.500 espectadores. Fecha: viernes, 13  diciembre 2024.

Hosokawa, Eberle y su hijito Maxim…TEMPORADA 2024-2025 del Palau de la Música. Programa: Obras de Hosokawa (Concierto para violín y orquesta, “Génesis) y Schubert (Sinfonía número 9, “La Grande”). Orquesta de Valencia. Solis­ta: Veronika Eberle (violín). Director: Alexander Liebreich. ­Lu­gar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1.500 espectadores. Fecha: viernes, 13  diciembre 2024.

Veronika Eberle & Alexander Liebreich

Volvió Alexander Liebreich al podio de la Orquestra de València, de la que es titular desde 2022. Y con ello, se recuperó el buen tono y el alto nivel por él mismo establecido. Ha sido con un programa que confrontaba obras de compositores tan disímiles como el japonés Toshio Hosokawa (Hiroshima, 1955), y Franz Schubert.

Del primero, se estrenó en España su Concierto para violín y orquesta, “Génesis”, obra sutil y fascinante, virtuosa y exploradora de sonoridades arraigadas en la tradición musical japonesa, pero también -como su maestro Takemitsu-, en la gran música francesa, con Debussy como epicentro. Lo tocó, y de modo insuperable, su dedicataria, la alemana Veronika Eberle (Donauwörth,1988), que cuidó y se enfrascó en el inagotable caudal de texturas y registros de este concierto en un solo movimiento que se expande durante apenas veinte minutos.

No hubo detalle, énfasis o acento que quedara inadvertido en el violín perfeccionista de la Eberle, sujeto ella misma de la inspiración de Hosokawa, quien dedica el concierto a la violinista alemana como obsequio por el nacimiento de su hijo Maxim. El compositor narra la génesis del pequeño, desde el “calmo pianissimo en registro grave que fluctúa al compás de los latidos maternos a medida que cobra personalidad propia”, como explica con lujo de detalles Paco Yáñez en las doctas notas al programa. El propio pequeño -Maxim- aparece citado en el gran solo de flauta, defendido con maestría por Salvador Martínez.

No hay hijo sin padre, y así, en el concierto también aparece la figura paterna -el gran contrabajista venezolano Edicson Ruiz, de la Filarmónica de Berlín-, en el brillante y luminoso solo de violonchelo, ideado inicialmente para contrabajo, pero cuya dificultad extrema aconsejó ser trasladado finalmente al violonchelo. Lo tocó desde el primer atril de violonchelos Mariano García con virtuosismo similar al de la Eberle. 

Solista y obra se beneficiaron del trabajo igualmente óptimo de Alexander Liebreich, maestro siempre abierto a la música contemporánea, que defiende con el mismo fervor y eficacia que el gran repertorio. Todos recogieron el bien ganado aplauso de un público que recibió con calor y contagioso silencio el concierto hasta ahora inédito en España. Tras varias salidas a saludar, la solista y madre de Maxim regaló el dulce “Andante dolce”, de la Sonata para violín solo de Prokófiev. ¿Quizá como canción de cuna para el niño que pasó por su vientre?   

Tras la pausa, la gran sinfonía de Schubert, su “Novena sinfonía”, otra de las grandes “novenas” de la literatura sinfónica. Asombró y sigue asombrando la enorme plantilla de cuerda requerida por Liebreich (14-12-10-8-6), que choca con la naturaleza musical de la sinfonía, por mucho que esté conocida como “La Grande”, denominación derivada de unas palabras del propio el compositor, de marzo de 1824, en las que señala que “estoy preparando una gran sinfonía”.

El exagerado dispositivo orquestal con que es escuchó el viernes “La Grande” -tan acostumbrado hace décadas, pero obsoleto hoy, tras la avalancha “historicista”- descompensó el equilibrio con los contados solistas de viento (maderas a y vientos a dos), y desnaturalizó su genuina sonoridad, acercándola forzadamente al universo bruckneriano y distanciándola del schubertiano, aún reminiscente del cambio de siglo, del Schubert de su tiempo encrucijado entre clasicismo y romanticismo,

Con todo, y como no puede ser de otro modo con un maestro de las solvencias del bávaro, fue una versión notable, planificada cuidadosamente, de tiempos convencionales; quizá demasiado preocupada por evitar el inevitable desequilibrio forzado por la descompensada plantilla, lo que provocó un exceso de celo del maestro en contener -en los pasajes más en piano– la sonoridad implacable de la poderosa cuerda.

El maravilloso tema del oboe en el “Andante con moto” y otros quedaron por ello inevitablemente desposeídos de su nuclear magia schubertiana. El brillante “Allegro vivace” final más parecía anunciar el poderoso Finale de la Octava de Bruckner. En sus apenas doce minutos, Liebreich se merendó las seis capitales décadas que distancian ambos monumentos sinfónicos.

Publicado en el diario LEVANTE el 15 de diciembre de 2024.

Justo Romero

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