Crítica: Eschenbach dirige la Orquesta Nacional
ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA
Eschenbach y los testamentos vitales
Obras de Haydn y Shostakovich. Orquesta Nacional de España. Director musical: Christoph Eschenbach. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica. Madrid. 22-XI-2019.
Volvió Eschenbach para su segundo concierto de la temporada en su calidad de principal director invitado de la ONE, lo que siempre es de celebrar. El director alemán es un constructor por lo general sólido, que identifica las complejidades interpretativas de las partituras y las desarbola a la antigua usanza: con repetición tras repetición de pasajes en los ensayos. Es tan metódico en su construcción como difuso en su gesto, algo que la ONE ha tardado en acoplar. Pero en lo que destaca, por encima de cualquier confesión estilística, es en la revisión de las despedidas compositivas, en llevar a sus últimos extremos los testamentos musicales de tantos músicos. Aquellas Cuatro Últimas Canciones de Strauss con Fleming y la Houston Symphony Orchestra de hace veinte años, o la Novena Sinfonía de Mahler con la Orchestre de Paris de hace diez, dan testimonio de su capacidad empática para el crepúsculo creativo. En este caso, fue la Sinfonía n.º 104 en Re mayor la protagonista, el adiós de Haydn a la forma musical que tanto le debe y donde volcó sabiduría, belleza, rabia y añoranza en iguales dosis.
El primer movimiento tuvo unos compases iniciales trascendentes, solemnes sin paroxismos, que hurgaban en los miedos y las heridas abisales de quien va apagándose. No es extraña esta orientación interpretativa en la 104, pero lo complejo es contrapesar ese drama con la liviandad posterior sin restar vuelo, algo que supo hacer con maestría Eschenbach, gracias a un meticuloso uso de las gradaciones dinámicas y mucha contención de sonido. Muy buena respuesta de los músicos de la ONE, en formación clásica y número acorde al repertorio. Tras un segundo y tercer movimiento menos brillantes llegó ese Finale marcado en la partitura como “Spiritoso” y que abre tantos caminos sin dejar de ser un inevitable final de trayecto. Lúcida, serena y combativa es la música, con ese arranque pedal y la posterior superposición de timbres. Igualmente magnífica fue la lectura de la orquesta.
Para la segunda parte quedaba la reconciliación política de la Quinta Sinfonía de Shostakovich, aquella «respuesta de una artista soviético a una justa crítica». Es una obra carismática, extrovertida en su mayor parte y Eschenbach le dio esa efusividad y algarabía sonora necesarias. Algún desajuste leve lastró la primera parte, pero se enmendó con un más que meritorio Largo –el movimiento más difícil de la sinfonía por su naturaleza evasiva– y el catártico final, que despertó las merecidas ovaciones del público. Mario Muñoz Carrasco
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