Crítica: En los primeros 50 años de Ibermúsica
En los 50 primeros años de Ibermúsica
Auditorio Nacional de Música de Madrid, 19 de septiembre de 2019
David Radzynski, Emanuele Silvestri, Christopher Bouwman y Daniel Mazaki, solistas. Israel Philharmonic Orchestra. Director: Zubin Mehta
Ibermúsica nació en 1970 de una idea, descabellada para aquellos tiempos, de su creador, Alfonso Aijón, tras algunas experiencias frustrantes con orquestas y organismos oficiales. En aquellos años Madrid era un desierto musical que tenía dos oasis, no siempre feraces que eran las temporadas de la Orquesta Nacional de España y de la Sinfónica de RTVE en el Teatro Real, que entonces estaba configurado como sala de conciertos. Al principio y hasta 1980, Ibermúsica organizaba ciclos de solistas de renombre y calidad, pero con escaso éxito de público. Entonces su fundador se arriesgó a que el modesto ciclo de solistas se convirtiera en una amplia temporada de conciertos con las mejores orquestas y directores de cada momento. Por ello, el señor Aijón ha sostenido con toda razón, en una reciente entrevista publicada por el diario El Mundo que: “Podemos decir con orgullo que Ibermúsica ha educado al público de Madrid en escuchar muy buena música durante 50 años. Y lo hemos educado bien. Pero por la calidad. Lo que no puedes es engañar a la gente. Nunca hemos dado gato por liebre y saben que lo que traemos es lo mejor.” Como testigo afortunado de esos cincuenta años de Ibermúsica que se cumplen esta temporada 2019-2020, sólo puedo decir amen.
Las temporadas de Ibermúsica han estado siempre al máximo nivel internacional, y se han podido comparar – a veces, con ventaja— con las grandes serie orquestales más renombradas y clásicas de salas de conciertos tan prestigiosas como la Carnegie Hall de Nueva York, el Royal Festival de Londres, el Teatro de los Campos Elíseos de París o el Musikverein de Viena.
El concierto dedicado a conmemorar esas bodas de oro con su público, fue un gran acontecimiento, lleno de glamour, emoción y final entusiástico y con fuerte color festivo. Un homenaje muy merecido a Alfonso Aijón y a los 50 años de “su” Ibermúsica.
Tenía otro significado añadido: era la despedida del maestro Zubin Mehta como director titular de la Orquesta Filarmónica de Israel, puesto que ha ocupado desde 1977. Quizá la elección de Zubin Mehta para dirigir este concierto tan especial se justifique, amén de por la categoría y prestigio de uno de los últimos representantes de una gran generación de directores de orquesta (la que sucedió a la de la edad dorada de los maestros centro-europeos) por su estrecha relación con Ibermúsica. Desde mayo de 1976 en que se presentó por primera vez en España al frente de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, Zubin Mehta ha dirigido más de 110 conciertos en sus tantas visitas a España traído por Ibermúsica (tanto en su función de agencia artística y como de promotora de conciertos).
El concierto empezó con el estreno en España del Concertino para Cuerdas de Ödon Partós (1907-1977), quien fuera concertino de esta orquesta desde 1938 hasta 1956. Se trata de una obra que es clara muestra de la gran tradición de instrumentistas de cuerda de Hungría, en la que se deja ver una búsqueda de sonoridades propias de las comunidades judías del Este de Europa. Pero más que por su color, la obra, de breve duración y llena de melodías sencillas y bellas, destaca por el perfecto entramado estructural y sonoro de las distintas secciones de las magníficas cuerdas de la Orquesta Filarmónica de Israel. Sirvió como ejemplo de lo que sería el resto del concierto: música interpretada con un extraordinario sentido de su estructura, de la totalidad (Gesalt) que prevalece sobre los detalles y episodios y que recuerda a veces la forma de arcos arquitectónicos en los que desde su arranque se mira hacia la conclusión. En ese sentido, se puede decir que en los que los anglosajones podrían llamar el Indian Summer de Zubin Mehta, que nunca fue un colorista destacado, el maestro hindú ha llevado a sus últimas consecuencias las enseñanzas y principios musicales de su maestro Hans Swarowsky, tal y como las reflejó en su obra Wahrung der Gesalt (Preservar la forma, la totalidad, la estructura). No hay los destellos de magia que suelen caracterizar los Indian Summer de los directores