Crítica: Euskadiko Orkestra. De la misma mano, dos sentimientos
EUSKADIKO ORKESTRA – BRAMHS
De la misma mano, dos sentimientos
Fecha: 29-IX-2021. Lugar: Auditorio Kursaal, San Sebastián. Programa: Doble concierto en La menor para violín, violonchelo y orquesta, Op. 102 y Sinfonía nº 2 en Re Mayor, Op. 73, de Johannes Brahms. Solistas: Dmitri Makhtin (violón) y Alexey Stadler (violonchelo). Orquesta: Euskadiko Orkestra. Director musical y maestro concertador: Robert Treviño.
No solo por cuestión de protocolo, ya que te obligaban a permanecer con una mascarilla de una tipológica determinada, mientras entre uno y otro espectador -a derecha e izquierda, o por delante y detrás- tan sólo había 70 centímetros de distancia, cuando la normativa señala que ha de ser de 150 (¡en fin, Serafín!); sino también por las distintas expresiones armónicas y melódicas salidas de una potente mente creadora de la capacidad intelectual del barbudo hombretón alemán, el gran Brahms. El público salió contento pero no entusiasmado, quizá debido a los dos prismas distintos nacidos de una misma mano.
Abierta la velada con el Doble concierto en La menor para violín, violonchelo y orquesta, Op. 102 resulta, desde un principio, un tanto desconcertante, ya que se trata de “una de las composiciones de Brahms más inalcanzables y poco disfrutables” en criterio de musicólogo austriaco Richard Specht. Clara Schumann también participio su desacuerdo con esta obra. Lo cierto es que el protagonismo de la composición viene a cargo de un complejo entramado entre el trabajo de un violín y un violonchelo, en este caso a cargo de dos interpretes de reconocido mérito (Makhtin y Stadler respectivamente, que supieron ensamblar, con inequívoco acierto, las notorias discordancias melódicas que el compositor adjudicó a cada uno de ellos). La orquesta fue aquí casi como un mero comprimario, utilizando para ello -dicho con el máximo respeto- el término lírico respecto al trabajo de la Euskadiko Orquesta que cumplió de sobra, dada la compenetración atenta que siempre mantuvo con su batuta titular. A decir verdad, el propio compositor nunca estuvo muy contento con el resultado de esta obra, por lo que él mismo subió al podio muchas veces para dirigirla, en búsqueda de resaltar la luz que llevaba encerrada como homenaje a la reconciliación con su amigo el violinista Joseph Joachim.
Antes de entra a valorar la segunda obra del programa, permítaseme, con la mayor humildad, llamar la atención sobre la ausencia de atril del director conteniendo las partituras. Los grandes maestros siempre o casi siempre, aunque se la supiera de memoria, las tenían delante. Es un mínimo de cortesía hacia el compositor. Y salvado este inciso de mero desahogo discordante, bien merece decir que Treviño parece que está dando la vuelta a la E.O. consiguiendo unos matices, unas veladuras cromáticas de mucha calidad. Idealizando esa labor como que existiera una imbricación muy sutil pero firme entre la dirección y el conjunto orquestal, con detalles muy finos y que requieren mucha concentración, pero que a los músicos les hace construir, en conjunto e individualmente, una pieza de precisión suiza que funcionan como un todo sabiamente engrasado, tal como se demostró en la Sinfonía número 2 en Re mayor, Op. 73, en la que se escucharon sutilezas de alto nivel como fue la finura en la expresividad de la sección de viento -tanto madera como metal-, logrando el máximo valor cuando en el III movimiento Allegretto grazioso (quasi Andantino) se entra en la tonalidad de Sol mayor, dejando el Re mayor dominante para los movimientos I, II y IV. Fue un momento del más firme tránsito de la melancolía sonora a la viveza de la alegría armónica. ¡Ojalá esté mucho con la E.O. míster Treviño! haciendo un gran trabajo y, por favor, que alguien le coloque delante el atril. Manuel Cabrera
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