Crítica: Espaciada vitalidad en la Orquesta Nacional
ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA
Espaciada vitalidad
Obras Magrané, Debussy, Ibert y Beethoven. Álvaro Octavio (flauta). Orquesta Nacional de España. Dirección musical: David Afkham. 4 de octubre. Auditorio Nacional
Que, al acabar el concierto, los músicos y el director se giren hacia los espectadores y les aplaudan agradeciendo su presencia, puede dar una idea del estado de cosas de la realidad musical madrileña. El programa era uno de aquellos elaborados con la mirada puesta en el hallazgo y el envés del gran repertorio, a la par que reivindicativo del talento nacional (tanto en lo compositivo como en lo interpretativo). Sería por eso, por ser sinfonía par o nueva creación o concierto desconocido, que las butacas vacías iban mucho más allá de las que el nuevo protocolo exige.
Arrancó Obreda, de Joan Magrané, encargo compartido de la OCNE y el CNDM dentro de su apuesta por el reconocimiento del talento sin necesidad de largas décadas de trabajos a la espalda. Hay una ambición poética muy personal en la propuesta creativa de Magrané, con sobreabundancia de material lírico diseminado en una construcción tímbrica elegante, que bascula y evoluciona entre la lo atormentado y lo plácido. La obra se dilata, sin caer en la evanescencia, y esa concreción la reforzó la orquesta con una interpretación lúcida, casi de pincelada que cobra sentido con la distancia. El público reconoció el universo sonoro propuesto con el mismo aplauso que se le dedica a una pieza de repertorio, que es el mejor halago que se le puede dedicar.
El nivel demostrado por Álvaro Octavio, maestro de la ONE y protagonista tanto de Syrinx de Debussy como del Concierto para flauta y orquesta de Ibert, fue lo mejor del concierto. Con carnosidad en el sonido, intención inequívoca en el fraseo, volumen y matiz, construyó un Debussy fiel a su estética sonora pero con un vuelo lírico difícil de conseguir en una obra de estas características. Lo propio ocurrió con Ibert y su ecléctico concierto, que hace paradas en lo postromántico, lo popular y, con mayor timidez, en las rupturas melódicas de mediados del siglo XX. La ONE acompañó con sensualidad el “Andante” y Octavio hizo un despliegue de técnica y sentido del gusto de primer orden, llevándose las ovaciones del público y de sus compañeros de escenario.
Para la Cuarta Sinfonía de Beethoven Afkhan destapó el vigor y la vitalidad de gesto. Y es que hay que compensar la distancia sonora y la lejanía de los instrumentistas que tanto lastran el discurso musical. Y el director lo hizo casi con rabia, proponiendo una lectura acerada (sobre todo en el primer y cuarto movimiento), con esquinas visibles y nervio, que reivindicó a la orquesta y a la propia sinfonía. Buena labor de la concertino, Lina Tur Bonet, que supo trasladar coherencia a su diseminada sección. Mario Muñoz Carrasco
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