Crítica: Estreno de la temporada de la Orquesta Nacional. Volver a empezar
ORQUESTA Y CORO NACIONALES DE ESPAÑA
Volver a empezar
Obras de Schumann y Sibelius. Miguel Colom (violín). Orquesta Nacional de España. Dirección musical: David Afkham. 24 de septiembre.
Aunque todo ha cambiado a veces hay que intentar que no lo parezca. Inicia la OCNE su temporada con un remedo de normalidad, con conciertos divididos en dos partes y programas más largos que permiten elaborar una narrativa interna y diferenciadora en los repertorios más comunes. Como suele ocurrir en estos casos, el primer concierto sirve de resumen de las intenciones de la temporada, un curso que tendrá tres protagonistas principales: Schumann, el violín y el rito. O lo que es lo mismo, dualidad, hedonismo y memoria colectiva. De todo hubo.
Siempre ha resultado algo desconcertante cómo una mente tan compleja como la de Schumann —y no sólo por su tan explotada locura—consigue transmitir en ocasiones una pátina de serenidad tan bien construida. Es el caso de Nachtlied, op. 108, obra poco común tanto en belleza como en sonoridad, con la que el coro se reivindicaba en la temporada de su 50 aniversario, sorteando la por momentos intensa fragilidad de la partitura, particularmente en su empaste entre la voz y el viento madera. Visión extremadamente lírica por parte de Afkham, volcada en no oscurecer luz alguna y en revelar el misterio desde una perspectiva más sensorial, antecediendo de alguna manera al universo sonoro coral de Brahms.
El Concierto para violín y orquesta, op. 47 de Sibelius servía para dar cancha a Miguel Colom, concertino de la ONE que mantiene un perfil como solista realmente destacado. El concierto en sí es un quiebramanos de primera línea por sus continuas dobles cuerdas, armónicos finales y las complejidades de equilibrio con la masa orquestal. La evidente soltura técnica del violinista permitió que ofreciese un primer movimiento modélico, delicado, acompañado sabiamente por un Afkham que pintó el paisaje del fondo sin pretender el primer término. Arriesgada elección del violinista madrileño del merecido bis, los Recuerdos de la Alhambra de Tárrega, que en su traslado a un instrumento no polifónico quedó algo desdibujada.
De nuevo Schumann, con su Sinfonía nº 3 en Mi bemol mayor, la «Renana», era el encargado de cerrar el círculo en la segunda parte, con la extrovertida lectura de una partitura que vivió momentos de gloria hace algunos años cuando James Horner la tomó prestada para hacer una de las bandas sonoras más famosas de finales del siglo XX, Willow. Es difícil mantener la exuberancia de los pentagramas sin caer en triunfalismos, pero Afkham construyó el sonido con la complicidad de la ONE de forma elegante, con sentido del color y algunas pinceladas líricas en extremo, incluso por encima de la solemnidad prevista, como ocurrió en el coral para trombones del “Feierlich”. Lectura, en definitiva, enérgica y sensible, no se pude pedir más. Se redondeó con la Amorosa de Guridi de regalo, tras unas cálidas palabras de bienvenida del propio director. Mario Muñoz Carrasco
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