Crítica: La flauta mágica en el Festival de Salzburgo
Desenfocado cuento de hadas
La flauta mágica, Singspiel en dos actos; libreto de Emmanuele Schikaneder, música de Wofgang Amadeus Mozart. Reparto: Regula Mühlemann (Pamina), Mauro Peter (Tamino), Brenda Rae (Reina de la noche), Michael Nagl (Papageno), Tareq Nazmi (Sarastro), Ilse Eerens (Primera Dama), Sophie Rennert (Segunda Dama), Noa Beinart (Tercera Dama), Peter Tantsits (Monostatos), María Nazarova (Papagena) etcétera. Dirección de escena: Lydia Steier. Escenografía: Katharina Schlipf. Vestuario: Úrsula Kudrna. Iluminación: Olaf Freese. Dramaturgia: Ina Karr, Maurice Lenhard. Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor. Orquesta Filarmónica de Viena. Dirección musical: Joana Mallwitz. Lugar: Salzburgo, Haus Mozart. Entrada: 1.580 espectadores (lleno). Fecha: 3 agosto 2022.
Como espectáculo didáctico, quizá para escolares, es ideal, desde luego. Pero el concepto del montaje de La Flauta mágica estrenado en la actual edición del Festival de Salzburgo chirría con un público que busca algo más que le expliquen el maravilloso cuento que también es este último singspiel de Mozart. No está el mundo para cuentos de hadas, menos para acercarse tan ingenuamente a una obra maestra tan trillada y requetescuchada como la historia -cuenta la directora de escena Lydia Steir- del joven príncipe Tamino en busca del amor hermoso y dulce de la bella Pamina. Hermoso y bonito, con colorines incluso a lo Ágatha Ruiz de la Prada, y el abuelito -parece el de Heidi- contando la historia a los tres niños cantores. Más visto que el tebeo.
Al final se intenta arreglar el asunto insertando con calzador duras imágenes en blanco y negro de guerra y destrucción. Salen soldados y hasta enfermeras de la Cruz Roja. La ingenuidad de la dramaturgia, cargada de tópicos y resabios -lo son incluso los pretendidos guiños de modernidad-, es acaso ideal para una representación didáctica. Se apoya en una escenografía convencional, pero efectiva y vistosa, con dos enormes plataformas giratorios que posibilitan rápidos y vistosos cambios de escena al moverse autónomamente y en ambos sentidos. En un santiamén se pasa así de la casa de los tres niños a los dominios de Sarastro o a cualquier otro lugar. Lydia Steir sostiene que la “narración de historias es la clave para entender el mundo”, y se pregunta: ¿Dónde es esto más tangible que en la abrumadora diversidad y la exuberante fantasía de La flauta mágica? Es posible que así sea, sí, pero desde luego, no en su preciosa pero cándida producción.
El vestuario combina estética mesa camilla con -casi- lo aeroespacial. Muchas referencias, seguramente guiños involuntarios, a personajes ajenos. Las enseñoreadas tres damas de la noche parecen parientas de Mrs. Quickly, Tamino de Napoleón y el pobre Papageno, una pintoresca mezcla de Sachs y Beckmesser. Los coloreados muñecos andantes, bailongos y uno de ellos hasta volador, parecen inspirados en el españolísimo Espinete de Barrio sésamo. No falta el resultón enano. En realidad la única que va “como dios manda”, es Pamina, vestida de pura Pamina, con su inmaculada túnica blanca. Bueno y los tres omnipresentes niños, con sus camisones blancos, los tres estupendos actores y cantantes, que cobran protagonismo al ser los receptores del cuento, por lo que siguen permanentemente la acción en sus variados recorridos.
La narración en paralelo -el cuento que cuenta el “abuelito de Heidi”-, amplificada a discreción, como también tantos efectos y voces ajenas al libreto, interrumpe el decurso musical. El exceso de efectos especiales y la reiteración de morcillas, en plan sainete de los Quintero, son igualmente efectos perturbadores para el desarrollo “adulto” de la acción. Una lástima que un trabajo escénico tan sofisticadamente ejecutado arranque de presupuestos tan básicos para conducir irremediablemente a tan desenfocado sentido didáctico y moralizante.
Vocalmente, esta función con importante presencia femenina -mujeres son las directoras de escena y musical, también las responsables de la compleja escenografía y de los pintorescos vestidos- hubiera sido protestada en los primeros teatros españoles. Del elenco, realmente solo caben destacar la sutil, lírica y efusivamente fraseada Pamina de la soprano Regula Mühlemann -su aria “Ich, ich fühl’s” fue una gozada-; el noble y vigoroso Sarastro del bajo kuwaití Tareq Nazmi, quien deja asomar en su canto pulido y expresivo el hecho de haber trabajado en Múnich con Edith Wiens y Christian Gerhaher, y las tres conjuntadas y bien empastadas damas de la noche. La destemplada soprano Brenda Rae (Reina de la noche) salvó con aprietos y roces sus dos conocidas arias (bastante tuvo la pobre con hacer de Pinito del oro volando por las alturas del escenario). La corrección y disposición del tenor suizo Mauro Peter (Pamino) y del barítono Michael Nagl (Papageno) no bastaron para dar entidad a unos personajes que son mucho más.
En el foso, la Filarmónica de Viena sonó con corrección de trámite. Nada que ver con el glorioso instrumento sinfónico que cuatro días antes tocó la Novena de Bruckner con Thielemann. La batuta de Joana Mallwitz también dista millas de la del berlinés. Se mostró tan anodina y previsible como el año pasado, cuando dirigió tan modestamente Così fan tutte. Una dirección blanda y sin pálpito, con brazos ligeros como la plastilina, ante los que es difícil distinguir el pulso rítmico y la precisión del fraseo. Estuvo bastante más atenta al foso que a las voces. Nada genial salió de ella. Tampoco ningún desastre. Pura corrección. ¡A lo más! En 2023 Joana Mallwitz asumirá la titularidad de la Orquesta del Konzerthaus de Berlín. Cosas veredes amigo Sancho… Justo Romero
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