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Por Publicado el: 31/03/2019Categorías: En vivo

Crítica: Un Barberillo estilizado y colorista

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Escena del Barberillo de Lavapiés

EL BARBERILLO DE LAVAPIÉS (F. A. BARBIERI)

Estilizado y colorista Barberillo

Barbieri: “El barberillo de Lavapiés”. Borja Quiza, Cristina Faus, María Miró, Javier Tomé, David Sánchez, Abel García. Director musical: José Miguel Pérez-Sierra. Director de escena y adaptador del texto: Alfredo Sanzol. Escenógrafo y figurinista: Alejandro Andújar. Teatro de la Zarzuela, Madrid, 28 de marzo de 2019.

Siempre es grato revisar un título señero e imprescindible de nuestro género lírico como el último salido de la mano de Barbieri, este “Barberillo de Lavapiés”, cuya última producción en el mismo escenario –donde la obra se estrenó en 1874- llevaba la firma de Calixto Bieito. Alfredo Sanzol ha sido el encargado en esta ocasión de la revisión y reposición, y lo ha hecho con solvencia e imaginación; la que él con su propuesta pide también al público para que penetre en las bondades musicales, literarias y teatrales de una partitura que aúna elementos de zarzuela grande en tres actos, como mandaba la tradición, junto a otros provenientes de la tonadilla y del género breve, lo que enseguida desembocaría en el bautizado como chico.

El barberillo” mantiene los presupuestos básicos de su autor y da forma a una estructura tripartita, en tres actos, dentro de los que se desarrolla la variada acción y circulan los distintos tipos de personajes. Los números musicales son 16, una cantidad efectivamente propia de las piezas mayores, repartidos bastante equilibradamente. Cada acto comienza con un breve preludio orquestal al que se une luego un pasaje coral y, más tarde, un solista. La orquestación es jugosa y chispeante y aparece dotada de gran frescura en el encaje de un lenguaje tonal claro, directo y de un melodismo de muy fácil vena. Todo movido y balanceado por una amplia y estimulante panoplia de ritmos cambiantes.

Sanzol, que adapta con inteligencia la edición corregida de la obra debida a María Encina Cortizo y Ramón Sobrino, ha mantenido, faltaría más, sus valores definitorios: colorido popular, agilidad y ligereza en el movimiento, pertinentes subrayados escénicos, finura y elegancia gestuales. Además enriquece la acción con sabias y suaves estilizaciones formales, leves apuntes coreográficos, detalles de buen gusto que no hacen perder realismo casticista a la narración y la dotan de un refinamiento superior. Las idas y venidas de los conspiradores, los desfiles de la guardia Valona, el manejo de las “masas” está muy bien planificado y todo respira alegría sin que se abandone el aire de comedia bien hilada, que el mismo regista, en una presentación bastante genérica, reconoce como fundamental. Lo de los majos zancudos del comienzo no acabamos de cogerlo.

La visión de conjunto resulta muy grata e históricamente verosímil gracias a unos muy bellos, cromáticos, fidedignos y, sin embargo, fantasiosos figurines de Andújar, autor también de una muy simple escenografía a base de oscuros paneles metálicos que son manejados, creando espacios y, a veces, subrayando circunstancias del texto, por los propios personajes protagonistas o por miembros del coro o figurantes. Un planteamiento minimalista y poco comprometido que tiene la ventaja de dar cauce a la imaginación del espectador y concentrar todo en el meollo teatral. Aventurado.

Desde el punto de vista puramente musical casi todo funcionó; empezando por el foso. La ORCAM tuvo una buena noche bajo el mando experto de Pérez-Sierra, buen conocedor de la ópera de Rossini, del que hay no poca presencia en los pentagramas de Barbieri, y que mantuvo en todo instante la tensión del discurso sin perder de vista los rasgos más hispánicos y castizos a lo largo de una elocuente narración en la que mandaron los “tempi” más bien rápidos, aunque sin desconocer los momentos en los que son convenientes determinadas retenciones o acusados portamentos. El vals de las Costureras es buen ejemplo.

Tuvo a sus órdenes un bien adiestrado equipo de cantantes -que dijeron sus “parlati” en ocasiones demasiado aceleradamente-, con un exultante Borja Quiza a la cabeza. Este barítono lírico gallego mantiene su timbre grato, su fácil emisión en una tesitura –prevista en origen para un tenor cómico- que le resulta cómoda y en la que puede lucirse sin prácticamente cubrir el sonido en la zona alta. Dice, interpreta, matiza, regula y se luce a base de bien con enorme gracejo. Paloma fue Cristina Faus, una mezzo lírica de sensuales reflejos, que oscurece gracias a un muy lícito apoyo en los senos nasales. Actuó como experta actriz y cantó magníficamente, por ejemplo, en su “Desde que te he conocido”, dejándose ir.

Algo más tímida María Miró en la Marquesita. Su voz, no grande, su timbre claro, su ligero vibrato, adornan un bien entendido arte de canto. No muy refinado, pero efectivo, el tenor Javier Tomé, hizo un don Luis un poco envarado. Pero hay material en esa timbrada voz de lírico-ligero, bien puesta, correctamente emitida. David Sánchez, bajo resonante pero opaco y en exceso cavernoso, y Abel García, aún más apagado, más actor que cantante, fueron don Juan y don Pedro. El Coro cantó estupendamente, casi siempre afinado y empastado, acentuando donde se debía (buena labor la de Antonio Fauró a su frente). Tres de sus miembros, Carmen Paula Romero, José Ricardo Sánchez y Felipe Nieto, hicieron pequeños bocadillos. Arturo Reverter

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