Critica: El fuego de la bruja en la Quincena
El fuego de la bruja
82 QUINCENA MUSICAL DE SAN SEBASTIÁN. Programa: Obras de Ligeti (Concierto rumano), Liszt (Concierto para piano y orquesta número 1), y Dvořák (Sinfonía número 8). Yuja Wang (piano). Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Director: Gustavo Gimeno. Lugar: Auditorio Kursaal (San Sebastián). Entrada:Alrededor de 800 personas (máximo aforo disponible). Fecha: Domingo, 1 de agosto de 2021.
“¡Qué fuego tiene la bruja!”, dijo alguien después del concierto. Y no se equivocaba. La bruja era, claro, Yuja Wang, una “bruja” virtuosa de 34 años, aires decididos y presencia espectacular. De las buenas. De minifalda imposible y tacones de agujas aparentemente inverosímiles para manejar los sofisticados pedales del piano. Pero detrás de esta apariencia frivolona y quizá mercadotécnica, se agazapa, sí, una maga capaz de generar los mayores sortilegios a través de un virtuosismo prodigioso y de un alma sensible y secreta. Profunda también, que se adentra con verdad, estilo y fervor en el pentagrama. Bruja de honestidad imbatible, que hace música con el virtuosismo, y viceversa. Como en los tiempos dorados del teclado. Alma de fuego que se vuelca en la música y en la vida, que, en ella, acaso vengan a ser lo mismo.
Yuja Wang (Beijing, 1987) hinchó de vida, vitalidad y fulgor pianístico el Primer concierto de Liszt. Su sonoridad monumental, majestuosa, segura y sensitiva, iluminó de brillantez y calado romántico el comienzo de una partitura ideal para sus características, que pronto, en los muchos pasajes cantables que la pincelan, quedó maravillosamente coloreada y fraseada por la artista preciosista que habita en quien hoy es coloso y colosa del piano moderno. Contó con el apoyo cómplice, atento, dialogante y no menos inspirado de Gustavo Gimeno (València, 1976), maestro que volvió a mostrar la cualidades y capacidades que le avalan como batuta de primer rango dentro y fuera de España, y una impecable Filarmónica de Luxemburgo que rubricó una de sus mejores noches.
Todo ocurrió en el programa inaugural de la 82 Quincena Musical de San Sebastián. Una edición cuyos altos vuelos han quedado bien de manifiestos desde este comienzo en la cumbre. Yuja Wang, amiga de la Quincena y de sus gestores, se mostró encantada en Donosti y con sus gentes calurosas. Tocó con ganas, calor y empatía. Los aplausos y bravos fueron a tono con la excepcionalidad del Liszt escuchado. Tras varias salidas y entradas a saludar, la hechicera del teclado volvió a sentarse al teclado y a destapar el tarro de las esencias para regalar un Schubert-Liszt (Gretchen am Spinnrade; Gretchen en la rueca) pleno de magia melódica y sutilezas armónicas. Schubert y Liszt hubieran aplaudido y braveado con el mismo fervor que lo hizo el público del Kursaal en tan gozosa inauguración.
Antes, Gimeno, “director residente” de la actual Quincena, y los filarmónicos luxemburgueses ya pusieron alto el listón con una versión del bartoquiano Concierto rumano de Ligeti puntillosa y precisa, en la que Gimeno, emulando a Ligeti, trasciende el folclore para adentrarse en nuevos senderos acústicos y expresivos. Fue una versión vibrante y natural, fiel a su sustrato folclórico y tratamiento novedoso. Una obra maestra más de Ligeti, que sufrió los escarnios de la censura -no se pudo estrenar hasta 1971, veinte años después de haber sido finalizada-, que Gimeno siente con particular cercanía. De hecho, será la obra con la que inaugure su próximo debut con la Filarmónica de Berlín, en octubre. La Filarmónica de Luxemburgo, muy ducha en las músicas de la segunda mitad del siglo XX y del actual, bordó una versión sinfónicamente admirable, con sobresalientes intervenciones solistas del concertino, el corno inglés y la trompa.
Cerro el programa, interpretado sin interrupción -cosas de la pandemia- con la evocadora Octava sinfonía de Dvořák. Otra vieja amiga de Gimeno, con la que debutó en Estados Unidos, en Cleveland, y con la que retomó la actividad de la Orquesta del Concertgebouw tras los meses más duros de la pandemia. El maestro valenciano la carga de lirismo y frescura popular. Asombra la naturalidad y fluidez de su versión cuidadísima, que amalgama tradición y tintes propios, algunos incluso rapsódicos. Los tempi, son a veces queridamente lentos, como en los primeros pentagramas del Allegro con brio inicial, recreado en su lirismo bohemio. Gimeno se explaya en los colores y sabores románticos de esta sinfonía de 1889, tan deudora de Brahms y a la que tanto deben Mahler -confeso admirador de Dvořák; su Sinfonía Titán nace solo tres años después- y el sinfonismo posterior, incluidos los neonacionalismos del siglo XX, con Bartók, Stravinski y Falla a la cabeza.
Esta vocación lírica, natural, fresca y tan en sintonía con la tonalidad de Sol mayor, en absoluto resta resplandor y luminosidad a los episodios y movimientos más vivos, como el Allegro ma non troppo conclusivo, brillantemente porticado por los metales luxemburgueses en la fanfarria. Todo, incluidos los vistosos y arriesgados trinos de las trompas, sonó con empaque instrumental y escrupulosa calidad sinfónica. Éxito absoluto y unánime, coronado con una propina tan pertinente y coherente como el propio programa: la primera Danza húngara de Brahms, pequeña maravilla en la que parecieron confluir todas las lógicas y sentidos de tan mágico comienzo. Bruja incluida, claro. Justo Romero
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