Crítica: Gustavo Gimeno, solera mahleriana
Gustavo Gimeno, solera mahleriana
85 QUINCENA MUSICAL DE SAN SEBASTIÁN. Programa: Obras de Saint-Saëns (Concierto para piano y orquesta número 5, “Egipcio) y Mahler (Quinta sinfonía. Bruce Liu (piano). Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Director: Gustavo Gimeno. Lugar: Auditorio Kursaal (San Sebastián). Fecha: Jueves, 1 de agosto de 2024.
Gustavo Gimeno y la Filarmónica de Luxemburgo han vuelto a inaugurar la Quincena Musical de San Sebastián. Si el 1 de agosto de 2021, en plena pandemia, arrasaron en el Kursaal con el concurso solista de Yuja Wang, en esta ocasión lo han hecho con otro as del piano contemporáneo, el canadiense nacido en París y de origen chino Bruce Liu (1997), solista de una versión impecable e implacable del fantasioso Quinto concierto para piano y orquesta, “Egipcio”, obra ideal para abrir una edición -la octogésimo quinta- que tiene como lema “Viajes y exotismo”.
El programa se completó con la Quinta sinfonía de Mahler, en una visión de poderoso empaque sinfónico, en la que la orquesta luxemburguesa lució su espléndido estado de forma, y refrendó al maestro valenciano como uno de los más fieles apóstoles mahlerianos actuales.
Curtido en las mejores tradiciones mahlerianas -Concertgebouw, Abbado, Haitink, Jansons…-, primero desde el atril de solista de la Orquesta del Concertgebouw y luego desde el podio, Gimeno afronta la música del creador de La canción de la tierra con naturalidad apabullante, desde la que todo fluye, surge, se desarrolla y engrandece de manera autónoma, como si fuera la propia música la que guiara y dictara la interpretación. Nada evidencia el estudio, disciplina y pleitesía técnica que exige la interpretación, más aún en un monumento sinfónico tan complejo y arriesgado como la Quinta sinfonía, de tantas exigencias instrumentales y expresivas.
Desde el comienzo, con la famosa llamada de la trompeta y la dramática “marcha fúnebre”, hasta el frenético rondó final, con el prodigio del Adagietto (viscontiano) como quieto momento emocional y el Scherzo precedente, tan cargado de aires y resonancias populares, Gimeno, desde su solera mahleriana, articuló una lectura unitaria, orgánica y de cuidada arquitectura, en la que nada y todo aparecía abrazado al antes y al después.
El Gustav Mahler de su tocayo Gustavo Gimeno es genuino y universal, en el que, como dijo Karlheinz Stockhausen, “convergen todos los senderos”. Un Mahler en el que lo viejo y lo nuevo, lo trillado y lo nunca oído, lo espontáneo y lo elaborado, se encuentran y abrazan. Gustavo ilumina las sombras y siluetas, dudas y convicciones que Gustav vuelca en la que acaso sea -instrumentalmente- su más compleja y arriesgada sinfonía.
Apenas algún desliz, alguna rozadura o imprecisión en una realización más que notable, en la que los solistas de la Filarmónica de Luxemburgo mostraron cuajadas calidades. Sobresalientes sin reserva el trompeta solista, el trompa, la concertino y, desde luego, la arpista, que, junto con una sección de cuerdas cuidadosamente calibrada por la batuta, hizo magia y más aún en el Adagietto. El éxito fue tan espectacular como la versión. A pesar del aluvión de aplausos y bravos, Gimeno y sus músicos tuvieron el buen gusto de no ofrecer ninguna propina. Después de Mahler, ¿qué…?
Sí regaló propina -el Vals del minuto de Chopin- y con todo el sentido del mundo, Bruce Liu, tras tocar en la primera parte del programa de modo tan deslumbrante como perfecto el Concierto Egipcio de Saint-Saëns. Apoyado en la implicada complicidad del podio, el que fuera en 2021 ganador brillante del Concurso Chopin de Varsovia lució su alcurnia pianística en una versión fascinadora, que podría haberlo sido más de haberla salpimentado con ese sabor y aromas que alienta el piano romántico, mundano y un puntito vacilón del viajero disfrutador que fue Saint-Saëns.
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