de orquesta que han sabido digerir espléndidamente su vejez, sino que han aumentado el rigor y la lógica de la arquitectura musical en detrimento, en parte, de la fascinación y la riqueza de paleta de los colores orquestales. Este sentido formal fue muy adecuado y espléndidamente logrado en la Sinfonía concertante para violín, violoncello, oboe y fagot, HOB, I:105 en la que es necesario considerar el carácter concertante de la composición a dos niveles: uno, de los cuatro solistas como pequeña agrupación de cámara, y en el otro, la forma concertante entre los propios cuatro solistas, un entramado de virtuosismo que muestra el gran dominio técnico de todos y cada uno de los instrumentos que tenía Haydn y de su sentido lleno de claridad absoluta de la forma. Los cuatro solistas, todos primeros atriles (o principales de sus respectivos instrumentos) de la Orquesta Filarmónica de Israel, David Radzynsky (concertino), Emanuele Silvestri (violonchelo), Christopher Bouwman (oboe) y Daniel Mazaki (fagot), estuvieron espléndidos, tanto individual como colectivamente (hubo una precisión impecable en las entradas y en los ataques, y especialmente en los momentos en que medio compás de diferencia puede notarse y estropear la filigrana de la concertación entre los solistas). El maestro Mehta, que dirige sentado por razones de edad y mala salud, controló con variedad y economía de gestos y con precisión de relojero, con sus movimientos de cabeza y su mirada, el perfecto equilibrio entre los solistas y de estos, con la orquesta. El sentido de estructura y totalidad (dos elementos fundamentales del concepto Gestalt de su mentor Swarowsky) resultó evidente desde el primer compás.
De nuevo, ese Santo Grial swarowskyano de la preservación de la forma, de la estructura arquitectónica y lógica de la composición musical presidió la interpretación de la Sinfonía Fantástica, Op. 14, de Berlioz. Se podrá argüir que se pierde así el color de la naturaleza episódica de esta sinfonía tan singular, que las grandes diferencias dinámicas—traducidas en enorme rango de decibelios que van de los pianissimi a los fortissimi más extremos– que exige la partitura, se diluyen y atenúan en aras del rigor estructural y formal, y que los tremendos contrastes, a veces hasta caóticos – no en balde el carácter fantástico, irreal, alucinante y fantasmagórico que es esencial en esta obra—que se desbordan por aquí y por allá, no dan lugar a la fascinación que debe dar una sinfonía fundamentalmente fantástica.
Dicho lo cual, y desde el concepto interpretativo que tiene hoy Zubin Mehta de esa obra maestra y única de Berlioz, el resultado fue de una perfección casi absoluta y redonda, a lo que contribuyó una sabia y muy cuidada planificación y dosificación—quizá demasiado controlada— de los clímax, perfectamente engarzados en la estructura de toda la obra.
Cuando el director anunció que la primera propina sería la Obertura de las bodas de Fígaro, de Mozart, me pareció una muy acertada elección. Después de la Fantástica, parece que sólo puede seguir este ejemplo de la esencia de lo buffo – la obertura no tiene ningún tema de la ópera que sigue, pero resume y adelanta todo su humor y su aroma giocoso —que asombra cada vez que se escucha. No fue, lamentablemente, uno de los mejores momentos del concierto, pues aunque bien planteada – de nuevo, la búsqueda de la precisión de la forma—falto la chispa y la cegadora luminosidad napolitana de la cuerda y las sutilezas vienesas en los juegos de sonido entre vientos y maderas. La segunda propina, la célebre polka Unter Donner und Blitz (J. Strauss II), fue una demostración de que si la obsesión por el rigor, la forma y la estructura no fuese tan influyente en este viejo gran maestro, su Indian Summer tendría más destellos de magia, fantasía y la fascinación que se pudo entrever en el expresivo, castizo y “Echte Wiener” rubato que nos regaló con exquisito buen gusto.
La Orquesta Filarmónica de Israel, sobre todo en lo tocante a sus cuerdas y maderas, dejó una vez más bien claro que se trata de una orquesta situada en la élite de las mejores agrupaciones sinfónicas internacionales y que conserva una idiosincrasia, una personalidad, un sonido propio que en muchos momentos, resulta inconfundible. Fernando Peregrín Gutiérrez
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