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Por Publicado el: 01/02/2022Categorías: En vivo

Crítica: Ermonela superstar

ADRIANA LECOUVREUR (F. CILÈA)

Ermonela superstar

La soprano albanesa firma una monumental interpretación del rol principal de “Adriana Lecouvreur”

Intérpretes: Alejandro Roy (tenor, Maurizio), Felipe Bou (bajo, príncipe de Bouillon), Josep Fadó (tenor, abate di Chazeuil), Luis Cansino (barítono, Michonnet), Carlos Daza (barítono, Quinault), Albert Casals (tenor, Poisson), Ermonela Jaho (soprano, Adriana Lecouvreur), Nancy Fabiola Herrera (mezzosoprano, princesa de Bouillon), Cristina Toledo (soprano, mademoiselle Jouvenot), Marifé Nogales (mezzosoprano, mademoiselle Dangeville). Bailarina: Luisa Baldinetti. Acróbata: Davide Riminucci. Dirección musical: Daniele Callegari. Dirección de escena: Rosetta Cuchi. Coro Intermezzo. Oviedo Filarmonía. Teatro Campoamor. 27 de enero.

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Ermonela Jaho. Adriana Lecouvreur. Ópera de Oviedo

No es “Adriana Lecouvreur” de Francesco Cilèa un título excesivamente frecuentado en la programación de la temporada de ópera de Oviedo. Eso sí, la lista de Adrianas es breve pero egregia. Desde que en 1962 lo interpretara Renata Tebaldi, Giovanna Casolla y Raina Kabaivanska defendieron el rol en niveles de excelencia. Son las tres citadas cantantes de primer nivel, que forman parte de la historia de la interpretación operística de la segunda mitad del siglo XX y ahora, si hay una soprano que sigue esa estirpe, es, sin duda Ermonela Jaho.

Adriana Lecouvreur” es una ópera especial, estrenada en plena eclosión del verismo, movimiento con el que comparte determinadas características y al que, asimismo, aporta singularidades, desde el tono aristocrático de la trama que lo emparenta con alguna otra obra del mismo periodo, hasta una mezcla de ironía y efectismo que enlaza con un tono melancólico que el tiempo ha acabado por perfilar con un matiz decadentista que la convierte en una joya dentro del repertorio operístico de inicios del siglo XX.

Si se presenta la ópera de Francesco Cilèa en cartel o se cuenta con una soprano de reconocida solvencia vocal y dramática o, de lo contrario, mejor buscar otro título puesto que sin el pivote central de la protagonista al más alto nivel, la obra no funciona y acaba por aburrir, dejando ver los trucos y efectismos tan característicos de ese momento ya complicado para la creación operística. Los enredos y argucias del libreto exigen ese pilar sobre el que extender la dramaturgia.

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Ermonela Jaho y Alejandro Roy. Adriana Lecouvreur (c) Ópera de Oviedo

 

 

De ahí el acierto total de contar con Ermonela Jaho para encabezar el elenco de estas funciones ovetenses que cierran la temporada 2021/22. La soprano albanesa está en la cumbre de su carrera y en roles como el de Adriana sus extraordinarias cualidades y calidades dramaturgias brillan con especial fulgor. Ya desde el arranque con la célebre “Io son l’umile ancella” marca el foco de la acción. Incorpora el personaje con tal vigor creativo e implicación que emociona hasta la cumbre de un cuarto acto soberbio, con un escenario casi desnudo y ella como eje de la acción, en una escena que exige mucho más de lo habitual por su concepción tan particular, casi expresionista. La característica vocal que mejor define a Ermonela Jaho es la intensidad, la capacidad de abordar los compromisos desde la solvencia que da el despojarse de ataduras y correr riesgos vocales que se convierten en verdaderas perlas. La exquisitez formal, la perfección técnica, la riqueza de cada matiz, el fraseo siempre cuidado y la dicción precisa, completan una emisión hermosa y delicada que, desde una asombrosa línea de canto que transita desde la opulencia a la sutilidad extrema, acabó por arrebatar al público en un tramo final – “Poveri fiori”- convertido en una lección de escena, quizá también de vida. El triunfo fue inmenso y merecido.

