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Por Publicado el: 24/12/2019Categorías: En vivo

Critica: El bolo de Calleja

El bolo

CONCIERTO LÍRICO. Joseph Calleja (tenor). Orquesta de València. Ramón Tebar (director). Pro­gra­ma:Fragmentos y arias de Verdi, Bizet, Moniuszko, Berlioz, Puccini, Cilea y Giordano. Lu­gar: València, Palau de les Arts. ­­Entrada: 1200 espectadores. Fecha: Viernes, 20 diciembre 2019.

Joseph Calleja

CONCIERTO LÍRICO. Joseph Calleja (tenor). Orquesta de València. Ramón Tebar (director). Pro­gra­ma:Fragmentos y arias de Verdi, Bizet, Moniuszko, Berlioz, Puccini, Cilea y Giordano. Lu­gar: València, Palau de les Arts. ­­Entrada: 1200 espectadores. Fecha: Viernes, 20 diciembre 2019.

Hay una palabra que todo músico conoce bien: bolo.  El bolo es una actuación hecha sin ton ni son, de cualquier manera y con un fin puramente lucrativo. Pues un bolo en toda regla fue la actuación esperada con ilusión por los buenos melómanos del tenor maltés Joseph Calleja (1978) junto a la Orquesta de València. Se lo dijo una bien enfadada aficionada al crítico al final de la muy breve primera parte del concierto: “¡Esto es un puro bolo!”. “Espérese, vamos a ver qué pasa en la segunda parte, igual se está reservando para el final feliz”, le respondió el iluso crítico.

Y la segunda parte fue aún peor: seis cancioncillas culminadas con una retahíla de bises en la que no faltaron los consabidos No puede ser de La tabernera del puerto, el O sole mio y hasta una accidentada Granada de Agustín Lara que daba cosa escuchar. En el bochornoso final tampoco estuvieron ausentes las palabras del tenor: “Público fantástico” dijo sin rubor para camelarse a un respetable ya entonces bien camelado, y las del director Ramón Tebar, con un forzado “¡Bon Nadal!” al peor estilo vienés, coreado y hasta fraternizado por unos músicos que,  bien sabido es, en su inmensa mayoría no le adoran precisamente.

Es una lástima que Calleja, una de las más hermosas voces tenoriles de la actualidad, no se haya tomado en serio su actuación en València. Su facilidad  y claridad en los registros agudo y sobreagudo; la carnosidad de un centro que siempre se ha distinguido por su anchura y corpulencia (cualidades hoy consolidadas con la certera evolución vocal del lírico-ligero de los inicios al lírico puro de hoy) y su expresión cálida y efusiva apenas se disfrutaron ni sintieron en una ciudad cuya afición lírica le esperaba y sigue esperando con un programa más enjundioso.

En la primera parte del concierto –y en todo el programa-, únicamente cuatro arias de ópera, iniciadas con una fallida  y destemplada Questa o quella de Rigoletto precipitada a mil por hora y pronunciada en esperanto o algo similar. Fue el decepcionante calentamiento para un Ah la paterna mano de Macbeth en la que por fin irrumpió el artista poseedor de una voz prodigiosa de transparentes y fáciles agudos, con un fiato y diminuendi cuyos filados parecen emular al mejor Pavarotti y a la mejor Caballé, y unas absolutamente fascinantes mezza voce que él gobierna con maestría. Fue el mejor momento de la breve noche, junto a las dos conocidas arias de Tosca (Recondita armonia; E lucevan le stelle) que cerraron la sucinta primera parte. Una y otra fueron entonadas con una belleza vocal, un fraseo pulido y carnoso y una implicación dramática propias del muy admirado cantante que él es. El clarinete inspirado y virtuoso de Enrique Artigas y el cuidado acompañamiento de Ramón Tebar y el resto de sus músicos contribuyó decisivamente al fuste artístico de tan excelso Puccini.

Poco más dio de sí el concierto. Las muy desiguales canciones de la segunda parte –una mezcolanza a la buena de dios con melodías de Chaikovski, Tosti, el maltés Joseph Vella, el palermitano Stefano Donaudy y la célebre Mattinata de Leoncavallo- fueron cantadas con la belleza vocal y la facilidad propias de quien es uno de los grandes de la lírica del siglo XXI. Ramón Tebar y la Orquesta de València brindaron un acompañamiento que tomó protagonismo en los diversos episodios sinfónicos incluidos en el recital. Hubo brío, nervio y pulso dramático en la obertura de I Vespri siciliani, y faltó magia, calor y color en los intermedios puccinianos de Manon Lescaut y Le Villi, como también en el de Cavalleria rusticana de Mascagni, del que todavía resuena en las paredes del Palau de les Arts el recuerdo grandioso del mejor Lorin Maazel (2010). Amenas, detalladas y bien documentadas y escritas notas al programa de César Rus. ¡Felices fiestas a tutti quanti y los mejores deseos para que el Palau de la Música reabra sus imprescindibles puertas lo antes posible! Justo Romero

Publicado en el diario Levante el 22 de diciembre de 2019

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