Crítica: Pablo Heras-Casado dirige Mozart y Wagner con la Sinfónica de Milán
Parsifal en casa, alla italiana
Orquesta Sinfónica de Milán. Coro Sinfónico de Milán. Reparto: Tuomas Katajala (Parsifal), Marina Prudenskaya (Kundry), Samuel Youn (Klingsor). Claire Coolen, Miriam Gorgoglione, Jiayu Jin, Barbara Massaro, Noemi Muschetti, Nicole Wacker (Muchachas-flor). Pablo Heras Casado (director). Programa: Obras de Mozart (Sinfonía número 38, “Praga”) y Wagner (Segundo acto de Parsifal). Lugar: Milán, Auditorium di Milano Fondazione Cariplo. Entrada: Alrededor de 800 personas. Fecha: Jueves, 15 diciembre 2022.
Parsifal, el festival sacro-escénico que cierra y corona la obra de Wagner, ha vuelto a casa, a Italia, donde creció su segundo acto, inspirado por los jardines y vistas marinas de Ravello, y país en el que fue concluido, en Palermo, en el Grand Hotel et des Palmes, durante el invierno de 1881-1882. Ahora la obra maestra de Wagner ha regresado a su tierra natal de la mano de Pablo Heras Casado (Granada, 1977), quien ha ofrecido el segundo acto en una versión de concierto al frente de los coros y orquesta Sinfónica de Milán, y de un rodado trío solista integrado por el tenor finés Tuomas Katajala (Parsifal), la mezzo petersburguesa Marina Prudenskaya (Kundry) y el barítono surcoreano Samuel Youn (Klingsor). Este segundo acto de Parsifal es anuncio y anticipo de la serie de funciones que el director granadino dirigirá el próximo verano en el festival wagneriano de Bayreuth. Un rodaje quizá imprescindible, que se completará con las versiones que del tercer acto ofrecerá en Baden-Baden y la interpretación integral programada los próximos 25 y 26 de enero en Badajoz.
A pesar de esta cercanía de Wagner con Italia, país que albergó la versión en italiano de Parsifal que cantó y grabó Vittorio Gui en Roma, en noviembre de 1950, con la RAI de Roma y la Kundry asombrosa de Maria Callas, o el legendario Ring dirigido por Furtwängler en la Scala, el mismo año de 1950, el universo wagneriano -musical y dramático- queda lejos del sentir y hacer de los paisanos de Verdi y Puccini. El jueves se sintió esta distancia en la platea y el escenario del Auditorium di Milano Fondazione Cariplo, sede de la Sinfónica de Milán (ex “Sinfónica Verdi”), ante un público que, pese al interés de la cita, no llegó a completar las 1.200 localidades de la sala. En el escenario, y pese al concienzudo trabajo de Heras-Casado, ni coro ni orquesta se mostraron percibieron próximos al particular universo expresivo y al idioma musical del creador de Tristan e Isolde.
Heras-Casado, el director español más internacional junto con Gustavo Gimeno, se ha sumergido en el universo parsifaliano, que conoce al dedillo, palabra a palabra, nota a nota. No se le escapa detalle, y subraya y enfatiza los mil y un matices, que escritos y no escritos, habitan y subyacen en la partitura. El director español plantea un Wagner alejado de las grandes suntuosidades y efusiones de maestros como Knappertsbusch o Furtwängler. Su Wagner elude conscientemente cualquier tentación retórica para apostar por una visión objetiva, más cercana a la visión bayreuthiana de Boulez que a la efusiva tradición romántica. El suyo, es un Wagner limpio o desnudo de grandes ampulosidades, remoto a las lentas “tentaciones” místicas de Levine, Barenboim o Thielemann, en el que todo “marcha” a un tempo menos expansivo y elástico, según una narrativa empeñada en la concisión. Es como si esa parte esencial de la música, la responsabilidad de la “interpretación”, fuera deliberadamente transferida al escuchante, para que éste, en su imaginario interno, sueñe su propia percepción.
Evidentemente, Heras-Casado infla de vida y sensaciones la obra maestra. Hay dinámicas pronunciadas, con pianísimos deliberadamente extremos, casi quietos, como en el largo monólogo del relato de Kundry; momentos de evidente, trabajada y nada caprichosa sensualidad -las escenas de seducción de las Muchachas-flor primero, y luego de Kundry-, y episodios de tan alto voltaje dramático como el inquietante preludio, expresado por Heras Casado con agitado y turbador nervio, como el regulado redoble de timbales que tan genialmente cierra el acto. Momento de particular emotividad es la reaparición del “Amén de Dresde” tras el lanzamiento de la lanza por Klingsor, cuyo frustrado impacto genera nueva atmósfera acústica y sensorial en un instante tan decisivo como el de la rotura de la lanza de Wotan/Wanderer en Siegfried. Lejos de los grandes coros centroeuropeos, tan acostumbrados a este repertorio, el Sinfónico de Milán volcó voluntad, empeño y disposición, como también sus colegas de la orquesta. El resultado, amalgamado por el hacer laborioso de Heras-Casado, alcanzó dignidad y hasta notabilidad en episodios concretos, a lo que contribuyó de modo notorio la empática respuesta que el podio supo obtener de una orquesta visiblemente encantada con su maestro invitado.
A diferencia de las discretas seis “Muchachas-flor”, el trío solista era de absoluta raigambre wagneriana. El versátil tenor Tuomas Katajala brindó un Parsifal de nítidos acentos líricos, en contraste con la Kundry de Marina Prudenskaya, una wagneriana rodada en mil experiencias, desde el Anillo del Palau de les Arts/Zubin Mehta a muy diversos papeles en teatros alemanes, incluido el mismísimo Bayreuth. Compuso una Kundry de hondos quilates; de extremados contrastes y perfiles: desquiciada en sus gritos y tremendamente tierna luego; de sinuosa seductora a las órdenes del malvado Klingsor a la María Magdalena que será en el tercer acto.
Sobresaliente también es el bajo-barítono Samuel Youn, figura casi obligada en cualquier gran elenco wagneriano, que lució su clase en un Klingsor histriónico y de contundente poderío vocal. El éxito final, ya casi a las once de la noche (antes de Parsifal, Heras-Casado y los sinfónicos milaneses calentaron motores con la siempre bienvenida Sinfonía Praga de Mozart), fue extraño y creciente. In crescendo. Comenzó tibio, como si este Parsifal milanés no hubiera calado, pero acabó en apoteosis, con incontables salidas a saludar de maestro y solistas, y la culminación de todos -profesores de la orquesta, coro y solistas incluidos- aplaudiendo al unísono y con palmas acompasadas al maestro. Pablo Heras-Casado triunfó en toda regla con este Parsifal ubicado en tierras nada lejanas, casi propias. ¡Queda Bayreuth! Justo Romero
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