Crítica: El holandés errante en el Festival de Bayreuth
Holandés errante: agridulce sensación
EL HOLANDÉS ERRANTE, de Richard Wagner. Ópera romántica en tres actos, con libreto de Richard Wagner. Reparto: Thomas Johannes Mayer (Holandés), Elisabeth Teige (Senta), Georg Zeppenfeld (Daland), Eric Cutler (Erik), Nadine Weissmann (Mary), Attilio Glaser (Timonel). Coro y Orquesta titulares del Festival de Bayreuth. Dirección de coro: Eberhard Friedrich. Dirección de escena y escenografía: Dmitri Cherniakov. Dirección musical: Oksana Lyniv. Lugar: Festspielhaus de Bayreuth. Entrada: 1.987 espectadores (lleno). Fecha: martes, 16 agosto 2022.
Entre tiros y fuegos, a mitad de camino entre la pucciniana La Fanciulla del West y el wagneriano El ocaso de los dioses. Aunque parezca mentira, el sujeto de esta mezcolanza es El holandés errante, la primera ópera del catálogo de Wagner digna de ser representada en su santuario de Bayreuth. El veterano director teatral moscovita Dmitri Cherniakov (1970) también decreta que el aya Mary mate de un certero tiro al mismísimo Holandés, con lo que de un plumazo se carga la inmortalidad de la leyenda y la voluntad de Wagner. Las distorsiones con el libreto y las costumbres escénicas se complementaron en el foso con la roma y desajustada dirección musical de la ucraniana Oksana Lyniv.
Cherniakov trata de ser original a base de romper con todo y volver a un realismo que, a la postre, es más doméstico que mágico. El resultado es un deslucido y caprichoso trabajo escénico, aunque la realización del mismo esté impregnada del evidente oficio y talento del director ruso. El cataclismo final, con el holandés y otros muertos en el suelo, como si estuvieran en un “espagueti-western”, mientras todo arde como si fuera la mismísima inmolación de Brunilda, produce agridulce sensación, mezcla de risa y lástima.
Oksana Lyniv (1978), primera mujer en dirigir en el foso de Bayreuth, no pudo o supo evitar inauditos desajustes entre foso y escena. Dejó desdibujados grandes episodios corales -coro de marineros, coro de la tripulación del Holandés-, que quedaron insulsos y cortos de brío y presencia. La orquesta se escuchó anodina y corta de excelencia. Aunque eran los mismos instrumentistas y coristas, ni la orquesta ni el coro tuvieron absolutamente nada que ver con los excepcionales conjuntos que solo unos días antes habían fascinado bajo las maestrísimas manos de Christian Thielemann dirigiendo Lohengrin.
Si el año pasado el papel de Senta fue defendido por la gran soprano Asmik Grigorian, en esta ocasión ha sido la noruega Elisabeth Teige la encargada de dar vida a la “maltratada” novia del cazador Erik. Sin el derroche de medios de la Grigorian, Elisabeth Teige lució arrojo, presencia escénica, potencia vocal y generoso fiato. Se lució y convenció en la famosa balada que abre el segundo acto, tras el coro de hilanderas, aquí convertidas en coristas. El “maltratador” Erik fue bien defendido, desde presupuestos casi belcantistas, por el tenor Eric Cutler.
En cuanto al rol protagonista, el infortunado Holandés condenado a deambular eternamente por los océanos a bordo de su “buque fantasma”, ha sido encomendado al bajo-barítono alemán Thomas Johannes Mayer, cuya fina línea de canto hubiera perfilado una más consistente encarnación de haber tenido un pizca más de volumen y determinación. Con todo, su Holandés está cargado de buen canto e intención. Como el sólido y desenfadado Daland del en Bayreuth ya veterano Georg Zeppenfeld, cuya voz atareada y siempre creciente es ya una de las grandes figuras del canto wagneriano de la actualidad. El Coro, el maravilloso coro de Bayreuth, pese a la no muy incisiva ni enfática ni puntillista dirección de la mediática maestra ucraniana, brilló con luz propia en una ópera en la que cumple papel absolutamente protagonista. Justo Romero
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