Crítica: Gustavo Gimeno en Les Arts, Die Musik
Die Musik
Programa: Novena sinfonía de Gustav Mahler. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director: Gustavo Gimeno. Lugar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1400 personas. Fecha: Sábado, 25 mayo 2019.
¡La Música! ¡An die Musik compuso Schubert y cantó Victoria de los Ángeles! Y la Música, así con mayúscula, es lo que se vivió el sábado en el Auditori del Palau de les Arts. Fue un concierto en el que, sobre todo, incluso más que la admiración por escuchar y ver una orquesta y un director maravillosos, se sintió y compartió la experiencia misteriosa de la verdad del Arte. Gustavo Gimeno y la Orquestra de la Comunitat Valenciana fueron los artífices de una recreación de la Novena sinfonía de Mahler que, además de entusiasmar por su fascinante calidad instrumental y conceptual, conmocionó y emocionó al imponerse en ella ese inescrutable poder de interacción del verdadero arte con los más hondos y nobles sentimientos y sensibilidades de público e intérpretes.
En casos así, cuando se produce este sortilegio, entrar en detalles concretos y puntuales resultaría tan grotesco y estéril como tratar de explicar el Quijote o La Regenta por la caligrafía de Cervantes y Clarín. Comentar el gesto elegante, preciso y natural de Gustavo Gimeno; o lo excepcionalmente que tocaron solistas del calibre instrumental y calado artístico de la flautista Magdalena Martínez, el trompa Bernardo Cifres, Salvador Sanchis (fagot), Christopher Bouwman (oboe), el flautín de Virginie Reibel, el corno inglés de Ana Rivera y la práctica totalidad de solistas y profesores de la Orquestra de la Comunitat Valenciana; o que ésta volvió a sonar, bajo la batuta de Gimeno, como en sus mejores tiempos, como cuando su podio era frecuentado por maestros como Maazel, Mehta, Prêtre, Chailly o Noseda… es quedarse en la superficie maravillosa de algo que fue más, mucho más. Gustavo Gimeno y los profesores comunitarios hicieron llegar la música a lo más recóndito del alma sensible, que se convirtió así en copartícipe y coprotagonista del prodigio.
El silencio largo, eterno, que siguió al final de la interpretación de la Novena sinfonía –“la muerte en persona” la llamó Alban Berg-, interpretado por todos, público y músicos al alimón, fue una de las músicas más conmovedoras, emotivas y hermosas que pueden vivirse en una sala de conciertos. Un silencio genuino, auténtico, ajeno a cualquier impostación o afectación. Una imagen congelada que ni siquiera se quebró cuando el Maestro bajó muy lentamente los brazos para señalar el final escrito de una sinfonía cuya más prodigiosa coda son precisamente esas infinitas decenas de segundos añadidas por todos, interpretadas por todos, compuestas por todos, que expanden al infinito las tres últimas agónicas notas finales en que se desvanece la sinfonía –la vida- sobre las cuerdas cansadas y resignadas de las violas.
Gimeno arraigó su versión de la Novena de Mahler en lo más hondo del alma. La remembranza schubertiana –¡los Ländlers del segundo movimiento!-, la tradición romántica y el futuro entonces -1909- ya presente del dodecafonismo, conviven en una obra que cierra con retraso el siglo XIX y abre definitivamente la puerta del siglo XX. El director valenciano no escarba en los perfiles más lúgubres de la sinfonía, sino que se inclina, como él mismo explica con palabras que armonizan con fidelidad a su realización musical, por una visión serena y nostálgica, casi plácida, de lo que ha sido. “Más una oda a la vida, y una manera de expresar su amor por ella”, dijo con la palabra a LEVANTE-EMV y con la música a todos los que –tanto desde el escenario como desde el patio de butacas- coprotagonizaron el sábado esta irrepetible vivencia. Fue, como en los mejores días de Maazel y Mehta, una de las veladas más intensas y emotivas vividas en el Auditori del Palau de les Arts. ¡Die Musik! Justo Romero
Publicada el 28 de mayo en el diario LEVANTE.
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