Critica: Feliz regreso, prometedor debut
Feliz regreso, prometedor debut
Orquesta de València. Solista: Borís Giltbug (piano). Director: Karel Mark Chichon. Programa: Obras de Martin i Soler, Liszt, Dzenītis y Stravinski. Lugar: Auditori del Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1300 personas. Fecha: 15 noviembre 2019.
Apenas unos meses de su triunfal debut con la Orquesta de València -el pasado febrero- Borís Giltburg ha regresado, ya convertido en artista residente, para volver a dejar constancia de su pianismo brillante y singular con una versión muy personal y diferente del Primer concierto para piano de Liszt. Tuvo en esta ocasión el pianista ruso-israelí la fortuna de contar con el apoyo concertante del maestro Karel Mark Chichon (Londres, 1971), que en su primera actuación al frente de la formación valenciana ha desarrollado un concienzudo trabajo que ha cuajado en uno de los más meritorios conciertos de las últimas temporadas. Su descriptiva, enigmática y luminosa lectura de la suite de El pájaro de fuego queda como hito en los nutridos anales de la veterana formación titular del Palau de la Música.
Chichon, actual titular de la Filarmónica de Gran Canaria y maestro experto tanto en el arte operístico como en el sinfónico, planteó una lectura de abrasadores contrastes, con una expansiva gama dinámica para la que supo desarrollar y potenciar las posibilidades de una orquesta nutrida de maestros capaces de desarrollar un trabajo consistente y planificado. Como ocurrió recientemente con Pablo Heras Casado, los profesores de la OV se volcaron e involucraron antes los positivos estímulos llegados desde un podio que sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Fue así que Chichon obtuvo una motivada prestación instrumental y artística muy superior a la acostumbrada en los últimos años.
El pájaro de fuego, la obra maestra absoluta, rotundamente vanguardista y eternamente fascinante que da a conocer Stravinski en 1910, se escuchó y sintió enaltecida por el inconfundible silencio que se origina cuando sobre el escenario se produce algo verdaderamente importante. Ni siquiera la acústica poco propicia del Auditori del Palau de les Arts pudo amortiguar el intenso impacto de la obra de arte cuando es animada por tan entregados servidores.
No fue la única maravilla de un programa variado e interesante, que se inició en plan camerístico con la interpretación de la fiel revisión y transcripción que el gran músico de Benaguasil Salvador Sanchis (solista de fagot de la Orquesta de la Comunitat Valenciana) realizó de los divertimentos para viento de su paisano Vicente Martín i Soler, concretamente del cuarto de ellos. Ocho instrumentistas con Chichon a la cabeza desplegaron sonoridades y resaltaron su versatilidad para ofrecer una versión plena de gracia, ligereza y chispa clasicista, en la que asomó con estilo y transparencia la inconfundible impronta del creador de Una cosa rara.
El divertimento de Martín i Soler fue el preludio del Liszt arrollador de Giltburg, artista de fuerte personalidad que rompió clichés y referencias comunes para plantear su particular versión, que él conjuga con el virtuosismo absoluto que es marca de la casa (de Liszt y de Giltburg). Algunos desajustes resultaron inevitables, aunque podrían haber sido bastantes más de no mediar el oficio y la veteranía de una batuta tan ducha en estos menesteres acompañantes como Karel Mark Chichon, que, a la manera de Barenboim, optó por ubicar el triángulo junto al piano, dando así notoriedad al ya de por sí sustancial papel que cumple el instrumentito.
El surtido programa se completó con el estreno en València de Postludium.Ice, suerte de escueto poema sinfónico –dura apenas doce minutos- compuesto por el letón Andris Dzenītis (1978) en 2009, es decir, casi exactamente cien años después de El pájaro de fuego. Como en la obra maestra de Stravinski, Dzenītis despliega un muy cuidado uso de las gradaciones dinámicas. No es éste el único punto en común: ambas partituras confluyen igualmente en la efectiva administración de los recursos tímbricos que posibilita la opulenta plantilla orquestal, cuyos pentagramas transcurren en un largo crescendo en el que las texturas sonoras discurren en una atmósfera sugerente y enigmática –de nuevo la referencia de El pájaro de fuego-, “lenta y contemplativa”, según reclama el compositor en la partitura. Fue la guinda de una velada redonda en la que al regreso bienvenido de Giltburg se añadió el aliciente del debut prometedor de un maestro que, a tenor de lo visto, oído y hablado el jueves, está llamado a frecuentar el hoy cuestionado podio de la Orquesta de València. Justo Romero
Publicado en el diario Levante el 16 de noviembre de 2019
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