Critica: gozo doble con la Euskadiko Orkestra
UNA TARDE DE GOZO DOBLE
EUSKADIKO ORKESTRA – Auditorio Kursaal
Fecha: 21-I-2021. Lugar: Auditorio Kursaal de San Sebastián. Programa: Primer Concierto (17:30 horas): Sinfonía nº 41 ‘Júpiter’, en Do mayor, K551, de W.A. Mozart y Sinfonía nº 3 en Do mayor, Op. 52, de Jean Sibelius). Segundo concierto: (19:30 horas): Sinfonía nº 36 ‘Linz’ en Do mayor, K425 de W.A. Mozart y Sinfonía nº 4, en La menor, Op. 63, de Jean Sibelius. Orquesta: Euskadiko Orkestra. Director musical y maestro concertador: Robert Treviño.
La cancelación del pianista uzbeko Behzod Abdurianov (¡ay el bicho, el maldito bicho!), para interpretar el Concierto para piano nº 3 de Bela Bartok y el Concierto para piano nº 1 de Ludwig von Beethoven, obligó a la Euskadiko Orkestra a modificar la estructura de los dos conciertos programados para esa fecha, sustituyendo el teclado por las sinfonías números 41 y 36 de genio de Salzburgo. Mire usted por dónde, no mal que por bien no venga, como al uso de nuestro refranero se puede decir, ya que tal modificación sirvió, a quien aquí escribe, para hacer una valoración gozosa de una rectoría musical y de un conjunto orquestal, en unas cotas de muy alta calidad.
Para mayor comodidad del lector establezco la preferencia de unir en valoración los dos conciertos de Mozart, para pasar, después, a los dos del tardo romántico y neo modernista finlandés Johan Julius Christian Sibelius, aunque en realidad son obra de sobra conocidas y bien merece aquí juzgar el trabajo interpretativo de batuta y orquesta. Después de años de seguir a la entonces llamada Orquesta Sinfónica de Euskadi (OSE) pasando por las manos de todos los directores que han sido titulares de la misma, con sus altibajos, sus desajustes, sus acuerdos y, sobre todo, una sutil falta de sintonía con los músicos (a veces de grueso calado), el pasado día 21 de este pandémico enero, quedó constancia de la existencia de una especial imbricación entre ambas partes, una fina trabazón bella apreciada desde el momento en que se nota cómo el músico está entregado, de cuerpo y espíritu, a su trabajo y cómo las extremidades superiores y la gestualidad del corpórea del director entra dentro de la labor de cada atril.
Sin ya son, per se, una hermosura las dos sinfonías mozartianas, qué decir de la forma en que Treviño llevó la concertación de su orgánico musical, pues en realidad no fue una mera y pura dirección; fue una convivencia de ida y vuelta, llevando brazo, antebrazo y mano de la izquierda por movimientos pletóricos de elegancia que hacía que la extremidad derecha apenas tuviera mayor significación que la de dar ligeros apuntes de los tiempos y los compases. Cómo me hubiera gustado estar sentado, cual hombre invisible, gozando se ese trabajo, sobre todo en la sinfonía ‘Linz’ durante el primer movimiento del Adagio, Allegro spirituoso, en el que Treviño puso sus manos, una sobre otra, reposando en la parte delantera de su cuerpo y, a veces, recogidas sobre la espalda, al estilo brithis, llegando a sus músicos, en entradas, en ajustes, en modulaciones y en intensidades con sutiles movimientos de cabeza, cuello y tronco; la cara, ¡oh desgracia!, no se le pudo apreciar, por estar su cuerpo de espaldas al espectador, pero bien se pudo intuir, por la elegancia y gozo con el que modo que marcaba al cuerpo orquestal. Solamente eso, semejante creación artística, valió ya las dos horas de asiento de ambos conciertos.
Idéntico encuentro con el maestro concertador hubo en los dos conciertos de Sibelius, si bien en los mismos la dirección requería otras indicaciones que siempre resultaron exactas en la batuta de Treviño, ante una orquesta de mayor envergadura corpórea. La tensión del material melódico de ambas obras es evidente, dado que sobre ellas cae un peso que transmite mayor intensidad emocional, con unas especiales atmosferas circulando por ideologías temáticas o pensamientos grisáceos, vistas esas especiales tensiones armónicas que se aprecian en ambas obras, de no facil ejecución y de las que se salió -batuta y atriles- con pletórica contundencia y elegancia, cual así se demostró en el Allegro moderato de la Sinfonía nº 3, donde la construcción armónica del solo de violonchelo impacta de una forma constante sobre el resto de la obra.
Fue una doble velada con momentos de intenso gozo que bien merecerían que la EO y Treviño se embarcaran en la singladura de grabar la integral de las sinfonías mozartianas, a la luz de lo visto y escuchando en esta ocasión. ¡Querer es poder! Manuel Cabrera.
Últimos comentarios