Crítica: Una guitarra en la noche. Pablo Sáinz-Villegas en el 70º Festival de Granada
PABLO SÁINZ-VILLEGAS (70 FESTIVAL DE GRANADA)
Una guitarra en la noche
Homenaje a Andrés Segovia. Obras de Granados, Rodrigo, Tárrega y Albéniz. Pablo Sainz-Villegas, guitarra. Patio de los Arrayanes. 70 Festival de Granada.
El riojano Pablo Sainz-Villegas, que en unos pocos años se ha elevado a la cima de la especialidad, ha protagonizado en su presentación en el Festival un emotivo concierto recordatorio de la presencia en lo que se considera la primera convocatoria oficial de la muestra, en junio de 1952, de Andrés Segovia. Para ello ha construido un programa alusivo constituido por obras, en algún caso originales para piano, que eran del gusto de su ilustre antecesor y que venían agrupadas en cuatro bloques, uno para cada compositor.
La manera de Sainz-Villegas destaca en primer lugar por una contagiosa cordialidad y una desbordante fantasía, lo que abre la puerta de una gran libertad en la acentuación, en la medición del tempo, en la aplicación del ritmo, en el fraseo, siempre certero y con escasos deslices; en el rubato. Aspectos, claro es, apoyados en una técnica de primer orden y en la elección, cuando es necesario, de arreglos muy juiciosos. Ningún problema en la aplicación de las más variadas técnicas de su instrumento; que ha sonado espléndidamente favorecido por una ligera amplificación, muy adecuada en este bello escenario al aire libre de la Alhambra.
De tal forma que nos lo pasamos muy bien y entramos enseguida en su órbita, algo no siempre frecuente para el que firma en un recital guitarrístico. Empezamos con dos obras de Granados, “Danza española nº 5”, “Andaluza””, y “Danza española nº 10”, “Melancólica”, ambas del op. 37. En aquella se acentuó especialmente el bajo del acompañamiento, con sonidos incluso voluntariamente algo ásperos, sin perder de vista, por supuesto, las dulzuras que emanan de las notas. Atención a la modulación que anticipa el cierre y fantasía para que cada repetición tuviera su personalidad. Leve balanceo reforzando un cierto aire de habanera en la segunda.
Seguimos con la delicada “Invocación y Danza” de Rodrigo, en donde los espíritus del jondo y la danza más sutil afloran en la noche en un discurso que evoca la atmósfera de “El amor brujo” de Falla. Los pasajes más alados y ágiles fueron delineados con primor y especial concentración. Enseguida cuatro partituras de Tárrega, “Capricho árabe”, con sus cromatismos y giros modales, “Preludio Una lágrima”, en memoria de la hija muerta, con sus alternancias mayor-menor, “Adelita”, tan chopiniana, y la celebérrima “Recuerdos de la Alhambra”, donde el guitarrista hizo auténticos encajes de bolillos.
Para terminar, tres páginas de Albéniz. En “Torre Bermeja”, de “Doce piezas características op. 92”, Sainz-Villegas acentuó sabiamente las leves disonancias. En la barcarola “Mallorca, op. 202”, el artista administró los silencios. Mucha fantasía en la última exposición del tema, viniendo de la lejanía. Terminamos con otra de las piezas archifamosas del repertorio, “Asturias”, “Leyenda” de “Suite española op. 47”, en donde el artista consiguió un estupendo crecimiento, en línea progresiva, del comienzo, y que fue tocada con enormes claroscuros y exquisitos pianísimos.
Ante los aplausos –a veces intempestivos en medio de uno de los bloques-, el instrumentista regaló en primer lugar una “Fantasía” salida de su magín sobre el segundo movimiento del “Concierto de Aranjuez” de Rodrigo, de la que esperábamos algo más de originalidad. El concierto concluyó entre vítores con la imponente “Jota” de Tárrega, envuelta en múltiples efectos tímbricos y tocada de un especial y contagioso vigor. Nos acordamos de Miguel Fleta. Admirables la libertad, el brío y los redobles. Arturo Reverter
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