Crítica: El arco de Anne-Sophie
EL ARCO DE ANNE-SOPHIE
Obras de Bahms, Williams y Dvorák. Director Chistoph Eschenbach. Anne Sophie Mutter, violín. Temporada Orquesta Nacional. Madrid, Auditorio
Nacional, 16 de noviembre de 2018.
Eschenbach es principal director invitado de la Orquesta Nacional. Artista serio, con sempiterna cara de póker, suele alcanzar buenos resultados con el conjunto, que parece actuar a gusto con él. Tuvo buen pulso en la exposición de una poderosa, contundente, briosa y diligente “Octava” de Dvorák, musculada, bien articulada, que cuidó sobre todo el lado germánico de la obra, sus estructuras sonatísticas emparentadas con Brahms, su riqueza temática. En los meandros más tranquilos pudimos admirar el sonido y el fraseo del primer flauta, Álvaro Octavio Díaz. Se consiguió el clima quasi religioso de los compases previos a la explosión de la coda, que fue resuelta muy a las bravas, con planificación poco fina.
Más refinamiento advertimos en la colaboración con Anne-Sophie Mutter (Rheinfelden, Baden, 1963) en “Makings”, del cinematográfico John Williams, un encargo de la violinista. Obra para cuerdas, arpa y violín solo, de delicado trazo melódico y atmósfera poética, que desarrolla un discurso envuelto en escalas y arpegios. Copland y Bernstein en el horizonte. Un hermoso soliloquio que concluye con un agudísimo fa natural en la voz solista. En la previa interpretación del “Concierto” de Brahms la artista volvió a hacer gala de refinamiento tímbrico, igualdad, afinación, alado fraseo, concentración y seriedad en la concepción. De un clasicismo etéreo, la violinista ha exhibido de nuevo su ágil arco, sus limpios ataques, las sutilezas de su portamento, la soltura de su “spiccato”. Y eso que en determinados instantes del primer movimiento no todo fue impoluto. Pero dio igual porque desde el principio nos sentimos identificados con el tempo, el sentido del rubato, la expresión afectuosa y cálida, muy lejos de la fácil y untuosa peroración. Lo cristalino de la sonoridad, lo natural de la dicción y lo transparente de la línea nos fueron dando, compás a compás, lo más cálido y recóndito del alma brahmsiana.
El volumen de Mutter no es grande, pero lo brillante e intenso del timbre, los armónicos penetrantes que emite su coloreado Stradivarius, lo lumínico de sus destellos nos fueron ganando, sin que nunca la orquesta, que sonó algo desgalichada y casi siempre fuerte, la llegara a cubrir. El Adagio fue un ejemplo de bien decir, de cantar líricamente, algo que entendió perfectamente Roberto Silla, solista de oboe, que introdujo limpiamente la cantilena de la solista. La impronta zíngara del Allegro giocoso nos fue dada de forma electrizante sin que el fulgor de la solista decayera ni por un instante. Es admirable cómo Anne-Sophie Mutter mantiene tan alto el pabellón y cómo, a través de los años, es prácticamente igual a sí misma; con un grado mayor de introspección. Y de efusión. El bis de regalo nos pareció la Courante de la Partita nº 2 de Bach. Arturo Reverter
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