Crítica: Sara Ferrández y el Cuarteto Quiroga en el Festival Bal y Gay
Cuerdas mágicas y bien tensadas
Obras de Bach. Sara Ferrández, viola. Mosteiro de San Salvador, Lourenzá. Homenaje a Francisco Fernández del Riego. Obras de Mozart, Bartók y Mendelssohn. Cuarteto Quiroga. Basílica de San Martiño. 14 y 16 de agosto de 2023.
En la bien planificada serie de actividades del X Festival Bal y Gay, del que hablábamos días atrás al comentar el concierto de Maria Joao Pires, no hay que echar en saco roto los que han ofrecido la violista Sara Ferrández y el ya tan reconocido y habitual en esta sede -tercera vez que actúa en ella- Cuarteto Quiroga. De la violista, por cierto, hermana del ya acreditado chelista Pablo Ferrández, nos ha sorprendido muy gratamente los avances que ha realizado en los últimos tiempos.
Toca ahora con mucha mayor seguridad, afinación y elevación. Salió absolutamente indemne de la prueba que supone enfrentarse a tres de las seis suites para chelo de Bach en su transcripción para viola. Aunque esto es relativo y la cuestión está poco clara a la hora de dictaminar hasta qué punto puede hablarse de una transcripción o de una adaptación considerando el tipo de violonchelos de la época.
Lo primero que nos capta del arte de la joven instrumentista es su sonido igual, homogéneo, sustancioso, pleno, satinado y cuajado de hermosos reflejos. Toca una viola de 1730 construida por David Tecchler y cedida por Stephan Jansen, lo que le permite recrearse sin apuros y sin excesos en labrar compás a compás un discurso siempre coherente, con una cuarta cuerda magnífica y una técnica soberana, de silenciosos ataques. El sonido, oscuro y muelle, no pierde personalidad ni tersura. Sobre esa base Ferrández articula muy fácil y bellamente una dicción respetuosa con el estilo pero muy moderna de trazo y de concepción.
Inapreciable ruido de arco y perfecta soldadura en un dibujo exento de accidentes. Bases sobre las que edificó tres excelentes interpretaciones de tres de las seis Suites bachianas. En la 1 denotamos la delicadeza de las transiciones y la agilidad, percibida ya en el “Preludio”. En la 4 aplaudimos, entre otras cosas, la habilidad y buen gusto a la hora de diferenciar las repeticiones de, por ejemplo, la “Allemande”. Observamos especial agilidad en la reproducción de la “Courante” y la concentración a media voz en la “Sarabande”. Nos impresionaron los profundos acentos del “Preludio” de la nº 5, la intensidad de la exposición y las dobles cuerdas. Especialmente doliente fue su acercamiento a la “Sarabande” y sorprendente el aire cadencioso de la “Gigue”.
Dos días más tarde, en la Basílica de San Martiño, nos sumergimos en otro orden de bellezas, en este caso cuartetísticas de la mano del Quiroga, que siempre pone una pica en Flandes por su calidad, acrecida año a año (y ya son 20) y por su entendimiento, caluroso y diáfano, de los pentagramas más variados. En este concierto, que, como sucedió el día anterior con el de la Pires, se repetía ante la avalancha de solicitudes, los cuatro integrantes de la formación, Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades y Helena Poggio, volvieron a demostrar en estas tierras su plenitud: sonido compacto, líneas claras, voces medias siempre presentes, unidad y sentido de la forma.
Todos estos atributos se pusieron otra vez de manifiesto en la interpretación de tres obras maestras. En el “Cuarteto K 458” de Mozart, “La Caza”, uno de los seis dedicados a Haydn, destacamos la límpida y contrastada ejecución que no descuidó las zonas de sombra y las a veces bruscas modulaciones. Fue admirable la delineación de la extensa y compleja coda del “Allegro vivace assai” de apertura. Ese puñetazo en el estómago que es en algunos de sus compases del “Cuarteto nº 3” de Bartók, conciso, cambiante, descarnado y denso de expresión, tuvo la adecuada respuesta a través de una suma concentración, una afinación intachable y una acentuación dramática sensacional.
La esencial luminosidad del “Cuarteto en Mi bemol mayor op. 12” de Mendelssohn quedó aprehendida, tras una nueva vuelta de tuerca, en la fiel y expresiva, fantasiosa y animada recreación del Quiroga. El feérico y tan propio del autor “Alegretto “nos levantó del asiento por la finura, la delicuescencia de los pianísimos, la electricidad de los giros. La profusa pero tan bien ordenada temática del “Finale, Molto Allegro e Vivace”, en 12/8, fue explicada con diamantina claridad; con una fogosidad de un romanticismo pleno. Tras los accidentes y apuntes de resolución el pianísimo de cierre fue recibido con un respiro. Una brevísima y chisposa Danza stravinskiana, ofrecida como propina y explicada con su fácil oratoria galaica por Cibrán Sierra, puso fin a las dos sesiones. El público, que las llenó, se lo paso en grande. Arturo Reverter
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