La excelencia de la protagonista no restó méritos al resto del elenco. En esta ocasión se logró un magnífico y equilibrado reparto de voces españolas, muy eficaces en sus respectivos cometidos. Nancy Fabiola Herrera cantó e interpretó a una aguerrida princesa de Bouillon, cuajando una actuación sobresaliente, con una “Acerba voluttà” cantada con vibrante garra expresiva. Del mismo modo, Alejandro Roy superó un arranque con una afinación un tanto imprecisa para convencer con su emisión poderosa y vibrante, en un Maurizio de muchos quilates. Soberbio el Michonnet de Luis Cansino, en una de sus grandes noches en el Campoamor. Vocal y escénicamente fue otro de los triunfadores por una resolución cabal, muy bien interiorizada, del papel. Impecables Josep Fadó, Felipe Bou, Carlo Daza, Albert Casals, Cristina Toledo y Marifé Nogales redondeando un reparto en el que también tuvieron protagonismo el acróbata Davide Riminucci y la bailarina Luisa Baldinetti. Muy bien el coro Intermezzo y extraordinaria la labor del amaestro Daniele Callegari al frente de Oviedo Filarmonía. Callegari trabajó a fondo la partitura, sacó oro de la misma, le aportó una energía expositiva arrolladora y expansiva que cuadra muy bien con la vertiente dramática de la trama argumental. Callegari consigue un discurso orquestal potente que no afecta al balance foso-escena y la sonoridad global apenas se resiente de la habitual reducción de efectivos en el foso derivada de las normativas de la pandemia.

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Nancy Fabiola Herrera y Ermonela Jaho. Adriana Lecouvreur. Ópera de Oviedo

Otro factor fue decisivo en el éxito del estreno: la imaginativa y excelente puesta en escena firmada por Rosetta Cucchi, con diferencia la más interesante de toda la temporada. Cucchi convirtió el libreto de Arturo Colautti -basado en el drama de Scribe y Legouvé- en un viaje, en un tránsito, a través de la ciudad de parís desde el siglo XVIII hasta la década de los sesenta del siglo XX. De esta forma, la historia de Adriana trasciende el tiempo y mantiene su vigencia en circunstancias muy diferentes. Ha sabido la directora italiana ir más allá del habitual juego del teatro dentro del teatro con el que se despacha la obra y esas “cuatro estaciones” desde mediados del siglo XVIII, pasando por el romanticismo decimonónico, los felices los años veinte, o el París del 68 y de la “Nouvelle Vague” hacen que la historia se vaya despojando de adherencias en cada nuevo jalón hasta llegar al desolador final concebido en dos planos lo cual le confiere una carga dramática de profundidad al ya de por sí emotivo cierre con el que Cilèa plantea el drama. Con indudable buen gusto estético -sobria y eficientísima la escenografía de Tiziano Santi y estupendos el vestuario de Claudia Pernigotti y la iluminación de Daniele Naldi- fueron encadenándose las escenas con influencias muy bien asimiladas -incluso de Lyndsay Kemp en el pasaje del malabarista y la bailarina- que supusieron un soporte visual, de fuerte pulsión cinematográfica.

Estamos, en el cierre, ante el más completo espectáculo de la temporada que ahora concluye. No se puede dejar la oportunidad de disfrutar de una gran ópera en las mejores condiciones y quedan cuatro funciones por delante. ¡No se la pierdan! Cosme Marina

Un comentario

  1. Alejandro Roy 11/02/2022 a las 19:43 - Responder

    Muchas gracias. Han sido más magnánimos en la crítica que en la antecrítica. Esto se agradece. Es divertido.

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