Crítica: La Orquesta Nacional de Francia y Alexandre Kantorow en el Palau de la Música de Valencia
Vaya por delante…
PALAU DE LA MÚSICA. TEMPORADA DE PRIMAVERA. Obras de Chopin y Prokófiev. Orquesta Nacional de Francia. Director: Cristian Măcelaru. Solista: Alexandre Kantorow (piano). Lugar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: 1.800 personas (lleno). Fecha: Miércoles, 22 mayo 2024.
Vaya por delante que el concierto fue un éxito y que el público que abarrotó la Sala Iturbi del Palau de la Música se fue a su casa más contento que unas pascuas. Sin embargo, la actuación de la Orquesta Nacional de Francia con su rutilante titular, el rumano Cristian Măcelaru (Timișoara, 1980), y el concurso solista del pianista Alexandre Kantorow (Clermont-Ferrand, 1997) dejó cierto sabor agridulce. No es que tocaran mal ni que el joven Kantorow no culminara una impecable versión del nada fácil Concierto para piano en fa menor de Chopin, pero faltó magia, ensoñación, fantasía, drama y bastante de todo lo que no está en el pentagrama, pero que sí es clave y sentido del arte musical.
Esta cortedad de vuelo expresivo se manifestó particularmente palmaria en una selección demasiado caprichosa del Romeo y Julieta de Prokófiev ayuna de lirismo, magia y vena dramática. La guinda de esta falta de empatía con el ballet magistral de Prokófiev fue el pésimo gusto de tocar de propina, inmediatamente después del contemplativo momento de la escena de “Romeo en la tumba de Julieta”, nada menos que la cartagenera danza bacanal de Samson y Dalila. Fue, para colmo, una lectura de cara a la galería, más próxima a los fuegos artificiales y al efecto que a la sensualidad sofisticada de Saint-Saëns. Un dislate, por mucho que el público se rompiera las manos en aplausos.
Lo mejor de esta nueva actuación de la ONF en el Palau de la Música había ocurrido mucho antes, al comienzo del programa, con una delicada y preciosa lectura de la nostálgica y evocadora Pavana de Fauré, en la que la orquesta -particularmente sus maderas- lució sus mejores excelencias.
El Concierto en fa menor de Chopin es un reto para cualquier pianista. No solo por sus dificultades técnicas, que son muchas y muchísimas, sino sobre todo por el sentido lírico, el fraseo legato, el refinamiento de una escritura pianística que es orfebrería y el misterio chopiniano del rubato. Kantorow -un pianista de primera- tocó impecablemente el concierto de principio a fin.
Muy bien acompañado por Măcelaru, los tres movimientos se percibieron cabalmente dichos y expresados, fieles a la letra y la música, leales al joven Chopin pre-parisiense que con apenas 20 años compone la obra maestra. Pero la poética chopiniana, el “delicado patetismo” del que escribe Jesús Bal y Gay, o “la poesía que vive en su alma”, por utilizar la expresión del poeta-amigo Heinrich Heine, no volaron el miércoles por la Sala Iturbi.
Lo mejor y lo peor de la actuación de Kantorow llegó en las dos propinas: un arrasador y vibrante Chasse-neige de Liszt de alto empaque pianístico, y una truncada “Canción y danza” número 6 de Mompou, de inexplicable sentido métrico y decapitada de la inseparable danza. El aplauso inoportuno del público en mitad de la obra no puede justificar que la misma se quede a medio tocar. Fue el final “interruptus” de un concierto agridulce en el que la corrección se impuso sobre la fantasía.
Publicado en el diario Levante el 24 de mayo de 2024
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