Crítica: Estreno de Martínez Burgos en la ORCAM
ORCAM: sin nostalgia del pasado
Obras Fernández, Hindemith, Martínez Burgos y Janáček. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Karim Farham, tenor; Josep-Ramón Olivé, barítono. Dirección del coro: Marco Antonio García de Paz. Dirección musical: Víctor Pablo Pérez. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica, Madrid. 27-II-2018.
Mario Muñoz Carrasco
Con una estimulante propuesta –y floja acogida en cuanto a público– se presentaba este nuevo concierto de la ORCAM. El programa lo conformaban obras que no habían estado nunca en los atriles de la orquesta o que eran directamente estrenos. Arrancó con Eclipse, de Marcos Fernández, una reelaboración sinfónica del preludio de su primera ópera, Nocturn. El traslado desde el lenguaje de cámara es exitoso y se maneja entre lo insinuado y lo sensorial, sin dar la espalda a la evocación de los primeros compases para moverse luego en un discurso más cercano a la banda sonora. Buen trabajo de la orquesta, en particular en esos instantes iniciales donde primaba la bruma frente a la estructura.
Se escuchan poco las Metamorfosis sinfónicas de Paul Hindemith, a pesar del interés que despierta una obra que no parte desde la admiración y el homenaje a su origen (algunas piezas de Weber) sino desde el deseo de convocar una metamorfosis que las dote de mayor sentido. El resultado viaja a los extremos del color sinfónico, sin renunciar a un melodismo más acusado que en el original ni tampoco al trasunto rítmico. Víctor Pablo Pérez puso mucho interés en las tímbricas específicas y en planificar las intensidades para huir de la mera variación. El “Turandot, Scherzo” fue el punto álgido de una construcción en general magnífica.
La segunda parte arrancaba con un estreno de Manuel Martínez Burgos, Geroglifico d’amore, un fresco para orquesta y coro organizado en siete cuadros que mantienen continuidad y que reflexionan sobre la polisemia amorosa. El muestrario estilístico que se exhibe, recorriendo en cierta manera ocho siglos de música, es magnético y meritorio, demostrando una voz propia inequívoca y un tratamiento de la masa coral sugerente. Texturas y timbres fueron expuestos con convencimiento por la ORCAM para redondear una obra que merece un recorrido más cotidiano por los escenarios.
El concierto se cerró con Amarus de Leoš Janáček, un Jenůfa germinal en forma de cantata, si se quiere ver así, con un tratamiento orquestal ya muy sofisticado que va integrando lo obsesivo como un elemento más. Aquí la orquesta dio síntomas de fatiga, con entradas menos cuidadas pero sin afectar al global de la obra, que se reivindica sola. Tanto Olivé como Farham defendieron con aplomo sus papeles, algo tapado por el volumen orquestal el primero y con alguna estrechez en el agudo el segundo.
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