Crítica: Il Giardino Armonico, un genio del violín y una genial violinista
Il Giardino Armonico, un genio del violín y una genial violinista
Fecha: 11-XII-2022. Lugar: Auditorio Kursaal. Programa: Piero Antonio Locatelli. “El Virtuoso – El Poeta”. Ensemble musical: Il Giardino Armónico (violines I: Stefano Barneschi, Fabrizio Haim Cipriani, Ayako Matsunaga, Liana Mesca; violines II: Marcho Bianchi, Boris Begelman, Angelo Calvo, Francesco Colleti; violas: Renato Berchese -‘d’amore-, María Cristina Vasi; violonchelos: Paolo Beschi, Elena Russo: contrabajo: Giancarlo De Frenza; tiorba: Michele Pasotti; arpa: Magret Köll; clave y órgano continuo: Riccardo Doni). Violinista solista: Isabelle Faust. Director musical: Giovanni Antonini.
Para la mayoría del público que asistió a este evento musical y en gran medida también para quien escribe, la obra del bergamesco Pietro Antonio Locateli (1695 – 1764), alias El Narizón (en italiano Il gran naso, en alemán In der Nase), era significativamente desconocida, valoración que dejó de existir nada más concluir la primera composición suya interpretada. Alumno de Arcangelo Corelli e importante sommelier, como catador de esencias, del legado de Antonio Vivaldi. Durante dos horas de concierto quedó plena constancia de la maestría de aquel renacentista italiano, tanto como genial violinista, como compositor en el mismo grado, compartiendo este arte con el medro institucional del poder de aquella época barroca, retirándose en la ciudad de Ámsterdam, gracias a la gran fortuna que hizo como editorialista, bibliógrafo y concertista privado para la selecta burguesía neerlandesa.
En esta ocasión, al igual que en el concierto que se ofreció tres días ante en el Auditorio ‘Alfredo Kraus’ de Gran Canaria, Il Giardino Armónico construyó el mismo programa musical contando con idéntica violinista solista. Ello -semejante ‘bolo’- en nada empaña la gran categoría musical que se cuajó en el Kursaal donostiarra. El respetable, poco a poco, fue entrando en el concierto, que a muchos traía recuerdos de la música que manaba de los canales (siglos XVI y XVII) de la Vecchia Signoria véneta
Fueron dos bloques principales los que se embridaron en este encuentro musical de entre los 10 ‘conceto, Op. 3, de los diez compuestos bajo este epigrama titulado “L’arte del violino”, estuvieron presentes los números 2 -Do menor-, 10 -Fa mayor- y 11 -La mayor-, junto con dos sus “Concerti Grossi”, el Op. 1, nº 11 en Do menor, y el Op 7, nº 6, en Mi bemol mayor titulado ‘Il Pianto d’Ariadnna’; cerrándose con la propina musical una añoranza ante Vivaldi con el movimiento tercero ‘Allegro’ de “Concierto per quattro violini in Si minore”.
Giovanni Antonini cofundador del conjunto milanés, en 1985, llevó la rectoría haciendo gala de la inequívoca compenetración con sus 16 músicos, todos ellos fieles y disciplinados ante la peculiar manera de dirigir de aquel, siendo el resultado permanentemente óptimo, luciendo la exacta pulcritud sonora de todos los instrumentos de cuerda, junto con el emotivo color y, a la vez sutil, presencial de la tiorba barroca y la elegancia acompañante del clave y del pequeño órgano, a modo de continuo sostenedor. Locatelli se vio magníficamente servido en las cinco obras suyas interpretadas, con momentos estelares de virtuosismo, como se demostró en alguno de los movimientos de aquellas, que de seguido se significarán, junto con a la hermosura de los cuatro violines en homenaje al universal Prete rosso (sacerdote pelirrojo) veneciano. La presencia escénica, con plena participación en cada composición musical, de la alemana Isabelle Faust, nacida en Esslingen am Neckar (1972), quien acariciando su Stradivarius, conocido como “La Bella Durmiente”, construido por el cremonés en 1704, valorada por su muy alta calificación de bondad mediante múltiples reconocimientos y muy significativos registros musicales, fue fundamental para el éxito de este encuentro. Ella fue la estrella del concierto. Tengo la manía de servirme de unos prismáticos alemanes con más de 100 años, que ofrecen una perfecta visión de cantantes e instrumentistas. Con ellos pude constatar la elegancia del brazo y antebrazo derechos, portando el arco sin la más mínima tensión en la mano, con un apoyo del instrumento mediante la presión del maxilar inferior izquierdo en forma elegante y sin forzar la posición de la cabeza. Su trabajo manó siempre de límpidas fuentes con notas musicales llenas de color y brillos, logrando unos apianamientos (en ppp) que llegaban al oído de forma nítida, contando para ello con el absoluto silencio reinante en la sala y el concurso de los demás intérpretes, merced a las puntuales indicaciones de Antonini. Su trabajo, principalmente, en el Andante del número 11 de L’Arte del violino, así como en el mismo tercer movimiento del nº 2 de idéntica colección, y, sobre todo, en el inolvidable ‘Largo’ del último Concerto Grosso precitado, con un sobrecogedor unísono tímbrico de tercera y cuarta cuerdas, hizo que las palmas echaran chispas a la vez de rotundos bravos, que, en algún momento, pudieron parecerse a semi alaridos. El desbordamiento de la satisfacción llegó cuando hizo el citado Allegro de Vivaldi. Noche indiscutible de felicidad, pese al frio y la humedad en la desembocadura del Urumea. Manuel Cabrera
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