Crítica: Gerald Finley en el ciclo ‘Arts és grans veus’ del Palau de Les Arts
Gerald Finley, genial, inolvidable
Cciclo ‘Arts és grans veus’. Gerald Finley (barítono). Julius Drake (piano). Programa: Obras de Schumann, Schubert, Duparc, Duparc, Britten, Peel. Vaughan, Liszt, Ives y Porter. Lugar: Palau de les Arts (Sala Principal). Entrada: Alrededor de 500 personas. Fecha: domingo, 3 diciembre.
El veterano barítono canadiense Gerald Finley, (Montreal, 1960) protagonizó la tarde del domingo en la Sala Principal del Palau de Les Arts una de las actuaciones más redondas y fascinantes del ciclo “Arts És Grans Veus”. Fue un recital sin olvido posible. De Schumann a Porter, de Schubert a Duparc, Britten o Vaughan Williams. Un selecto viaje con recaladas en algunas de las mejores canciones de concierto. Fue una velada redonda, de alto voltaje sensorial, en la que la voz penetrante, dúctil, baritonal, de bajo-barítono, es regida por una alcurnia artística rica en sentidos, saberes y sentires. Finley es un liederista nato, de los de antes, vamos. En línea con los Fischer-Dieskau, Prey, Hotter, Bernac o Gérard Souzay.
A València ha llegado apoyado y complementado en el piano de Julius Drake (Londres, 1959), otro grande de verdad, heredero de liederistas del teclado como su paisano Gerald Moore o el australiano Geoffrey Parsons. Desde el primer momento, desde las primeras notas del Lied de Schumann que abrió el recital (“Lehn deine Wang”, segundo de los Cuatro cantos opus 142), Finley y Drake establecieron esa atmósfera íntima y cómplice, de relación personal y bidireccional con cada espectador, tan única y característica de los mejores recitales líricos. Finley canta y cuenta la pequeña gran historia que es cada Lied con naturalidad, fidelidad, intención y perfección estilística.
El universo apasionado y tormentoso de Schumann; las luces y sombras de Schubert; la magia de Duparc; la agudeza pícara y punzante de Britten; las resonancias victorianas de Vaughan Williams; el romanticismo efervescente de Liszt, o la “Noche y el día” de Cole Porter fueron recaladas de este itinerario completo y perfecto, en el que nada faltó ni nada sobró. El sentido y la intención de la palabra, el énfasis de cada silaba, de cada nota, ¡de cada silencio!, conferían particular carácter operístico, como si se tratará de un programa de “micro-óperas”. Voz y piano viajaban así, sin ruptura ni tropiezos, de historia en historia, de estilo en estilo. De rima en rima, de verso en verso. Cantó y expresaron en alemán como si hubieran nacido en Hanover, en francés como si fueran compatriotas de Molière y en inglés de Joyce.
La voz de Finley corre siempre al dictado de la expresión más profunda y genuina. En la garganta y animada por el teclado cómplice de Drake. Poderosa y liviana, dulce y violenta, fría y cálida. Puro teatro. Puro Lieder. En pocas ocasiones se siente la canción de concierto tan imbuida de su componente teatral, operística. De ahí, de este sentido teatralizado, y de la atracción mágica de su consonancia musical, el que cada título se escuchara en un silencio absoluto, como quien te cuenta algo y tú estás absorto en el relato, ajeno a todo.
Al final, tras muchos y muchísimos aplausos y ni se sabe cuántas salidas a saludar, Finley y Drake cerraron la inolvidable actuación con los regalos en forma de propina de la tercera de las Cuatro canciones irlandesas de Respighi (“My Heart’s in the Highlands”), y la “Chanson à boire” de las ravelianas Canciones de Don Quijote a Dulcinea. Pero más que Don Quijote, el gran Gerald Finley casi parecía la Berganza cuando cantaba bien entonadita el beodo “Ah quel diner” de La Périchole. Definitivamente, genial. Justo Romero
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